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– Estupendo -dijo Þóra-. Dejémoslo así de momento. Pero ¿has conseguido recordar dónde estuviste el jueves por la tarde?

– Ya, eso -contestó Jónas-. Sólo de forma muy fragmentaria. Recuerdo que estaba aquí al empezar la reunión con el médium, pero luego me marché. Me daba miedo lo que podía pasar.

– ¿Miedo? -exclamó Matthew sin poderse contener-. ¿A qué?

– A lo que podía pasar. Este es un sitio maligno y no me apetecía lo más mínimo oír a los difuntos confirmarlo -explicó Jónas como si no hubiera nada más natural-. Así que decidí irme a dar un paseo a pie y renovar mis energías espirituales. Había bancos de niebla, una condición atmosférica que siempre me viene estupendamente para hacerlo.

Þóra se apresuró a quitarle la palabra a Matthew antes de que fuera a preguntar por la renovación de las energías espirituales.

– ¿Te encontraste con alguien durante el paseo?

– No -dijo Jónas-. A nadie. Hacía un tiempo bastante desagradable y aquí no hay ahora mucha gente, de modo que no había más alma viviente que yo mismo ahí fuera.

– Olvidas a Birna -apostilló Þóra-. Y al asesino. Seguramente estarían por ahí a la misma hora. -Miró a Jónas con ojos implorantes-. No me irás a decir que bajaste a la ensenada en donde encontraron el cuerpo de Birna.

– No, no fui allí -dijo Jónas-. Tomé esa dirección pero no llegué hasta allí. Tenía un cabreo fenomenal y, en realidad, iba sin rumbo fijo. Había venido un tipo del ayuntamiento porque tenía que hacer una obra en la carretera de acceso, y precisamente había elegido ese día para hacer la zanja, y al final se marchó dejándolo todo sin terminar. Por eso, los que acudieron esa tarde a la reunión espiritista tuvieron que dejar sus coches en la carretera y hacer a pie el resto del camino. Dos kilómetros. Estoy seguro de que muchos no asistieron por ese motivo, por no mencionar lo molestos que estaban los clientes del hotel cuando se enteraron de que no podían sacar los coches.

– ¿Cuándo se solucionó el problema? -preguntó Matthew.

– Bueno, a la mañana siguiente -dijo Jónas, que seguía enfadadísimo con el operario-. Aquel tipo no se atrevió a no hacerlo, después de la bronca que le solté.

– ¿Eso significa que del hotel no salió ningún coche hacia la playa en la que apareció Birna esa misma noche? -preguntó Þóra.

– No, fue totalmente imposible -respondió Jónas-. Era una zanja de mil demonios.

– ¿Llevabas el teléfono cuando saliste a pasear? -preguntó Matthew.

Jónas no necesitó pensarlo mucho.

– No, con total y absoluta seguridad, no. Emite unas ondas que me alteran siempre en la renovación de las energías espirituales.

Matthew se incorporó de una forma que daba a entender claramente que iba a interrogar más detenidamente a Jónas sobre el particular. Pero, de pronto, apareció Vigdís y se dirigió directamente a ellos con unas hojas impresas en las manos.

– Aquí está lo que me pediste -dijo, entregándole dos hojas de papel a Jónas-. En la primera página están los nombres de los que se alojaron aquí las noches del jueves y el viernes, y en la otra los que habían hecho una reserva pero no pudieron venir o la cancelaron. -Sonrió servicial a Þóra y Matthew-. Tengo que volver a la recepción para atender el teléfono. -Se marchó y Jónas le gritó «gracias» mientras se iba. Echó un breve vistazo a los papeles y después se los dio a Þóra.

– Ésta es una lista impresa del archivo informático, aunque probablemente nos resultará de escasa ayuda. No me puedo imaginar que a Birna la asesinara ningún cliente. Me parece bastante absurdo.

– Nunca se sabe -respondió Þóra, mientras empezaba a leer. La lista no era muy larga-. ¿Hay pocas reservas? -preguntó-. No son muchos nombres.

– Desde luego que no -respondió Jónas, un poco dolido, ante su expresión incrédula-. No es posible pretender que tengamos todo reservado, excepto justo antes de pleno verano. El periodo turístico es tan breve que casi no se puede denominar así. He pensado en toda clase de eventos para atraer visitantes en invierno. O de lo contrario, esto va a resultar de lo más deprimente.

Þóra asintió sin apartar la mirada de la lista.

– A juzgar por esto, hubo ocho habitaciones ocupadas la noche del jueves y diez la del viernes.

– Si ahí lo dice -respondió Jónas-. Naturalmente no guardo esas cosas en la memoria, pero probablemente ésa es la proporción. -Agarró su vaso de cerveza y tomó un trago-. Esta cerveza procede de agricultura biológica -explicó mientras dejaba el vaso sobre la mesa y se quitaba la espuma del labio superior.

Þóra se dio cuenta de que las cejas de Matthew se levantaron un poco, y que olía su vaso con gesto receloso. Se apresuró a tomar la palabra antes de que consiguiera preguntar por el cultivo en cuestión.

– ¿Conoces a alguno de los clientes? -preguntó inclinándose hacia Jónas con la lista por delante-. Por ejemplo, ¿la lista contiene nombres de clientes estables?

– Hace tan poco tiempo que empezamos, que aún no nos hemos hecho con clientes estables, por desgracia. Pero, de todas formas, creo que podré recordar quiénes eran. -Jónas puso un dedo sobre el primero de los nombres y empezó con él-. Veamos, el señor y la señora Brietnes, no, éstos eran un matrimonio mayor, de Noruega. Es muy poco probable que tengan relación alguna con este asunto. Siguen aquí, por si queréis hablar con ellos. -Desplazó el dedo-. Karl Hermannsson. No le recuerdo, parece que sólo se alojó aquí esa noche. Pero de esta pareja sí que me acuerdo, Örn Friðriksson y Ásadís Henrýsdóttir, ya habían venido antes, son gente interesada por lo que hacemos aquí y saben disfrutar de lo que ofrecemos. No pueden estar relacionados con esto de ninguna forma. Espera un momento. ¿Quién era éste? Pröstur Laufeyjarson. -Reflexionó un momento-. Sí, claro que sí, el del kayak. Ha venido a remar, a entrenar para un campeonato de remo. Tiene reserva hasta el miércoles. Muy distante y gruñón. Así que podría perfectamente ser un asesino.

– O no -dijo Þóra. Nunca había oído que los asesinos fueran más distantes que el resto de la gente en las relaciones personales-. ¿Y estos extranjeros? -Señaló los nombres siguientes.

– El señor Takahashi y su hijo. -Jónas levantó los ojos para mirar a Þóra y sonrió-. Demasiado educados como para matar a nadie. Muy tranquilos los dos, y el padre está convaleciente de un tratamiento contra el cáncer. Su hijo no se separa de él. Olvídalos. -Dirigió la mirada a los siguientes nombres-. No sé quiénes son éstos, Björn Einarsson y Guðný Sveinbjörnsdóttir, no caigo. Pero a éste tendrías que conocerle, Þóra: Magnús Baldvinsson, viejo político de izquierdas.

Cuando Þóra oyó el nombre, se le vino a la mente el rostro del hombre que había visto en el comedor a la hora del almuerzo.

– Sí, claro. Le vi hoy a mediodía. Precisamente estuve leyendo un artículo sobre él en un periódico. Es el abuelo de Baldvin Baldvinsson, del que dicen tiene un gran futuro. ¿Pero qué está haciendo aquí ese hombre?

– Descansando simplemente, creo. No es precisamente muy hablador, pero me dijo que se había criado en la comarca. Supongo que el corazón y la mente buscan la tierra de la infancia cuando llega la vejez -dijo Jónas. Continuó bajando por la lista-. No me acuerdo de esta Pórdís Eggertsdóttir, no tengo ni idea de quién es. Pero a este sí que le recuerdo, Robin Kohman, es fotógrafo y ha venido a hacer fotos para un artículo sobre las provincias de Vesturland y Vesturfjörður para una revista de viajes. Le acompañaba un periodista que ya se marchó. Se fue el martes, no el miércoles. Este Teitur es un corredor de bolsa que lleva aquí varios días, parece bastante simpático, aunque un poco esnob. Se lesionó montando a caballo al poco de llegar, y pensé que se iría en cuanto sufrió el accidente, pero aquí sigue. El resto de los nombres no los conozco. Ni los que llegaron el viernes ni los que cancelaron las reservas. -Dejó los papeles sobre la mesa delante de él, y Þóra los recogió.