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– Mira -dijo Matthew, señalando el escalón con la linterna-. Huellas de pasos en el polvo. Alguien ha subido por aquí.

– Birna. Sin duda alguna, Birna -declaró Þóra con decisión-. En la agenda señaló la posición de vigas y demás. Querría ver en qué estado se encontraba el armazón del tejado. Esto tiene que llevar a una especie de desván. Ven, ¿allanamos también esa parte de la residencia? -Miró a Matthew, que le sonrió.

– Bueno, espera aquí mientras bajo a buscar un cuchillo. Sólo tendré que quitarme un brazo y probablemente también el hombro. -Señaló la abertura-. Es totalmente imposible que yo consiga pasar por ahí.

– Dame la llave, entonces -pidió Þóra. Se la puso en la boca mientras entraba encogida por el armario y atravesaba el estrecho agujero. Antes de empezar a subir las escaleras se volvió hacia Matthew y le regaló una amplia sonrisa-. Hasta ahora. Te mataré si me encuentro a una rata. -Subió el primer escalón, se lo pensó mejor y retrocedió hacia el agujero-. O un ratón. Te mataré también si piso un ratón.

El desván estaba totalmente vacío. Þóra pasó el débil rayo de luz por el suelo y vio que Birna había estado por allí. Þóra no pisaba con demasiada confianza, porque no tenía ni idea de si el entablado soportaría su peso. La arquitecta debía de ser más pequeña que ella, o al menos sus pies eran muy pequeños en comparación con los de Þóra. Por eso habría preferido examinar el desván desde la escalera en la que se encontraba, pero cuando el rayo de luz dio con algo que brillaba en una viga, no pudo resistir la tentación. Puso un pie sobre el suelo del desván con mucho cuidado. A cada paso que daba, se oían crujidos y chirridos, y temió que si se abría el suelo caería encima de Matthew, en el piso de abajo. O peor aún… en un cuarto de baño. Pasó el rayo de luz por el suelo y vio que Birna -o quien hubiera dejado aquellas huellas- también había pasado por allí. Eso la hizo respirar más tranquila, y por fin pudo llegar a la viga. Se inclinó e iluminó el suelo.

Oro. Un juguete, en realidad. Þóra sonrió y recogió una insignia con alas. Sin duda se trataba de una insignia de aviador. La examinó a la débil luz. Volvió a dejarla en su lugar y agarró una taza de porcelana descascarillada. Había más objetos: una cuchara de plata que se había vuelto negra, dos blancos dientes de leche, un collar con una cruz y unas cuantas fotos de estrellas de cine colocadas en un cuidadoso montón. Þóra se levantó, pero se detuvo al instante cuando estaba a punto de estirar las rodillas. Iluminó la viga de madera del techo y se inclinó sobre ella. Había algo grabado. Se percató de que podía leer lo que ponía.

– ¡Matthew! -gritó-. ¡Aquí está el nombre de Kristín!

– ¿Eh? -oyó su respuesta en la lejanía.

Volvió a inclinarse y leyó la inscripción por última vez, para fijarla en su memoria y poder repetírsela a Matthew. Él no la oía con claridad:

papá mató a kristín

odio a papá

Capítulo 11

– Sí, por fin decidieron llevarse todos los cachivaches que había en la casa, como te dije -explicó Jónas, reclinándose sobre el respaldo de la silla. Estaban muy cómodos junto a la chimenea del bar, rodeados de fotos antiguas que decoraban las paredes-. Le pedí a Birna que les avisara de que habíamos decidido construir en la vieja granja, para que pudieran recoger lo que quisieran antes de empezar las obras de remodelación. Lo del anexo estaba descartado, en realidad, pero de todos modos se pusieron a ello. No tengo ni idea de lo que se han llevado. Al menos, nadie le comunicó a ella, ni tampoco a mí, que hubieran terminado.

Matthew tomó un sorbo de su cerveza.

– ¿Se alojaron aquí?

– No, nunca pidieron una habitación. Pero sí vinieron varias veces a comer al restaurante.

– ¿Vinieron los dos hermanos a retirar las cosas, o sólo Elín? -preguntó Þóra.

– Ni idea -respondió Jónas-. Recuerdo que una vez vinieron varios a la vez, el hermano y su mujer, la hermana y dos jóvenes, el hijo de él y la hija de ella. No sé si fue un viaje de un día, o si se alojaron por aquí cerca. Aún poseen varios terrenos en la península, creo recordar, de modo que bien podrían haberse hospedado por allí. Creo que tienen también una casa en Stykkishólmur o en Ólafsvík, que utilizan como residencia de verano.

– ¿Tuvieron quizá alguna discusión seria con Birna?-preguntó Þóra.

– No, ni puedo imaginármelo -contestó Jónas-. Sé que discutió de algo con el hermano, pero tengo entendido que todo se desarrolló por cauces estrictamente amistosos. Ella estuvo buscando datos sobre las características del terreno durante la construcción del hotel. Creo que esperaba que tuvieran planos antiguos o algo por el estilo.

– ¿Y los consiguió? -preguntó Þóra.

– No, creo que no -respondió Jónas-. Recuerdo que el hombre no tenía nada, aunque sí le dio algunas cosas que podían ser de utilidad. Sé que le permitió buscar entre los trastos viejos, los que están en el sótano de Kirkjustétt, y también los del otro sitio, Kreppa.

– ¿Recuerdas si Birna mencionó alguna vez el nombre «Kristín»? -preguntó Þóra-. ¿O que preguntara por alguien con ese nombre?

Jónas sacudió la cabeza.

– No, no recuerdo nada de eso. ¿Quién es esa Kristín?

– Ni idea -respondió Þóra-. Sin duda, no tiene nada que ver con esto. Encontramos el nombre en… -Þóra consiguió contenerse justo a tiempo, antes de mencionar la agenda de Birna-… grabado en una viga de la granja. A lo mejor no es más que el nombre de algún animalito de compañía, una gata o quizá el corderito criado en la casa. Creemos que lo escribió un niño.

– Pues Kristín es un nombre bastante raro para un gato -dijo Jónas-. No recuerdo que Birna mencionara nunca a una Kristín, ni a una mujer con ese nombre ni tampoco a un gato.

Guardaron silencio durante un instante. Þóra tomó un sorbito del vino blanco que Jónas había pedido para ella y echó un vistazo a su alrededor. La sala de la chimenea era muy confortable, de estilo antiguo, aunque formaba parte de un ala del hotel de estilo moderno.

– ¿Son de aquí? -preguntó, señalando las viejas fotos de las paredes.

– No, las compré en anticuarios. No tengo ni idea de quiénes son. Birna se ocupó de eso -Jónas miró alrededor-. Esas cosas se le daban muy bien

Matthew y Þóra movieron la cabeza en señal de acuerdo.

– Quizá podrías conseguir el permiso de la familia para utilizar alguna de las fotos que hay en las cajas del sótano. Hay varios álbumes y algunas fotos enmarcadas, y creo que son de los antiguos habitantes. Podrían darle aún más encanto al lugar. Me llevé un montón a la habitación para examinarlas mejor. Puedes echarles un vistazo, si quieres.

Jónas se sobrecogió.

– No, muchas gracias, ni hablar. No quiero saber nada de ellas.

– ¿En qué foto exactamente creíste reconocer al fantasma? -preguntó Þóra-. Las he revisado todas y hay varias posibles candidatas.

– Era una foto enmarcada de una chica jovencita -respondió Jónas-. Rubia. Hasta el último cabello, era igual al ser que se me apareció.

– De modo que no se trata de una niña -dijo Þóra-. Tenía entendido que se trataba de una niña. -La única foto enmarcada que había encontrado Þóra era la de Guðný, la que había colocado en su habitación. En ella, Guðný no era una niña, sino una adolescente bastante crecidita.

– Niña o no -replicó Jónas decidido-. Una chica joven, mucho más joven que yo. Para mí, eso es una niña.

– Y sigues manteniendo que eso sucedió realmente -interrumpió Matthew. En su gesto aparecía claramente su opinión sobre aquellos sucesos-. ¿No lo habrás soñado?

– No -exclamó Jónas con decisión-. En absoluto. Volví a casa cansado y eso puede explicar mejor la situación. Cuando estás en ese estado, descienden las barreras de la mente y puedes contactar más fácilmente con lo que no es de este mundo. Sucedió, os lo puedo jurar.