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– Hola. Yo me llamo Robin. Robin Kohman. De Estados Unidos.

Þóra fingió un auténtico gesto de curiosidad.

– Oye, espera, ¿puede ser que te haya visto con Birna?

Robin se encogió de hombros.

– ¿Con Birna?

– Sí, con Birna, la arquitecta que vivía aquí… -Se le quedó mirando esperanzada.

– Ah sí, Birna, la arquitecta -dijo Robin contento. Pronunció el nombre de forma completamente diferente a como lo había hecho Þóra-. Sí, claro que la conozco, sólo que no entendí el nombre cuando lo dijiste. Soy totalmente incapaz de pronunciarlo bien. Todas esas palabras vuestras suenan igual. -Robin se tomó el último sorbo de zumo y se secó los labios con la servilleta-. Sí, nos conocemos. Me encargó que le hiciera algunas fotos, y me indicó algunos sitios de los alrededores en donde podría encontrar material interesante para mis fotografías.

– ¿Recuerdas cuándo la viste por última vez? -preguntó Matthew. Aún no había tenido ocasión de abrir el yogur.

Robin reflexionó un momento.

– Bueno, hace varios días. ¿Pasa algo?

– No, creo que no -mintió Þóra-. Sólo que queríamos verla. -Vio por el rabillo del ojo que Magnús Baldvinsson se levantaba y salía.

– Si os tropezáis con ella, decidle por favor que aún tengo sus fotos. -Robin se puso en pie.

– Lo haremos, si se da el caso -dijo Matthew con una sonrisa ambigua. Cuando Robin se hubo marchado, levantó el yogur en el aire y lo blandió ante el rostro de Þóra-. ¿Ahora ya puedo ir a buscar algo decente para comer?

* * *

Magnús Baldvinsson iba por el terreno del hotel en busca de un lugar donde hubiese buena cobertura para el móvil. Desde su habitación era imposible intentar conectar, y no quería charlar por el teléfono delante de extraños en el pasillo o el comedor, donde sabía que también era mala la cobertura. Estuvo a punto de caer dos veces a causa de las piedras sueltas. Era difícil tener la mirada puesta a la vez en la pantalla del teléfono y en el suelo. Respiró más aliviado cuando el móvil mostró que había cobertura, y se apresuró a marcar el número de casa. Estaba en el aparcamiento y suponía que enseguida empezaría a aparecer gente. Esperó impaciente mientras sonaban las llamadas. Por fin hubo respuesta.

– Mi querida Fríða. ¿Te he despertado?

– ¿Magnús? ¿Pero qué hora es? -La esposa de Magnús acompañó sus palabras con un sonoro bostezo.

– Son las ocho, más o menos -respondió él, molesto.

– ¿Pasa algo? -preguntó Fríða preocupada. El sueño había desaparecido de su voz.

– No, nada. Sólo quería decirte que voy a quedarme aquí algunos días más. -Magnús vio que se abría la puerta del hotel, y salía un hombre joven en chándal. Respiró tranquilo al ver que se dirigía hacia la playa en vez de al aparcamiento-. Por aquí hay unas personas preguntando por Birna.

– ¿Preguntando? ¿Qué es lo que están preguntando? ¿Han hablado contigo? -Fríða habría seguido bombardeándole a preguntas si Magnús no la hubiera interrumpido. Casi se palpaba la angustia en la voz de la mujer.

– Fríða, estate tranquila. -Respiró hondo e hizo un esfuerzo por no perder el control. A medida que pasaban los años, Fríða se iba haciendo cada vez más débil de los nervios, y no era necesario un crimen para desequilibrarla. Pensándolo bien, la verdad es que había reaccionado increíblemente bien, cuando tuvo que enfrentarse a algo realmente serio-. No sé lo que anda husmeando esa gente, aún no han venido a hablar conmigo. Llamaba solamente para decirte que pienso quedarme un poco más aquí. Si echo a correr, puede resultar de lo más sospechoso. La policía ha venido dos veces y estoy esperando a que vengan a hablar conmigo de un momento a otro. -Suspiró-. Supongo que querrán hablar con todos los que estaban aquí.

Fríða calló un momento y luego volvió a tomar la palabra con voz más suave.

– Ha llamado Baldvin.

– ¿Y qué quería? -preguntó Magnús. No podía evitar sentirse henchido de orgullo cada vez que oía el nombre de su nieto. Estaba seguro de que su abuelo había sentido algo parecido cuando él era joven. Para rematar, se parecían como dos gotas de agua, y un periodista había publicado incluso una foto de Magnús joven en una entrevista que le hicieron a Baldvin, para poner de relieve el gran parecido que existía entre los dos. Magnús sonrió para sí, ahora ya sería difícil que alguien los confundiera, él era un viejo y Baldvin un apuesto joven.

– Preguntó por ti. Quería saber cuándo volvías a casa -respondió Fríða-. Creo que tiene intención de ir por ahí.

– ¡No! -exclamó Magnús enfadado-. Bajo ninguna circunstancia debe venir aquí. Eso sólo serviría para empeorar las cosas. Hubiera sido mejor que se hubiera quedado en casa el otro día en vez de pretender echarme una mano.

– Sus intenciones son buenas -respondió la esposa-. Quizá no tenga importancia. Si esa Birna hubiese hablado con alguien, ya lo habrías sabido. Tal vez todo haya muerto con ella. -La mujer suspiró-. ¿No será mejor dejar las cosas como están?

Magnús dejó escapar un débil suspiro.

– De eso no podemos estar seguros, Fríða. He invertido ya demasiado como para detenerme ahora en los últimos metros. Y no digamos Baldvin. Yo seguiré aquí y veré por dónde sopla el viento. En los próximos días, esto se aclarará. No puede ser de otro modo.

– ¿Quieres que vaya yo? ¿Te has llevado medicinas suficientes? -Fríða estaba a punto de perder el control.

– No vengas. De ninguna manera. Y por todos los dioses, deten a Baldvin para que no vuelva a entrometerse. -Magnús respiró hondo-. Mi querida Fríða, la cobertura es muy mala aquí y no creo que consigas contactar conmigo por el móvil. Pero no me llames tampoco al teléfono del hotel. Nunca se sabe quién está escuchando. Yo me encargaré de contactar contigo.

Cortó la conversación. Miró a su alrededor, hacia la bella línea de la costa, y se dio la vuelta para contemplar las montañas al norte. Albergaba la esperanza de sentirse lleno de felicidad y paz, pero no fue así. Una ira de profundas raíces se inflamó de repente en su interior. Con sus intrigas y su infamia, Birna había destruido lo que él más amaba: las tierras de su infancia. Ahora no sentía más que ansiedad. Ya era demasiado viejo para dominar el miedo, y su confianza en sí mismo había desaparecido. Aquello acabaría mal. Para él y para Baldvin. La ira fue diluyéndose, para dejar paso a una enorme tristeza. Quizá Birna había sido la raíz del problema, y su asesinato marcara el principio del fin. Pero si miraba las cosas realmente a fondo, él era el único que tenía la culpa.

Una vez había leído que las sombras de los viejos pecados son infinitas, que uno no puede esconderse de ellas. Debería haberlo pensado bien en su momento.

Capítulo 13

Desde su asiento tras del mostrador de recepción, Vigdís siguió con la vista a Þóra y Matthew, que caminaban en dirección al despacho de Jónas. Pensó si debía informarles de que Jónas no estaba, pero decidió no hacerlo. Ya se darían cuenta ellos solos. Se volvió hacia la pantalla del ordenador y se puso de nuevo a leer las noticias en la red. En realidad, los artículos que leía tenían poco de noticias propiamente dichas, pero Vigdís hacía mucho que había dejado de interesarse por las cuestiones de Oriente Próximo, la política, las tonterías de la inflación y ese tipo de cosas que ocupaban la mayor parte del tiempo de los periodistas. Esa clase de informaciones eran una especie de círculo vicioso sin fin, mientras que las noticias que leía Vigdís era diáfanas y tenían principio y fin. Siempre estaba claro quién era el malo y quién el bueno, e iban acompañadas de fotografías que resultaba entretenido mirar. Y estaban centradas, sobre todo, en los ricos y famosos. Fue leyendo emocionada una pantalla tras otra y se enteró, sin ningún género de duda, de que Nicole Ritchie y Keira Knightly tenían anorexia. Estudió a fondo la fotografía ampliada de las costillas de las dos, que asomaban por el escote de sus vestidos de noche. Vigdís sacudió la cabeza con gesto entristecido.