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– Bueno, le pregunté, pero ella no sabía nada. Sí que he oído hablar de otra mujer que a lo mejor podía ser una hija del granjero que vivía aquí antes. Se llamaba Bjarni, si recuerdo bien. -Sóldís hizo una pausa antes de continuar-. Todo el mundo hablaba de que abusaba de su hija. Incesto.

– Anda -exclamó Þóra. A su memoria acudieron las imágenes del álbum, sobre todo de Guðný y su padre Bjarni. Ni se le había pasado por la cabeza algo así.

La chica se encogió de hombros.

– Murieron los dos. De tuberculosis.

Þóra asintió moviendo la cabeza lentamente.

– Ya, ya veo. Pero ¿tú qué piensas? ¿Qué el fantasma es esa chica de la granja?

Sóldís miró a Þóra a los ojos.

– Yo he visto al fantasma, pero a ella no la he visto nunca, de modo que ¿qué sé yo?

– ¿Tú has visto al fantasma? -preguntó Þóra, atónita.

– Sí -fue la engreída respuesta. La mirada de Sóldís era provocadora, como si estuviera retando a Þóra a que osara poner en duda la veracidad de aquello.

– Comprendo -dijo Þóra con prudencia-. ¿Dónde viste el fantasma, si puedo preguntar?

– Ahí fuera. En la niebla. No la vi con detalle, pero estoy totalmente segura de que se trataba de una niña. Þóra asintió.

– ¿No sería el niño de alguno de los vecinos? -preguntó con prudencia.

Sóldís rió burlona.

– ¿De alguno de los vecinos? ¿Qué vecinos? Hay cinco kilómetros hasta la granja más cercana, y ellos tienen un chico, ¿entiendes? Y no creo que se le pase por la cabeza venir aquí a pasear entre la niebla. ¿Para qué?

Þóra tuvo que confesar que sería poco lógico. Estaba pensando en hacerle alguna pregunta más, cuando sonó su móvil.

– Hola, Þóra -dijo la familiar voz de Matthew-. ¿Ya has decidido si me dices dónde estás, o tengo que organizar un equipo de búsqueda? Estoy en el aeropuerto de Keflavík. Acabamos de aterrizar.

Capítulo 8

– Te estoy diciendo que alguien ha asaltado mi almacén -dijo Stefanía, golpeándose furiosa los muslos con las manos. Intentaba que la maliciosa risita de Vigdís, la recepcionista, no la pusiera aún más nerviosa. Ya estaba bien. Alguien había forzado el candado del pequeño almacén donde guardaba sus artículos, y aunque no parecía haber desaparecido nada, ese detalle no alteraba la seriedad del caso. Stefanía estaba acostumbrada a que las mujeres no la comprendieran. No estaba segura de si se debía a su aspecto, o si tenía algo que ver con su especialidad laboraclass="underline" consejera sexual. Muchas veces tenía la sensación de que sus compañeras de género pensaban que había optado por aquella disciplina única y exclusivamente para poder ligar, lo que, efectivamente, sucedía de vez en cuando. Pero eso no era culpa suya. Hizo una mueca de furia-. No es broma. El candado está destrozado. Puedes venir y verlo tú misma si no me crees.

Vigdís enarcó las cejas.

– No es necesario ponerse tan alterada. Tienes que comprender que no existe ningún motivo para montar este numerito sobre el asalto, porque no han robado nada. -Se volvió nuevamente hacia el ordenador. No aguantaba a Stefanía y su rollo sexológico. Fuese a donde fuese aquella mujer, siempre había algún lío, y esa estupidez del asalto se la había inventado nada más que para llamar la atención. Pero esta vez no creía que fuera a conseguirlo, pues tenía que competir con el hallazgo de un cadáver. Apartó los ojos de la pantalla para mirar a Stefanía, y los clavó en ella-. De modo que no sé qué buscas aquí, en realidad.

A Stefanía le habría encantado más que nada en el mundo que aquella idiota de Vigdís se tirara a un estanque lleno de pirañas, pero decidió no mostrarse afectada.

– ¿Qué busco? No lo sé. ¿Pero no sería correcto, por lo menos, que Jónas se enterase de que alguien ha forzado el candado de un almacén cerrado bajo llave? ¿Quién sabe si era algún drogadicto en busca de droga? Podría volver.

– ¿De droga? -exclamó Vigdís escandalizada-. ¿Quién iba a ponerse a buscar droga en ese cuartucho tuyo? Esto es un hotel especializado en terapias naturales y temas espirituales. No hay en todo Snæfellsnes un sitio más improbable para almacenar estupefacientes o medicinas.

Stefanía respiró hondo.

– Perdona, pero los que están metidos hasta las cachas en las drogas puede que no estén enterados de la especialidad del hotel. Aparte de que podría haber sido alguno de los huéspedes. -Y añadió con una sonrisa empalagosa-: O algún empleado.

La reacción de Vigdís fue bronca:

– ¿Un empleado? ¿Estás loca?

– Lo digo por decir. Si no ha sido un drogadicto, entonces tuvo que ser una persona normal y corriente. Quizá se moría de ganas por poseer alguna de las cosas que vendo, pero le daba vergüenza pedirla de modo normal. ¿Quién sabe? -Stefanía abrió mucho los ojos en artificial asombro.

Vigdís estaba decidida a no dejarse enredar en charlas sobre cremas sexuales e instrumentos auxiliares de la vida amorosa. Stefanía sabía que aquel tema de conversación le resultaba desagradable, y Vigdís no quería hacerle el favor de ponerse colorada.

– Y entonces, ¿por qué no robaron nada?

Stefanía vaciló por un momento.

– Bueno, no lo sé. Naturalmente no he mirado en todas las cajas ni he comprobado si estaba absolutamente todo. A lo mejor se llevaron algo. -No llegó más allá en sus especulaciones.

– Es excesivo, con lo que está pasando, empeñarse en darle vueltas a un asalto en el que «quizá» pueden haber robado algo. -Vigdís hizo un gesto con los dedos dibujando las comillas en el aire, al tiempo que decía «quizá».

– ¿Y entonces? -preguntó Stefanía inquisitiva-. ¿Qué ha pasado? -Le fastidiaba la frecuencia con que sucedía algo cuando ella no estaba. Por las noches se iba a Hellnar, a su casa, y rara vez trabajaba en festivo. A lo mejor ésa era la única razón por la que encajaba tan mal con los demás los empleados, que en su mayoría se alojaban en unos bungalós que Jónas había hecho construir al lado del hotel.

– Han encontrado un cadáver en la playa. Ahí abajo, en la playa, justo al lado de las rocas. -Vigdís hizo un silencio dramático antes de continuar-. Seguramente se trata de Birna, la arquitecta. -Volvió a quedarse en silencio por un momento-. Probablemente la asesinaron. -Se llevó una alegría al ver que Stefanía palidecía y se ponía las manos en el pecho.

– ¿Te lo estás inventando? -preguntó Stefanía, articulando las palabras con dificultad.

– Noooo. Tal como te lo cuento. Muerta, probablemente asesinada. -Vigdís se volvió de nuevo hacia el ordenador y cambió de tema para fastidiar a Stefanía-. ¿Te sobra alguna caja vacía para la abogada? Necesita una grande para meter unas cosas.

– ¿Eh? Sí, sí, claro -respondió Stefanía con la cabeza en otro sitio. ¿Qué demonios había pasado? Pensó en los consejos que le había dado a la pobre mujer muy poco tiempo atrás. ¿Habrían sido la causa de que perdiera la vida? Stefanía farfulló algo incoherente, haciendo que se despedía, y se apresuró a marcharse. No quería que vieran cómo le había afectado la noticia. Pero había algo que sí precisaba saber exactamente. Se dio media vuelta-. ¿El sexo tuvo algo que ver en el asunto? ¿Sabes si la violaron, o algo por el estilo?

– Sí, creo que sí -respondió Vigdís sin tener ni idea al respecto. Algo le decía que aquella respuesta le sentaría como un mazazo.

Stefanía fue directamente, con el rostro completamente rojo, hacia su despacho. No necesitaba más datos.

* * *

Þóra dejó caer la pesada caja sobre la cama recién hecha de su habitación del hotel. No entendía muy bien las indicaciones que llevaba en los laterales. Cuando recogió la caja en recepción pensó, en un principio, que serían objetos de broma, cámaras fotográficas de pega o cosas por el estilo. En todos los laterales de la caja ponía en grandes letras negras: Vibrating Dildo – Genuine Rubber – New Aloe Vera Action! Para quienes no tuvieran buenos conocimientos de inglés, debajo del texto había un dibujo del contenido. Þóra se había puesto colorada hasta la raíz de los cabellos cuando, en la recepción, tomó la caja de manos de Vigdís, que le dijo, aprovechando la ocasión: