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Kata sacudió la cabeza, pero alargó la mano hacia un libro que había detrás del mostrador. Vigdís seguía ocupada en el teléfono y no les hacía ningún caso.

– Birna, Birna… -Unos dedos finos con uñas largas pintadas de blanco recorrieron la página-. Ah, ya; aquí está. -Volvió a cerrar el libro-. En la habitación 5. Está en la misma dirección. Tiene que estar aquí, seguro, porque su coche sigue en el aparcamiento. No pasa precisamente desapercibido.

– Ah, qué bien -replicó Þóra, que no era demasiado aficionada a los coches-. Muchísimas gracias. A lo mejor mañana te hago una visita. No me vendrá mal depilarme. -La joven asintió enérgicamente con la cabeza; en realidad demasiado enérgicamente, pensó Þóra.

Mientras iba por el pasillo, varias ideas se le pasaron por la cabeza. ¿Qué demonios pretendía? No podía ni imaginar que la muerta fuera la arquitecta de la que Jónas se había quejado de que no estaba por ningún sitio. A juzgar por todas las apariencias, se trataba de una mujer completamente distinta. ¿Y qué, si era Birna? Eso no justificaba que se colara en su habitación a espiar. Þóra iba pensando en esto por el pasillo, pero cuanto más cerca estaba de la habitación 5, tanto mayor era su decisión de entrar a echar un vistazo. Si la mujer de la playa resultaba ser Birna, aquélla sería probablemente la única ocasión de la que dispondría para registrar la habitación. Si había algo sospechoso en su muerte, la policía la precintaría. Intentó convencerse a sí misma de que se merecía aquella oportunidad como abogada de Jónas. ¿Sospecharían de él? Se repitió mentalmente a sí misma que no estaba haciendo nada malo. Se limitaría a meter la cabeza y mirar. Nada más.

Se detuvo ante la puerta de la habitación. Miró hacia atrás rápidamente y vio a las mujeres de la recepción, que estaban ensimismadas charlando sin mirarla. Pasó la llave de plástico por el lector, abrió la puerta y se coló en el interior.

* * *

Jónas intentaba comportarse como lo haría un inocente director de hotel, pero se dio cuenta de que se le hacía cada vez más difícil desempeñar el papel. Desde siempre, no soportaba a la policía, y el sentimiento parecía ser mutuo en las escasas veces que se habían cruzado sus caminos. Aquellos policías tenían una habilidad especial para mirarle fijamente a los ojos mientras le interrogaban, y Jónas supuso que habrían recibido algún curso para sacarle la verdad a la gente a través de las reacciones de sus pupilas. Por ese motivo, parpadeó varias veces, y le salió aceptablemente bien. Carraspeó.

– Como les he dicho, esa descripción podría encajar con Birna, la arquitecta, pero es demasiado genérica como para poder tener una absoluta certeza. ¿Esa mujer no llevaba nada que sirviera para identificarla, una cartera o algo así? -Alargó un brazo hacia la ventana que había detrás de él-. ¿No les parece que aquí hace mucho calor? ¿Abro la ventana? -Jónas tenía miedo de que el sudor empezara a resbalar por su frente, creando así la típica imagen del culpable.

Los agentes de policía se miraron, parecían estar de lo más frescos a pesar de llevar su uniforme negro completo, con hombreras ribeteadas de amarillo. No se habían quitado los chaquetones aunque allí dentro hacía un calor indescriptible. Conservaban puestas sus gorras de policía. No respondieron a las preguntas de Jónas sobre la ventana ni sobre la identificación, sino que continuaron preguntando.

– ¿Cuándo vio por última vez a Birna?

– Bueno, no lo sé exactamente -respondió Jónas, intentando hacer memoria-. Ayer estuvo aquí. De eso estoy completamente seguro.

– ¿La vio ayer, entonces? -preguntó el más joven. Tenía facciones duras, y a Jónas le gustaba aún menos que el mayor, que parecía más flexible

– ¿Cómo? -preguntó Jónas con torpeza, pero enseguida añadió-: Sí, sí. La vi. Varias veces, además. Ella estaba intentando acabar el proyecto del edificio anejo que tiene que construirse aquí, y vino a verme a cada rato para mostrarme algunos detalles.

Los policías asintieron al unísono. El mayor se rascó la mejilla durante un momento, y luego preguntó:

– ¿Y hoy? ¿Vino a su despacho hoy en algún momento?

Jónas sacudió la cabeza con energía.

– No. Con toda seguridad, no. Teníamos que vernos esta mañana pero no apareció. He estado buscándola por todas partes, pero no la he encontrado ni la he visto. Intenté localizarla en el móvil, pero estaba apagado. Sólo conseguí acceder al buzón de voz.

– ¿Qué teléfono móvil usaba? ¿Puede describirlo? -preguntó el más joven.

Jónas no tuvo que pensarlo mucho. El teléfono de Birna era muy llamativo. La había visto con él muchas veces.

– Es de color granate, uno de esos que se cierran. Brillante. Bastante pequeño, aunque no sé de qué marca es. En la parte delantera había un dibujo pacifista plateado, pero creo que no era la marca, sino un simple adorno. -Los policías se miraron de reojo y se pusieron en pie a la vez. Jónas siguió pegado al asiento. Se había quedado más tranquilo al haber podido responder algo, por fin, de modo concluyente-. La mujer que han encontrado… ¿murió accidentalmente?

Ninguno de los dos policías respondió.

– ¿Sería tan amable de acompañarnos a la habitación de Birna Halldórsdóttir?

* * *

Þóra miró a su alrededor por última vez. No había descubierto nada interesante en la habitación. Sin duda, era distinta a cualquier otra habitación de hotel, pues saltaba a la vista que la arquitecta se había instalado durante un período de tiempo más largo de lo habitual. Había pegado en las paredes bocetos de edificaciones, que Þóra imaginó serían proyectos del nuevo edificio que, según le había contado Jónas, faltaba por construir todavía. En algunos de los dibujos había garabateadas toda clase de notas, algunas de ellas fácilmente comprensibles, otras no. En otros, había cálculos con números subrayados en tinta roja. Eran cifras muy elevadas, y Þóra confió en que, por el bien de Jónas, no fueran aproximaciones presupuestarias.

Abrió el armario, más que nada por curiosidad, pues difícilmente podría esperar encontrar allí nada significativo. Había metido un lápiz por el tirador de la puerta al abrir el armario, porque no quería dejar sus huellas dactilares. También podía haberlo dejado cerrado, ya que en el armario no había encontrado nada interesante, aparte de desvelarle que Birna era una persona muy elegante. No había demasiadas prendas: blusas, pantalones de vestir y chaquetones colgaban de las perchas, mientras que el resto de la ropa estaba pulcramente ordenada en los estantes. Le dio la sensación de que aquella mujer podría haber trabajado antes en una boutique de moda, porque todo estaba perfectamente doblado. Birna tenía buen gusto para la ropa, sencilla pero elegante, y todas las prendas parecían tener en común su alto coste. Þóra intentó mirar la etiqueta de la marca en el cuello de un jersey que estaba situado en la parte superior de uno de los montones, pero no consiguió leerlo. Cerró el armario y se dirigió al teléfono de la mesilla, que había recibido algunas llamadas poco antes. Anotó los números en una hoja en blanco del bloc del hotel que estaba al lado del teléfono. Eran tres. Plegó la hoja y se la metió en el bolsillo.

Echó un vistazo a la habitación pero no vio nada que le apeteciera examinar más detenidamente, con la excepción del cajón del escritorio. Ya había movido un poco los papeles que había encima de la mesa, pero no había sacado nada en claro. Todos parecían estar relacionados con el nuevo edificio, principalmente folletos de fabricantes de diversos materiales de construcción. Empujó con el pie la silla del escritorio para llegar al cajón. Pero se encontró con un problema, porque no tenía tirador. Se cubrió la mano derecha con la manga y lo abrió agarrándolo por la parte inferior. Dentro había dos libros, el Nuevo Testamento y una agenda encuadernada en piel con el nombre de Birna. Por fin algo interesante. Utilizó la manga para sacar el libro del cajón. Lo sacudió un poco para abrirlo. Bingo. Una escritura muy cuidada llenaba las páginas. Þóra sonrió, pero la sonrisa duró poco. Desde el pasillo le llegó un ruido, que parecía proceder de la puerta. Sobresaltada, miró a su alrededor. No le dio tiempo a pararse a pensar, tenía que salir. No había forma de explicar lo que estaba haciendo allí dentro… incluso le resultaba difícil explicárselo a sí misma. Levantó la cortina, que llegaba hasta el suelo, pidiendo a Dios que las habitaciones fueran todas iguales. Para suerte de Þóra, resultó ser así, y con mano temblorosa levantó el tirador de la puerta de la terraza y salió al jardín. Luego volvió a empujar la puerta hasta que encajó, con todo el cuidado que pudo, y se marchó a paso rápido.