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– Sí, es cierto. Originalmente eran dos terrenos que se fusionaron. Uno se llamaba Kreppa, el otro Kirkjustétt. -Jónas se encogió de hombros con indiferencia-. Birna se pasó mucho tiempo estudiando las peculiaridades de la propiedad.

– ¿Sí? ¿Y por qué? -preguntó Þóra, con más curiosidad todavía-. ¿Sigue en pie la vieja granja?

– Sí, está todavía en su sitio. Originalmente íbamos a construir el nuevo edificio al lado, como hicimos aquí, pero a Birna no le pareció bien. Pensaba que había demasiada distancia de un sitio a otro, y además le parecía que la casa estaba demasiado deteriorada. Puedes echarle un vistazo mañana, si quieres. Las llaves están debajo de una piedra, al lado de la entrada de la casa. Es interesante de ver, porque aún tiene todo el mobiliario antiguo.

– ¿Cómo es posible? -preguntó Þóra-. Cuando se realizó la venta, nadie vivía en las tierras.

– Ni idea -respondió Jónas-. En realidad, puede ser que ya se hayan llevado parte de esos trastos viejos, porque la hermana… -Jónas buscó en los recovecos de su memoria el nombre de la mujer. Hizo un círculo tras otro con el dedo mientras pensaba.

– ¿Te refieres a Elín Pórðardóttir? ¿La que te vendió las tierras? -intervino Þóra.

– Sí, justo -exclamó Jónas. El dedo índice se detuvo en mitad de un círculo-. ¡Elín, la hermana! Llamó aquí hace un par de meses y dijo que por fin podrían llevarse los trastos. Yo estaba en el pueblo, así que no hablé personalmente con la mujer, sólo recibí el recado, me lo dio Vigdís, la de recepción. Su hija vino un poco después y le explicaron dónde podría encontrar la llave. Quizá lo mejor haya sido que ninguno de los dos se reuniera conmigo, porque yo les habría soltado unas cuantas cosas sobre las apariciones.

Þóra se sentía incapaz de seguir hablando de fantasmas.

– ¿Cómo es que querían el mobiliario? -preguntó-. No recuerdo que se discutiera ese asunto al cerrar la venta.

– Ya, fue cosa de palabra -explicó Jónas-. Lo discutieron conmigo en algún momento del proceso, y yo les dije que se llevaran lo que quisieran. -Y añadió triunfante-: En realidad, les indiqué que prefería que lo hicieran lo antes posible, porque quería utilizar la casa o derribarla.

Þóra asintió con la cabeza. Miró el reloj de la pared.

– Quizá vaya a verla durante el fin de semana. Quién sabe si me encuentro a la tal Elín o a su hermano. -Echó un vistazo a su reloj de pulsera-. Creo que esperaré hasta mañana para revisar las cajas. Ya se ha hecho demasiado tarde.

Jónas estuvo de acuerdo.

– No son cosas que convenga mirar antes de dormir, te lo aseguro. -Sonrió estúpidamente-. Crea uno en fantasmas, o no.

* * *

La ropa de cama era la mejor que Þóra había usado nunca. Bostezó y se estiró, decidida a disfrutar al máximo del sueño. El grueso almohadón de plumas encajaba perfectamente en su cuello, y se propuso preguntarle a Jónas dónde había comprado aquella maravilla. Alargó la mano hacia la mesilla para agarrar el mando a distancia y apagó la televisión. Sintió cómo el sueño la iba invadiendo mientras cerraba los ojos, y poco después su respiración era ya regular y sus pensamientos habían perdido todo contacto con lo terrenal. Por eso, ni siquiera se despertó por un instante cuando un débil gemido infantil penetró por la ventana abierta.

SÁBADO 10 de junio de 2006

Capítulo 6

Pocas cosas le disgustaban más a Gauti que trabajar en una autopsia un sábado por la mañana temprano, y peor aún si había tenido que hacer los preparativos la noche anterior. Las noches de los viernes se podían dedicar mil veces mejor a cualquier cosa que no fuera el olor de desinfectante y la compañía de los muertos en el sótano del Hospital General. A esas horas tenía que estar en un bar rodeado de mujeres fáciles, envuelto en una espesa nube de humo de los cigarrillos. Gauti pensó si debería cambiar de trabajo de una vez por todas. Ahora todos parecían encontrar empleos bien pagados. Más o menos. No estaba seguro de que el gremio bancario fuera a aceptar sin más sus cinco años de experiencia como ayudante de autopsias, pero todos sus colegas parecían haber conseguido algún trabajo. Intentó imaginarse a sí mismo con chaqueta y corbata detrás de una mesa, un ejecutivo dedicado a hacer la autopsia de la situación financiera de los clientes y a darles después buenos consejos que, a fin de cuentas, les conducirían al aumento de sus deudas. No, de momento, la convivencia con los muertos era más variada y entretenida. Examinó la bandeja del instrumental y comprobó que todo estaba en su sitio, también el cadáver, cubierto con una sábana blanca. Sólo faltaba el forense. Gauti miró el reloj que colgaba en la pared detrás de él. El médico llegaba tarde. Hrannar Pétursson. Suspiró. Todo lo malo siempre podía empeorar. Era un engreído de lo más fastidioso y que, encima, era un especialista poco serio. Sus descuidos en el trabajo no le habían acarreado nunca ninguna consecuencia, pero algunas veces Gauti había tenido que señalarle algunos errores tan evidentes que incluso él se había percatado de ellos. Que Gauti le indicara sus equivocaciones ponía de los nervios a Hrannar, pero hacía como si nada, e incluso se divertía sacándole de quicio.

La puerta de la sala de autopsias se abrió y Hrannar entró con grandes aspavientos. Iba acompañado de un joven al que Gauti ya conocía, pero cuyo nombre no recordaba. Había estado haciendo algo en el departamento la semana anterior, pero Gauti sabía que nunca había asistido a una autopsia.

– Buenos días -saludó Hrannar con altanería, señalando con la mano a su acompañante-. Éste es Sigurgeir, estudiante de quinto año de medicina, al que he autorizado a acompañarme. No todos los días podemos examinar un cadáver como éste.

Gauti hizo una señal con la cabeza dirigida a Sigurgeir, que sonreía tenso, y levantó la sábana que cubría el cuerpo. Observó la reacción del estudiante. El joven apenas pudo contener las ganas de vomitar que se adueñaron de él. Hrannar hizo como si no se diera cuenta, inclinándose tanto sobre la cabeza de la muerta que su nariz casi la rozó. Luego se incorporó, sacó el dictáfono y comenzó la clase.

– Sobre la mesa yace una mujer desconocida que fue hallada muerta en una playa del sur de Snæfellsnes. Los rasgos del rostro son irreconocibles a causa de considerables heridas que pueden haber sido infligidas post mortem por algún animal…

* * *

– Papá no es nada divertido. Lo único que hace es dormir. Y Gylfi, lo mismo. Quiero irme contigo.

Þóra se quitó las legañas de los ojos y se incorporó en la cama, apoyada en la almohada. Había agarrado el móvil que estaba sobre la mesilla de noche, respondiendo sin haber conseguido despertar del todo, y carraspeó antes de contestar a su hija. Recordaba muy vagamente algo sobre un sueño de fantasmas y niños que lloraban, pero aquella imagen se le escapaba y no consiguió recuperarla.

– Hola, Sóley. ¿Te has despertado ya? -Miró el reloj y vio que eran las ocho menos veinte-. Uf. Pero si es tempranísimo, cariño. Hoy es sábado. Papá y Gylfi quieren dormir bien para poder ser más divertidos el resto del día.

– Puf. -La suave vocecita estaba llena de reproche-. No serán nada divertidos. Sólo me lo paso bien contigo. Tú sí que eres divertida. -La conexión era tan mala que la voz de Sóley parecía salir del interior de un barril.

«Las cosas son como son», pensó Þóra, que conocía por propia experiencia que aquella admiración tardaría en desaparecer. Sóley sólo tenía seis años, y aunque estaba a punto de cumplir los siete, quedaban por delante bastantes años en los que Þóra desempeñaría el papel primordial en su vida.

– Regresaré a casa pasado mañana por la tarde. Entonces haremos algo divertido. Te llevaré conchitas de la playa, si quieres.