Выбрать главу

Pero todo aquello no iba a ocurrir aún. El verano siguiente, 1914, mi hijo todavía se encontraba conmigo, y Rusia estaba en guerra con Austria y Alemania.

Soldaditos de juguete

En todas las ciudades de Rusia, de este a oeste, desde Odesa a Irkutsk, las banderas rojas de la revolución de repente se vieron sustituidas todas por retratos del zar e iconos santos, y el campo se unió espontáneamente contra un nuevo enemigo: los austríacos, que amenazaban al pueblo eslavo, y los alemanes, que eran aliados de Austria. La embajada alemana en Petersburgo fue destrozada por la turba, tiraron las estatuas ecuestres que había en su tejado a la calle, donde enormes trozos de cabezas de caballo, patas de caballo y cuerpos de caballo quedaron allí tirados como si los hubieran dinamitado, en medio de la calzada. En Moscú arrojaban los pianos Bechstein y Bluthner desde los pisos altos de la tienda de alquiler de pianos, supongo que porque encontraban satisfactorio echar objetos grandes a la calle desde gran altura. El nombre de la capital se cambió del germánico Petersburgo al eslavo Petrogrado. Pero yo siempre la llamé Petersburgo, no Petrogrado, ni Leningrado, ni Stalingrado, y sé que un día volverá a ser San Petersburgo. Ya no se interpretaba a Bach, Brahms y Beethoven en concierto. Los árboles de Navidad quedaron prohibidos por el Santo Sínodo para las vacaciones de 1914: lo del árbol de Navidad con lucecitas encendidas era una costumbre alemana. A todos aquellos que hablaban inglés, francés o italiano por la calle (los rusos corrientes eran demasiado ignorantes para distinguir el francés del alemán, bonjour de guten tag) se les abucheaba diciendo: «Nemtsy! ¡Alemanes!».

Sergio desenrolló un gran mapa de Europa y Rusia en el escritorio de la habitación de Vova y éste, muy emocionado, sacó todos sus soldaditos de plomo a la mesa para colocarlos donde le señalaba Sergio mientras le explicaba las batallas. Aquí en Sarajevo fue donde el heredero del trono de Austria-Hungría, Francisco Fernando, murió a manos de un asesino serbio, y allí Vova colocó a uno de sus hombres, echado. Aquí, en Viena, fue donde el emperador Francisco José redactó un ultimátum exigiendo que a los oficiales austríacos se les permitiese entrar en Serbia para suprimir todo sentimiento antiaustríaco y arrestar a todos los oficiales antiaustríacos. Vova colocó un hombre de pie en Viena y le hizo una diminuta corona de papel. Y aquí, en Belgrado, fue donde el príncipe coronado serbio telegrafió al zar a San Petersburgo requiriendo su ayuda, ya que por tradición el zar era protector de todos los pueblos eslavos. Nuestra ciudad Vova la conocía bien, y pasó un rato buscando la figura adecuada para representar al zar, y finalmente cogió al soldado más alto de la caja, aunque Niki, claro, no era tan alto. Pero a pesar de la mediación del zar, los austrohúngaros atacaron Belgrado (Vova colocó cañones aquí y allá, y Sergio señaló el lugar donde se movilizaron los rusos, a lo largo de la frontera austríaca). Luego, el káiser declaró que Alemania entraría en la guerra para ayudar a su aliada, Austria-Hungría, y empezó a enviar tropas a través de Bélgica al norte de Francia, para evitar que los ejércitos del zar fuesen transportados por ferrocarril a través de Francia hasta Alemania. Entonces Francia entró en la guerra. Los ejércitos del zar empezaron a luchar tanto al norte como al sur: al norte contra los alemanes, donde tuvieron muchas bajas, y al sur contra los austríacos, donde obtuvieron un mayor éxito. El ejército ruso en el sur se desplazó hasta Gorlice, Cracovia, Lodz y los montes Cárpatos. A lo largo de todas las batallas de 1914, Vova fue moviendo sus soldaditos de plomo regularmente hacia el suroeste, y al norte los fue dejando caer de espaldas, muertos. Sergio le dijo a Vova que el zar tenía un mapa exactamente igual que aquel en su estudio del palacio Alexánder, donde no podía entrar nadie más, y que guardaba la llave de aquella habitación en el bolsillo. El zar quería aprovechar aquella guerra para ampliar el país, dijo Sergio, para hacer una Rusia más grande todavía, para extenderse por encima de la Prusia del este hasta las bocas del Vístula y por encima de Bucovina a los Cárpatos. Armenia quedaría anexionada, los turcos musulmanes empujados fuera de Europa y de vuelta hacia Asia Menor. El estrecho del Bosforo y la ciudad santa de Constantínopla pertenecerían a la Rusia ortodoxa, como debía ser. El Imperio germánico, que según me dijo Sergio, Alix encontraba tan cambiado con respecto a la Alemania de su niñez, ya que se había visto transformado por la perfidia y la ambición del káiser (¡que en tiempos estuvo enamorado de su propia hermana!), debía ser aplastado, le exigía ella a Niki. Sergio le dijo a Vova que Alemania, una vez aplastada, quedaría dividida entre Francia, Inglaterra y Dinamarca, y que la casa de Hohenzollern, que era la del káiser, ya no existiría, y que no le daba ninguna pena, y Vova asintió. Y yo asentí también. Una Rusia más importante significaba también un zar más importante, un futuro zar más importante, y Alix y yo estábamos de acuerdo en nuestro deseo de que así fuera. Cada día Vova acosaba a Sergio para que le diera noticias de la guerra y me pedía que le lavase su uniforme de primer curso de cadete, porque era lo único que se ponía. Pero yo de buena gana lo hacía lavar, contenta de que estuviera en casa conmigo y no en la escuela militar, donde planeaba enviarle aquel otoño, de no haber interrumpido la guerra nuestros planes. Sentía muchísimo que hubiese guerra, pero no sentía tener a Vova en casa. Quizá, como mi padre, que quería tener cerca a todos sus hijos, yo también quería tener a mi hijo a mi lado, para poder consentirlo y mimarlo y para perpetuar su amor puro y sin diluir por mí, ya que tenía tan poco, aun diluido, por parte del zar. Pero había otros motivos para mantener cerca a Vova. A causa de la pérdida de muchos oficiales en el frente del norte, a los graduados de las escuelas militares se les entregaban sus destinos muy pronto y eran enviados a reemplazarlos. Aunque nuestros oficiales permitían que sus hombres de la infantería se arrastrasen por el suelo mientras avanzaban bajo fuego enemigo de ametralladora, su orgullo ruso no les permitía hacerlo, y por tanto, con su vistoso uniforme, los oficiales avanzaban de pie en la batalla y los abatían con gran facilidad, agarrados a las lanzas, sables y bayonetas que no vivían el tiempo suficiente para usar. De modo que los oficiales nuevos, adolescentes con la escuela reciente, los iban reemplazando, y la infantería del Segundo y Tercer Ejército reemplazaba a los soldados del Primero, y esos hombres apenas estaban entrenados (algunos ni siquiera sabían sostener un rifle) y los peores estaban acuartelados en nuestras ciudades para protegernos de los alemanes. Cuando la guerra se fue alargando y se reavivaron los sentimientos revolucionarios, esos soldados acuartelados se volvieron contra nosotros, como los hombres en el campo de batalla se volvían contra sus oficiales jóvenes e inexpertos. Pero todavía no… eso todavía estaba por llegar.