Выбрать главу

– Uf, vaya susto. -Se dio la vuelta para seguir mirando al exterior-. Están examinando el coche de Birna, me parece. Dios sabe por qué.

Vigdís entornó los ojos para ver mejor.

– ¿Será que sospechan que la mataron en el coche, a lo mejor?

Jónas sacudió la cabeza.

– No creo. Hace días que el coche no se ha movido de allí. Recuerdo que se lo dije.

– ¿Y eso qué cambia? -preguntó Vigdís-. Quiero decir, la podrían haber matado en el coche ahí fuera.

Jónas se volvió hacia ella enfadado.

– ¿Qué estupideces dices? Ante todo, no tenemos ni idea de si se trata de un crimen, de modo que no nos tenemos que preocupar lo más mínimo sobre el lugar donde haya podido cometerse.

Vigdís se encogió de hombros.

– ¿Quién crees que puede ahogarse en esa playa? Es así de honda. -Marcó un centímetro de distancia entre el índice y el pulgar-. Tienen que haberla asesinado.

Jónas iba a responder a Vigdís y a pedirle que no exagerase tanto, cuando vio a uno de los policías sacar un teléfono del bolsillo. El débil sonido de la llamada llegó hasta ellos. El policía respondió y pudieron ver que hablaba con alguien. Enseguida levantó los ojos y miró hacia la puerta de entrada. Se quedó con los ojos fijos en Jónas, que estaba al lado del cristal y empezó a notar un desagradable cosquilleo en el estómago. El agente de policía concluyó la conversación sin apartar los ojos del propietario del hotel, y se dirigió a la entrada.

– ¡Jo! -le susurró Vigdís a Jónas-. ¿Lo has visto? Parece que viene a hablar contigo.

* * *

Þóra se dirigió a toda prisa a la oficina de Jónas. La había llamado requiriendo su presencia, diciéndole únicamente que la policía estaba preguntándole unas cosas de las que no tenía ni idea. Las palabras de Matthew acerca de Jónas parecían haber sido premonitorias, y ella no pudo evitar pensar en que, a fin de cuentas, quizá el glaciar sí poseía una fuerza sobrenatural.

– Perdón -dijo después de tocar en la puerta del despacho y abrir. Jónas estaba sentado detrás de su escritorio, frente a otro hombre con el rostro enrojecido. Éste se encontraba de espaldas a ella, pero se giró cuando la oyó decir, en tono tranquilizador-: ¿Va todo bien?

– No, no va todo bien, en absoluto -bramó el propietario del hotel, que se levantó para arrastrar una tercera silla hacia su mesa.

El agente de policía era de mediana edad y con aspecto rudo. Se levantó cinco centímetros en su silla y le dio la mano a Þóra. Aquello fue suficiente para que ella pudiese comprobar que era un hombre extraordinariamente grande y fuerte.

– Hola. Me llamo Pórður Kjartansson. Policía de investigación.

– Hola. Þóra Guðmundsdóttir, abogada. -Se estrecharon la mano-. ¿Cuál es el problema? -preguntó a Jónas.

– Pues que resulta que creen que yo tuve algo que ver con la muerte de esa mujer -exclamó Jónas fuera de sí. Hizo un gesto con la mano para señalar al hombre que tenía delante, y añadió-: Les dejo revisar mi ordenador y mi impresora, y ahora dice que también tiene una orden para llevarse mi teléfono móvil. -Jónas estaba tan furioso que hasta le faltaron las palabras adecuadas y se contentó con mirar a Þórólfur con los ojos cargados de odio.-Comprendo -dijo Þóra con tranquilidad-. ¿Puedo ver la orden? Soy la abogada de Jónas y él ha solicitado mis servicios legales.

Þórólfur le entregó el papel sin decir una sola palabra. Þóra leyó rápidamente el texto y vio que era una orden del Juzgado de Distrito de Vesturland para requisar el teléfono móvil de Jónas Júlíusson. La justificación era el interés del mismo para la investigación del asesinato de Birna Halldórsdóttir. El corazón de Þóra dio un brinco. Ahora ya lo sabía con toda claridad.

– ¿Puedo preguntar por qué es necesario el teléfono? -preguntó con tranquilidad.

– Consideramos que el teléfono puede contener información que pueda sernos de utilidad -respondió Pórúlfur sin gesto alguno.

– En un teléfono como éste hay información de muchos tipos -replicó Þóra con tranquilidad, intentando recordar qué clase de secretos podría tener Jónas. Si hubieran querido averiguar a quién había telefoneado, lo hubieran conseguido en la compañía telefónica. De modo que tenían que andar detrás de alguna otra cosa, el calendario o quizá las fotos, si disponía de cámara. Lo que era realmente extraño en la orden era que la policía tuviera interés sólo en el teléfono. No iban a realizar el típico registro domiciliario, a menos que existiera otra orden diferente-. Aquí dice que pueden llevarse el teléfono, pero no menciona para nada la tarjeta. ¿Puede conservarla? -preguntó Þóra con la débil esperanza de que lo que querían tuviese relación con la tarjeta telefónica y no con el propio teléfono.

Þórólfur le arrebató la orden.

– Dice «el teléfono móvil de número…». -Pasó la página y cuando encontró lo que buscaba se volvió victorioso hacia Þóra y puso un dedo sobre el texto-. «667-6767». Ya ve, es el número de Jónas. Además, se indica que él es el usuario registrado del mismo. Si me entrega el teléfono sin la tarjeta, no estará entregándome lo que aquí se estipula. -Se echó atrás en la silla, satisfecho, y se dirigió a Jónas-: No tiene más remedio que entregarme el teléfono.

Þóra miró a Jónas.

– ¿No te parece conveniente hacerlo?

Jónas resopló como una ballena.

– Por supuesto que no. ¿Qué voy a hacer sin teléfono? Claro que la cobertura en este sitio no da para mucho, pero me es igual. Este teléfono es mío.

– Le recomiendo que aconseje a su cliente que me entregue lo que estipula la orden. No hacerlo sería un gravísimo error. -Þórólfur no podía disimular que tanto tira y afloja le estaba poniendo nervioso.

– Yo no maté a Birna. -Jónas dio un puñetazo sobre la mesa-. ¿Cómo puede habérseles pasado semejante cosa por la cabeza?

– Nadie afirma tal cosa. Y yo, menos que nadie -respondió Pórúlfur, algo más tranquilo-. Pero su forma de comportarse suscita ciertas dudas.

– Pero ¿qué está insinuando? -bramó Jónas, dando otro golpe en la mesa, ahora con tanta fuerza que el soporte de plumas y algunos otros objetos saltaron sobre la superficie-. Yo no tengo nada que ver con este crimen y exijo que me hagan la prueba del detector de mentiras para demostrarlo. El teléfono no se lo llevan.

Þóra se inclinó hacia Jónas y le agarró la mano suavemente.

– Querido Jónas, en Islandia no se utiliza el detector de mentiras. En este país carece de toda fuerza probatoria. Te aconsejo que le entregues el teléfono. Sobre todo si no has hecho nada malo.

– Ni hablar -se negó Jónas con vehemencia. Cruzó los brazos sobre el pecho y se echó atrás en su silla como para enfatizar todavía más su decisión. Luego se inclinó hacia Þóra y le susurró al oído-: No se pueden llevar el teléfono. Créeme, de verdad, sería terrible. -Volvió a echarse atrás y sonrió al policía.

– Perfecto. Comprendo. Dame tu teléfono. -Le miró fijamente a los ojos-. Confía en mí.

Jónas la miró confundido.

– No. Tú no se lo darás a la policía.

– Jónas. Te repito que confies en mí. -Þóra extendió la mano abierta hacia arriba.

Jónas la miró sin saber muy bien a qué atenerse. Tras una breve reflexión sacó su teléfono de un bolsillo de la chaqueta que colgaba en el respaldo del sillón, pasándoselo a Þóra, pero sin soltarlo-. No puedes dejar que se lleve el teléfono.

La abogada asintió.

– Ya lo sé. Puedes soltarlo. -Dio un suspiro de alivio cuando Jónas se lo entregó, por fin. Se alegró al ver que el móvil no tenía cámara de fotos.

– Haga el favor de entregarme el teléfono -ordenó Þórólfur, alargándole el papel como confirmación de sus derechos en el caso.

– Un momento -dijo Þóra, poniendo su propio teléfono sobre la mesa. Lo abrió y sacó la tarjeta. Después hizo lo mismo con el de Jónas, e intercambió las tarjetas-. Aquí tiene. El teléfono con el número 667-6767, usuario legal Jónas Júlíusson. -Entregó su propio móvil al policía-. Totalmente conforme con la orden judicial, si no he entendido mal. -Sonrió a Þórólfur.