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Aunque lo que más le apetecía era seguir examinando la agenda, tenía que ir a ver a Jónas, que debía de saber que Þóra no tenía ninguna ocupación especial, de modo que sería difícil explicar un retraso tan largo. Sin embargo, pasó unas cuantas páginas más, hasta que llegó a unas que eran similares a las que contenían los esquemas. Se encontraba allí bocetos del plano de una casa, dos cuadrados parecidos, uno al lado del otro, que representaban una habitación cada uno. Se mostraba una escalera en el mismo lugar, en el interior de ambos. Se trataba, claramente, de una casa de dos pisos. Las habitaciones estaban cuidadosamente indicadas: sala, comedor, cocina, despacho, dormitorio, retrete, etcétera. Había diversas cosas garabateadas en los espacios. Entre otras cosas se podía leer: ¿Año de construcción 1920? ¿Humedad en la pared exterior SO? ¿Zócalos? Birna también había escrito una pregunta que, evidentemente, le resultaba inquietante, porque la había enmarcado y subrayado varias veces: ¿Quién era Kristín? Þóra volvió a mirar el plano de la casa. Una de las habitaciones del piso superior estaba marcada Dormitorio, como las otras dos, pero en aquella estaba escrito con letra más pequeña: ¿Kristín? Pasó páginas en busca de algo que indicase que aquellos esquemas correspondieran a una casa vecina, pero no vio nada. En lo más alto de la página anterior ponía, en cambio, Kreppa que, si recordaba bien, era el nombre de la granja, y no una especulación de Birna sobre el futuro económico de Islandia. Aunque ese fuera el significado de la palabra, aquello no iba de ninguna «crisis». Cerró el libro y lo dejó encima de su maleta. El personal de limpieza no se pondría a cotillear.

* * *

Jónas parecía preocupado y menos satisfecho de sí mismo que de costumbre. Le pidió a Þóra que se sentara en una de las incómodas sillas para visitantes que había delante de su mesa de escritorio, mientras él se reclinaba en su mullido sillón de cuero detrás de la mesa. Esta vez no le ofreció té de hierbas, para gran alivio de Þóra.

– ¿Qué quería la policía, Jónas? -preguntó Þóra para romper el hielo.

Jónas suspiró.

– ¿Todo el mundo sabe que estuvieron aquí?

– Bueno, yo no puedo hablar por los demás, pero no creo que sea la única que lo sabe. La gente más inverosímil es capaz de reconocer a la policía en cuanto la ve -respondió Þóra-. ¿Qué querían?

Jónas suspiró de nuevo, aunque ahora el suspiro fue más profundo que la primera vez. Sacó de su muñeca izquierda un reloj de pulsera de acero con una gran piedra marrón, y se puso a frotarlo pensando en otra cosa antes de responder a la pregunta.

– Han encontrado un cadáver en la playa. El cuerpo de una mujer. Creen que se trata de Birna, la arquitecta de la que te hablé ayer. -Volvió a centrar su atención en el reloj de pulsera, acariciándolo tranquilamente, ahora con los ojos cerrados.

– Vaya -dijo Þóra-. ¿Mencionaron algo sobre la causa de la muerte? Puede haber razones muy diversas para la aparición de personas muertas en una playa. Con frecuencia se trata de suicidios.

– No creo que se haya suicidado -replicó Jónas, abatido-. No era de ese tipo de persona.

Þóra no pudo objetar que no eran sólo las personas de un tipo determinado quienes se quitaban la vida.

– ¿Qué te ha dicho la policía? Eso es lo más importante. Es de suponer que habrán estado en el lugar donde la encontraron.

Jónas apartó los ojos de su reloj y miró a Þóra

– No dijeron nada directamente. Fue más su forma de comportarse y lo que no dijeron. -Se concentró de nuevo en el reloj-. Por ejemplo, si se hubiera ahogado, si se hubiera golpeado contra una piedra o cualquier otra cosa que apuntara a un accidente, seguramente me habrían interrogado sobre sus costumbres. ¿Pasaba mucho tiempo en la playa? ¿Paseos en barca? ¿Nadaba en el mar? Pero no me preguntaron absolutamente nada. Lo único que querían saber era si habíamos echado a alguien en falta y si reconocía a una mujer que describieron a muy grandes rasgos. -Jónas miró repentinamente a Þóra-. Ahora que me doy cuenta, fue muy extraño que no describieran ningún rasgo del rostro. ¿Le faltaría la cabeza? -Se apresuró a añadir, antes de que Þóra consiguiera responder algo-: No, seguro que no, describieron el pelo. -Abrió mucho los ojos-. ¿A lo mejor alguien le cortó la cabeza, le quitó el cuero cabelludo y lo puso encima del cadáver?

Þóra puso fin a aquella sucesión de ideas absurdas.

– Me parece que estás dejando volar la imaginación, pensando toda clase de disparates. Pero sí que estoy completamente de acuerdo en que todo parece indicar que lo sucedido es algo más que un simple accidente. -Þóra hizo un esfuerzo para añadir lo que dijo a continuación-: ¿Los policías han registrado su habitación?

– Uno de ellos echó un vistazo al interior. El otro esperó conmigo en el pasillo. Sólo estuvo dentro un minuto o algo así, y cuando volvió se limitó a sacudir la cabeza.

– ¿No dijo nada de si había pasado algo anómalo en la habitación, ni preguntó quiénes tenían llave? -Un leve rubor recorrió las mejillas de Þóra.

– No, ni una palabra de todo eso. Prohibieron taxativamente que nadie entrase allí hasta que la policía científica hubiera terminado de hacer su trabajo en ella, y luego me pidieron que les enseñara el coche de Birna. Llevaban en una bolsita una llave electrónica que lo abría.

Þóra asintió pensativa. Realmente no parecía haber duda sobre la identidad de la muerta.

– Vaya, venga. -Miró a Jónas y esperó, incómoda, a que terminase de juguetear con aquel dichoso reloj. Sin duda tendría algo que ver con las terapias no convencionales, los campos de energía o algo por el estilo-. ¿Alguien deseaba la muerte de Birna? ¿Estaba metida en algún lío?

Jónas sacudió la cabeza lentamente.

– No, era una persona normal. -Þóra fue incapaz de imaginarse lo que aquel hombre podía considerar normal, pero concluyó que su escala de valores sería distinta a la suya propia-. Una persona excelente y una arquitecta brillantísima. -Jónas sonrió con dificultad-. Era Capricornio, constante y sincera. Sobre todo, una persona estupenda. Toda una persona de honor.

– ¿Pero nadie tuvo nunca un problema con ella? -preguntó Þóra-. ¿No se te ocurre nadie que hubiera podido tener algún enfrentamiento con ella que pudiera desembocar en semejante barbaridad?

Jónas volvió a ponerse el reloj en la muñeca y ahora dedicó a Þóra toda su atención.

– Hombre. Se me pasó por la cabeza si podía tener alguna relación con las apariciones.

Þóra ni siquiera sonrió.

– ¿Estás insinuando que uno de los fantasmas que aparecen por aquí ha cometido un crimen?

Jónas se encogió de hombros y levantó las manos abiertas.

– ¿Qué sé yo? Sencillamente, todo esto parece demasiada casualidad. Esta casa está embrujada. Birna aparece muerta justo ahí delante. Ella estaba trabajando en las reformas. Los fantasmas quieren mantener su entorno exactamente igual a como era cuando fallecieron. Luchan con uñas y dientes contra cualquier clase de alteración. ¿Qué va a pensar uno?