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– ¿De modo que no la conocían? -preguntó Matthew en voz baja pero clara. Aún estaba un poco molesto con Þóra por haber reaccionado con una burlona sonrisita de conmiseración ante la historia del llanto del niño aquella noche, añadiendo que debía de haberlo soñado.

El hijo tradujo las palabras de Matthew al japonés para su padre. Luego se volvió de nuevo hacia ellos.

– No, lo sentimos. No sabemos bien a quién se refieren.

– Era arquitecta, trabajaba para el dueño del hotel. Una mujer joven, de cabello oscuro -añadió Matthew.

El hombre mayor puso una delgada mano sobre el hombro de su hijo y dijo algo incomprensible. El hijo escuchó con gesto de conformidad, y luego asintió con la cabeza. Su mirada se trasladó del padre a Matthew.

– Es posible que mi padre haya visto a la mujer de que hablan. Estaba aquí mismo, en las dependencias del hotel charlando con un hombre en silla de ruedas y una muchacha joven. Dice que la mujer sostenía en la mano unos dibujos y que se los estaba mostrando. ¿Es posible que sea ella?

Matthew miró a Þóra y puso gesto interrogante.

– ¿Tenía ella relación con alguien en silla de ruedas?

Þóra sacudió la cabeza.

– No, que yo sepa.

Matthew le pidió al hijo que preguntara a su padre si sabía de qué personas se trataba.

Se produjo un nuevo intercambio de palabras entre padre e hijo, que este tradujo enseguida para Matthew y Þóra.

– No, mi padre no conocía a esas personas pero había visto a la mujer antes en el hotel, y a los jóvenes en el sendero. -Inclinó la cabeza ligeramente antes de continuar-. Mi padre dice que prestó cierta atención a la joven pareja por la especial amabilidad que mostraba la muchacha hacia el inválido. Por lo demás, no sabe nada de esas personas, ni tampoco de la arquitecta. Yo personalmente nunca me encontré con esa mujer, de modo que no puedo ayudarles.

Matthew y Þóra se miraron brevemente. No había motivo para seguir importunando a aquellas personas, y se dispusieron a levantarse.

– Señor Takahashi, muchísimas gracias por su amabilidad -agradeció Matthew inclinando la cabeza. Þóra le imitó-. Esperamos que su estancia aquí sea placentera.

– Muchas gracias -respondió el hijo, poniéndose en pie. Ayudó a levantarse a su padre convaleciente-. Este lugar es agradable. Mi padre ha estado enfermo, pero el aire fresco le fortalece.

– Espero que se mejore -intervino Þóra, dedicando una de sus sonrisas al anciano. Éste se la devolvió y se despidieron. Cuando estuvieron ya dentro del hotel, Þóra se volvió hacia Matthew-. Desgraciadamente, no hemos sacado mucho en claro.

Matthew se encogió de hombros.

– ¿No esperarías que supieran quién es el asesino? -Frunció el ceño-. Pero sí que me parece extraño que el hijo afirmara no tener ni idea de quién era Birna hasta que el padre dijo que la había visto. ¿Recuerdas lo que dijo Vigdís sobre los japoneses? Que el hijo seguía a su padre como una sombra. ¿Dónde estaba cuando el padre vio a a la arquitecta y a la pareja de jóvenes?

– A lo mejor, el padre los vio por la ventana -respondió Þóra-. El hijo nos lo habría dicho si la recordara. ¿Por qué no iba a hacerlo?

– No lo sé -replicó Matthew pensativo-. Pero es curioso todo lo que hablaron padre e hijo en comparación con la brevedad de las respuestas en la traducción del hijo. También me pareció extraño que no preguntaran por qué nos interesamos por Birna.

– ¿No tendrá algo que ver con las normas de cortesía en Japón? A lo mejor, curiosear y robar son dos cosas igual de mal consideradas en ese país. -Þóra tenía hambre y miró el reloj que colgaba en la pared por encima de ellos-. Ven. Vamos a comer algo antes de que retiren el desayuno.

Matthew la miró extrañado, y luego miró su propio reloj de pulsera.

– No cerrarán el comedor a las ocho, ¿verdad?

– Ven -dijo Þóra, moviéndose impaciente-. Me moriré si no me tomo un café. Además, allí habrá algunos huéspedes más con los que podemos hablar. -Se habían levantado tempranísimo, con la esperanza de ver a todos los clientes posibles antes de que se fueran.

– No quiero que te mueras -dijo Matthew, siguiéndola-. Aunque no hayas creído lo del llanto.

– Uuuh -bromeó Þóra con voz cavernosa-. Fantasma… uuuh. -Se rió del agrio gesto de Matthew-. No te pongas así. Estaremos mucho mejor después de desayunar.

En el comedor sólo había tres mesas ocupadas. Un matrimonio mayor, que Þóra no había visto hasta entonces, estaba sentado en una de ellas, en la otra se encontraba Magnús Baldvinsson, el viejo político del que había hablado Jónas, y en la tercera estaba un hombre joven enfrascado en sus pensamientos. Estaba bronceado y parecía una persona acomodada, pero sus ropas juveniles trataban de ocultarlo. Þóra decidió hablar primero con el joven. Le dio un codazo a Matthew y le dijo en voz baja sin que se notara mucho:

– Ése debe de ser, seguramente, el del kayak, Þröstur Laufeyjarson, el que según Jónas bien podría estar relacionado con la muerte de Birna. ¿Ves lo enfadado que está? Vamos a sentarnos a una mesa al lado de la suya. -Se acercaron al mostrador y Þóra colocó algo al azar en su plato. Se sintió molesta de que Matthew pareciera tener intención de tomarse el tiempo necesario para examinar todo lo que había en el bufé, pasando lentamente por delante de los alimentos expuestos. Þóra volvió a darle otro codazo-. Rápido. No puede marcharse antes de que nos sentemos nosotros. -Matthew la miró frustrado, pero sin pensárselo más agarró un yogur. Se dirigieron hacia la mesa que estaba justo al lado de la del piragüista. Þóra le sonrió cuando se estaban sentando-. Buenos días, un tiempo estupendo.

El hombre no la miró, ni pareció darse cuenta de que se estaba dirigiendo a él. Bostezó y tomó un sorbo de zumo de naranja. Þóra volvió a intentarlo.

– Perdona -dijo en voz alta para que no cupiese duda alguna de que dirigía sus palabras a alguien que no era su compañero de mesa-. ¿Sabes si se pueden alquilar barcas por aquí cerca? Estábamos pensando en alquilar una. O un kayak.

El hombre tragó el zumo y miró extrañado a Þóra.

– Perdona, ¿me hablabas a mí? Desgraciadamente, no comprendo el islandés.-Oh. -Þóra se quedó confusa. Evidentemente no se trataba de Þröstur Laufeyjarson. Sonrió para disculparse-. Lo siento, creía que eras otra persona. -Intentó hilar algún otro tema de conversación para no perder a aquel hombre-. ¿Has llegado hace poco?

Él sacudió la cabeza.

– No, llevo aquí un tiempo, aunque con interrupciones, pues he estado viajando.

Þóra fingió interés por sus viajes, intentando parecer natural.

– ¿Y por dónde has estado? Aquí hay mucho que ver.

El hombre pareció alegrarse de tener compañía. Se giró un poco en la silla para ver mejor a Þóra y Matthew.

– Principalmente por Vestfjörður. Trabajo para una revista de viajes que trata de destinos interesantes y cosas similares.

– No parece un trabajo aburrido -comentó Þóra, bebiendo el primer sorbo de café. No recordaba cómo se llamaba aquel hombre, pero tenía que tratarse del fotógrafo que Jónas había reconocido en la lista de clientes.

El joven se rió.

– Bueno, puede resultar cansado, como todo. Soy fotógrafo y mis días se me hacen a veces de lo más largos y difíciles.

Þóra extendió la mano derecha.

– Pero qué torpe soy. Me llamo Þóra. -Señaló a Matthew con una inclinación de cabeza-. Y éste es Matthew, de Alemania.

El joven se levantó un poco para saludar.