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– Por su bien, espero que esté pasando por alto algo muy evidente -dijo Matthew-. De otro modo, la policía dirigirá su atención hacia usted y nadie más.

– Ve a intentar recordar dónde estuviste el jueves por la tarde -le pidió Þóra-. Mientras tanto, Matthew y yo intentaremos enterarnos de algo más sobre Birna. Vete haciendo a la idea de entregarles el teléfono. No te resistas. Seguramente habrán conseguido ya la lista de mensajes de Birna y querrán tu móvil como confirmación. No los borres, bajo ninguna circunstancia. Lo único que conseguirás es aumentar las sospechas en tu contra.

– Vaya, ¿así están las cosas? -dijo Jónas con los ánimos por los suelos.

– Ahora dame mi tarjeta SIM. No hay ninguna necesidad de que acabe en manos de la policía.

* * *

– Por algún motivo, estoy totalmente segura de que el crimen tiene relación con la casa o con los terrenos -dijo Þóra, arrancando ensimismada una brizna de hierba.

– ¿Por qué piensas eso? -preguntó Matthew, tomando un sorbo de su café. Estaban sentados en unas hamacas en el patio de la parte posterior del hotel, gozando de las vistas sobre la bahía de Faxaflói-. Es mucho más probable que el motivo se encuentre en el presente y no en el pasado: amor, dinero, locura. A lo mejor, ella ni siquiera conocía al asesino, quizá vio a una mujer caminando sola por la playa y perdió el control.

Þóra se metió la brizna de hierba en la boca.

– El SMS apunta a otra cosa. -Mordisqueó la hierba y luego añadió-: Sencillamente, tengo la sensación de que existe alguna relación con el hotel. Es algo relacionado con esta casa. También con la agenda. No hay una sola palabra sobre dinero o amor. Si nos atenemos a ella, Birna no pensaba nada más que en el trabajo.

– ¿No podía tratarse simplemente de la agenda que utilizaba para su trabajo? ¿A lo mejor tenía otra para las cosas de su vida privada? -Matthew vio que la brizna de hierba subía y bajaba en la comisura de la boca de Þóra-. No sabía que las mujeres islandesas fuerais herbívoras -dijo, haciendo una mueca-. ¿Está buena?

– Pruébala. Ayuda a pensar -respondió Þóra, arrancando otra pajita. Se la pasó y sonrió cuando él puso un gesto raro, pero se decidió a probar-. Seguramente, en ese diario hay algo que puede ayudarnos a descubrir al asesino. -Observó a Matthew masticar la hierbecita-. ¿No te gusta? Sólo te faltan unas botas de goma para convertirte en todo un granjero islandés.

– La goma la usamos en mi país para tapas, cintas elásticas y pelotas. No para el calzado. -Matthew se quitó la hierba de la boca con aprensión-. ¿Echamos un vistazo al diario?

Þóra se sentó en la hamaca con el respaldo inclinado.

– A lo mejor tendríamos que hacer una cosa. En el librito había un dibujo de la otra granja que hay en este terreno, acompañado de toda clase de anotaciones que quizá podríamos entender si visitamos el lugar.

Matthew se incorporó también.

– Tú decides. Yo te sigo y ejerzo de guardaespaldas. -Le guiñó un ojo-. Tengo la sensación de que esta investigación tuya va a acabar llevándote a toda clase de caminos indeseados. Ya has empezado violando la habitación de la difunta, saqueando sus pertenencias y obstaculizando la justicia al permitir a Jónas que destruyera datos sospechosos de su teléfono. Ardo en deseos de ver adonde conducirá todo esto.

* * *

– Aquí pone Kristín, con un signo de interrogación detrás del nombre. ¿Qué tal si empezamos por aquí? -Þóra señaló la hoja con el plano de la casa. Estaban los dos en la habitación a la que se accedía desde la entrada de la vieja granja y estaban decidiendo si seguir por la escalera hasta el segundo piso o inspeccionar la planta baja, donde, según el plano, tenía que haber dos salas, cocina, despensa, retrete y despacho.

– ¿Eso no está arriba? ¿No deberíamos hacer un recorrido por el piso inferior, primero? -preguntó Matthew, mirando por la puerta que daba a la izquierda.

– Pues muy bien -asintió Þóra, cerrando de nuevo el libro de golpe. Había dejado de preocuparse por no dejar huellas dactilares en él, pues no tenía intención de abandonarlo excepto en caso de absoluta necesidad-. ¡Uf, aquí apesta! -La casa exhalaba un olor extraño, que Þóra era incapaz de identificar. Era como una combinación de moho, polvo seco y bolitas antipolilla. Por lo menos, estaba claro que no habían aireado aquel lugar en años-. Caray -dijo poniéndose una mano sobre la boca.

Matthew respiró hondo.

– Si yo fuera tú, intentaría acostumbrarme. Dentro de un rato, dejarás de notar el olor. -Pese a sus grandilocuentes palabras, torció el gesto al hablar-. ¡Uf! ¿No podemos abrir una ventana?

Entraron en la habitación situada a mano derecha que, de acuerdo con el plano de Birna, era una biblioteca. El tirador de la puerta era prehistórico, un picaporte de madera, grueso y corto, que había que sujetar con fuerza. La puerta parecía abombada, y a Þóra le llamó la atención que las puertas interiores actuales fueran mucho más gruesas. Entró detrás de Matthew y echaron un vistazo alrededor sin decir una palabra.

– Aquí no hay mucho que ver -masculló Matthew después de repasar unos estantes vacíos colocados a lo largo de las paredes, y de abrir los cajones de una gran mesa de escritorio debajo de una ventana tremendamente sucia, y que resultaron estar tan vacíos como las estanterías, con la única excepción de un lápiz antiquísimo. Le habían sacado punta con cuchillo, y el extremo no tenía goma de borrar.

– Pero fíjate -observó Þóra-. Es como si hubiera habido libros en estas estanterías hasta no hace demasiado tiempo. -Señaló el polvo de los estantes. Era espeso en los bordes, pero la capa que cubría la parte interior era mucho más fina, apenas distinguible.

Matthew se acercó a las estanterías y miró.

– Tienes razón. ¿Sería Birna quien se habrá llevado los libros? A lo mejor había algo valioso en ellos. -Þóra se encogió de hombros-. No me parece lógico. No mencionaba libros en su plano. Claro que a lo mejor no los mencionaría si tenía intención de robarlos. Seguramente se los habrán llevado los anteriores propietarios. Jónas dijo que le habían avisado de que pensaban llevarse los enseres.

Salieron de aquella estancia y se dirigieron más al interior de la casa. Encontraron dos salas adyacentes con muebles antiguos, unos desgastados sofás, que en tiempos habían tenido adornos, un inmenso carrito de té y una mesa y sillas de comedor en madera oscura, con filigranas doradas en el respaldo. Había mesitas auxiliares aquí y allá, pero no se veían objetos. En las paredes colgaban dos cuadros, uno de un barco, otro del glaciar Snæfelssjökull. Los dos estaban tan sucios que no se podía distinguir el nombre del pintor. El aparador estaba vacío, lo mismo que la alacena.

– Te reto a que te dejes caer en el sofá -dijo Matthew, indicando la polvorienta tapicería. A través de la suciedad, se apreciaban las formas de unos dibujos floreados en colores pálidos-. Me encantaría ver la nube que se alzaría, formando graciosas volutas.

– No, gracias -contestó Þóra-. Hazlo tú mismo. Te daré cien coronas.

Matthew la agarró suavemente por el brazo.

– Ahora estoy pensando en algo muy diferente al pago en dinero en efectivo.

Þóra le sonrió.

– Siempre es posible llegar a un acuerdo. -Volvió a mirar el sofá e hizo una mueca-. Pero me temo que eso tendrás que olvidarlo, no estoy segura de que el polvo se asentara antes de la llegada de la noche, y entonces quizá no seríamos capaces de desenterrarnos. Ven, vamos a ver la cocina.