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Si quitamos a esta carta ficticia todo cuanto se relaciona con su presunto autor, creo que Sebastian pudo sentir mucho de lo que se dice en ella y aun escribírselo a Clare. Tenía el curioso hábito de atribuir a sus personajes, incluso los más grotescos, tal o cual idea o impresión o deseo que hubieran podido ser suyos. La carta de su héroe quizá sea un código en que expresó unas cuantas verdades sobre sus relaciones con Clare. No sé de otro escritor que haya empleado su arte de manera tan misteriosa (misteriosa para mí, que deseo ver al hombre real detrás del autor). La luz de la verdad personal es difícil de percibir en el centelleo de una naturaleza imaginativa, pero es todavía más difícil de entender el hecho asombroso de que un hombre que escribe cosas que siente realmente en el momento de escribir pueda tener el poder de crear simultáneamente —y a partir de las cosas mismas que lo angustian— un personaje ficticio y ligeramente absurdo.

Sebastian volvió a Londres a comienzos de 1930 y se metió en cama después de un grave ataque al corazón. De algún modo se las ingenió para seguir trabajando en El bien perdido,que me parece su libro más fácil. Es necesario tener presente, para leer las líneas que siguen, que Clare había tenido a su cargo exclusivo la dirección de los negocios literarios de Sebastian. Con su partida, las cosas se convirtieron en una maraña. En muchos casos Sebastian no tenía la menor idea del estado de sus asuntos e ignoraba cuáles eran sus relaciones con tal o cual editor. Estaba confundido, era tan ineficaz, tan absolutamente incapaz de recordar un solo nombre o una dirección o lugar donde había dejado algo, que se encontró en las dificultades más absurdas. Cosa curiosa, la distracción infantil de Clare había sido reemplazada por una claridad perfecta y una firmeza inquebrantable en cuanto se refería a los asuntos de Sebastian. Ahora todo cayó en desorden. Sebastian no había aprendido a escribir a máquina y estaba ahora demasiado nervioso para intentarlo. La montaña cómicase publicó simultáneamente en dos revistas norteamericanas y Sebastian era incapaz de explicar cómo había vendido el libro a dos personas diferentes. Después hubo una confusión con un hombre que deseaba filmar Éxitoy que había pagado de antemano a Sebastian (sin que éste reparara en ello, tal era la distracción con que leía sus cartas) una versión reducida e «intensificada» que nunca había pensado hacer. Caleidoscopiose puso nuevamente a la venta, pero Sebastian lo ignoraba. Las invitaciones no encontraban respuestas. Los números telefónicos eran fuente de dudas y la busca de tal o cual sobre donde había garabateado un número era más agotadora que la elaboración de un capítulo. Y además... su mente estaba en otra parte, tras las huellas de una amante lejana, aguardando su visita y la visita se habría producido y él no habría sido capaz de esperar y habría ocurrido lo mismo que aquella vez en que Roy Carswell lo vio: un hombre escuálido envuelto en un gran abrigo, en pantuflas y subiendo a un coche-cama.

Fue a principios de este período cuando apareció Goodman. Poco a poco, Sebastian lo dejó encargarse de todos sus negocios literarios, y se sintió muy aliviado de encontrar un secretario tan eficaz. «Solía encontrarlo —escribe Goodman— tendido en la cama como un leopardo sombrío» (esto me recuerda de algún modo el lobo con cofia de Caperucita roja)...«Nunca en mi vida había visto —sigue en otro párrafo— un ser de aire tan abandonado... Me dicen que Marcel Proust, al que Knight imitaba consciente o inconscientemente, también mostraba gran inclinación hacia ciertas actitudes "interesantes" y descuidadas...» Más adelante: «Knight era muy delgado, pálido y de manos muy sensibles, que le gustaba exhibir con femenina coquetería. Una vez me confesó que le gustaba echar media botella de perfume francés en su baño matinal, pero a pesar de todo ello tenía un aspecto muy descuidado. Knight era extraordinariamente vanidoso, como muchos de los autores de vanguardia. Una o dos veces lo sorprendí pegando recortes, que sin duda eran reseñas de sus libros, en un álbum muy lujoso que guardaba bajo llave en su escritorio, quizá un poco avergonzado de que mi mirada crítica atestiguara el fruto de su humana flaqueza... Solía viajar al extranjero, dos veces al año, por lo menos, quizá a divertirse... Pero hacía de ello gran misterio y exhibía una languidez byroniana. No puedo sino presumir que sus viajes al Continente formaban parte de su programa artístico... Era el perfecto poseur.»

Pero Goodman se vuelve realmente elocuente cuando empieza a discurrir sobre cosas más profundas. Su idea es mostrar y explicar el «abismo fatal entre el artista Knight y el mundo fragoroso que lo rodea» (una fisura circular, evidentemente). «El inconformismo de Knight era su ruina», exclama Goodman, y se demora en tres puntos suspensivos. «El aislamiento es un pecado capital en una era en que una humanidad perpleja se vuelve ávida a sus escritores y pensadores y les exige atención —si no remedio— para sus lamentos y heridas... La "torre de marfil" es inaceptable, a menos que se transforme en un faro o en una radioemisora... En tal época... agitada por problemas acuciantes... la crisis económica... mudo... hostigado... el hombre de la calle... el auge del capitalismo... el desemplo... la inmediata guerra supermundial... nuevos aspectos de la vida de familia... el sexo... la estructura del universo...» Los intereses de Goodman, como vemos, son vastos. «Knight se negó a interesarse de cualquier modo por los problemas contemporáneos...