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En la misma página había otra foto con el mismo tema aunque ahora se había sumado otra pareja. Þóra volvió a colocar la primera foto en su lugar y sacó la otra. Con la misma caligrafía se podía leer que además de Bjarni y Aðalheiður, estaban allí también Grímur Pórólfsson y Kristún Valgeirsdóttir. No hacía falta comprobar que tenían el mismo patronímico para darse cuenta de que Bjarni y Grímur eran hermanos. Había escasa diferencia en su aspecto, aunque vistieran ropas bastante diferentes. Observó detenidamente la imagen, pero no pudo leer nada en el gesto de aquellas personas, porque el sol les hacía tener la cara arrugada. Sí que vio, sin embargo, que la que debía de ser la esposa de Grímur era muy distinta a la rubia Aðalheiður. Parecía mayor en edad y bienestar, si tal descripción existiera. Era más gruesa y una cabeza más baja, e iba vestida con una falda de diario, un grueso jersey y zapatos planos. El cabello oscuro estaba recogido detrás de forma muy sencilla. Þóra se preguntó cómo habrían acabado juntas aquellas dos mujeres tan distintas. Pasó página.

En la plana siguiente había tres fotos de la joven pareja, Bjarni y Aðalheiður, todas en el exterior. Había pocas variaciones con respecto a las primeras fotos, con la excepción de que la joven ya no llevaba sombrero en la cabeza. Þóra siguió pasando páginas y estudió dos fotografías en las que el hermano mayor y su esposa estaban junto a la pareja más joven, pero al grupo se había añadido un niño pequeño: una muchachita de cabello oscuro, gordita, como era costumbre en aquellos tiempos. Þóra miró detrás de la foto y vio que la niña se llamaba Edda Grímsdóttir, hija del hermano mayor. La foto había sido tomada el año 1922, y la criatura parecía tener un año de edad. Las fotos siguientes habían sido tomadas con intervalos de varios años. En una, que tenía la indicación del año 1923, Þóra tuvo la clara sensación de que Aðalheiður, la más joven de las dos mujeres, se encontraba en estado, pero en las fotografías posteriores no había ni huella de un niño. Nada hasta que dio con una foto del año 1924. Había allí una foto de una pareja joven con un bebé de meses en brazos. Había sido tomada en un taller de fotografía. El bebé estaba envuelto en un mar de puntillas, y en la parte de atrás de la foto se comprobaba que era una niña de nombre Guðný. A continuación, venía otra foto de una niña, pero era extrañísima. La pequeña parecía dormida, vestida con un gorro de ganchillo que le cubría la coronilla, y un vestidito de ganchillo. El cuerpo estaba en una posición sorprendente, si es que la niña estaba realmente dormida. Ninguno de los dos hijos de Þóra había dormido jamás en aquella postura, con las manos cruzadas sobre el pecho y las piernas estiradas. Þóra despegó la foto y miró lo que ponía detrás. Estaba escrito el nombre de la niña, Edda Grímsdóttir, y dos años, con una cruz negra trazada delante del segundo. Había muerto el mismo año que Bjarni y Aðalheiður habían tenido a su pequeña. Þóra volvió a colocar la foto en su sitio y resopló. Sabía que en aquella época se tenía por costumbre fotografiar a los difuntos, pero nunca había visto una imagen como aquélla, y mucho menos la había tenido en las manos. Pensó si se trataría de la fotografía a la que se refería Jónas cuando dijo que había visto una foto del fantasma.

Tuvo la sensación de que ya había empezado a conocer a la gente de la granja cuando hojeó el resto de las páginas. En realidad, aquella imaginada familiaridad tuvo el efecto de que se quedara un tanto mustia al ver lo mal que se había portado el tiempo con aquella familia. Por ejemplo, no se veían fotos del hermano mayor posteriores al año 1925. Seguramente él y su esposa se habían trasladado a otro lugar o habían desaparecido de la vida del matrimonio más joven, por algún motivo. Tal vez la pérdida de su hija Edda había sido la causa de su abandono del hogar. Aðalheiður desaparecía también de las fotos a partir de 1927. La última foto en la que se la veía mostraba claramente que estaba en estado de buena esperanza, pero era de 1926. La caligrafía del dorso de las fotos cambiaba también a partir de esa fecha; era una escritura mucho más descuidada y no hacía falta ser un experto grafólogo para comprender que se trataba de escritura masculina. Þóra creyó vislumbrar un gesto apenado en Bjarni, el marido de ella, a partir de entonces. En las fotos, sin embargo, estaba siempre sonriendo cariñosamente a Guðný, quien, a juzgar por las fotos, iba creciendo estupendamente, bella como su madre y, al mismo tiempo, muy parecida a la familia de su padre.

El álbum de fotos no estaba lleno. Las últimas dos imágenes de Guðný la mostraban de pie frente a la pared de la casa, que parecía el lugar favorito de la familia a la hora de sacarse fotos. Ahora se había convertido en una muchachita adolescente, de formas bien marcadas y con el cabello rubio ondulado. Þóra se imaginó que debían de haberla considerado una preciosidad, ya que su aspecto no desmerecía en lo más mínimo del de las poquísimas estrellas de cine que Þóra recordaba de aquella época. Las dos fotos eran del año 1941, y habrían sido deliciosas si Guðný hubiera estado sola en ellas. No era así, porque la muchacha estaba flanqueada por dos hombres jóvenes, con la espalda tiesa como un palo y rostro solemne. No era la estúpida pose de los jóvenes lo que hacía extraña aquella foto, sino sus ropas. Los dos llevaban unos sencillos pantalones oscuros y camisas blancas, y en el brazo una banda con la cruz gamada. En el pecho se cruzaba un extraño cinturón con una correa, y en una mano sujetaban un gran mástil de bandera, que no ondeaba, sino que colgaba inmóvil. Pero no hacía falta verla para sacar la conclusión de que sería la bandera del partido nazi, porque lo más alto del mástil estaba coronado por la cruz gamada que Þóra había encontrado en la primera caja. La vaina estaba destinada, evidentemente, a insertarla en aquel lugar. El nombre de aquellos hombres no estaba anotado en la parte posterior de la foto, solamente el año y el nombre de Guðný.

A continuación venían solamente tres planas vacías. En la primera de ellas resultaba evidente que habían quitado una foto, la superficie oscura que marcaba el lugar donde había estado pegada llamaba la atención con sus bordes levantados y las bolsitas triangulares de las esquinas aún pegadas. Þóra sacudió el álbum con la esperanza de que alguien hubiera metido alguna otra foto entre las páginas, pero nada cayó. Lo dejó a un lado.

Se puso en pie. La luz de aquel sótano en tinieblas era tan mortecina que, sin duda, estudiaría mejor las fotos en su habitación. Además, quería preguntarle a Jónas si alguna de las niñas del álbum era el fantasma que decía haber reconocido en una foto. Se produjo un chirrido en cada escalón de la escalera de madera que llevaba al exterior, y Þóra dio gracias por no tener sobrepeso. Cuando llegó al nivel del hotel respiró hondo, contenta de haber dejado atrás el olor a moho. Disfrutó del aire fresco unos instantes y luego dirigió sus pasos hacia la puerta de entrada.

Delante de una ventana del pasillo vio a Sóldís, la muchacha que la había acompañado a la habitación a su llegada, el día anterior. Estaba fumando, apoyada en la pared de la casa. Þóra decidió dar un rodeo para charlar con ella un poco más tranquilamente sobre las historias que, según había insinuado, circulaban sobre la casa o el terreno.

– ¡Hola, Sóldís!

La muchacha se dio la vuelta. Su gesto era tan inexpresivo que Þóra no pudo distinguir si se alegraba o se sentía molesta de volver a verla. En todo caso, no huyó.

– ¿Sí?

Þóra se dirigió hacia la muchacha.