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– Perdona -se oyó, y aquello la desvió durante un rato de su preocupación por la salud de las jóvenes actrices.

La recepcionista levantó la mirada.

– ¿Sabes algo de Jónas? -preguntó Þóra.

Vigdís cerró la ventana del ordenador para que la pantalla mostrara las reservas.

– Jónas hizo una escapada a la capital. Estará de vuelta por la tarde. -Puso un gesto servicial-. ¿Puedo ayudaros?

Þóra miró a Matthew y luego de nuevo a Vigdís.

– Sólo queríamos saber si estaban aquí algunas personas. Estamos intentando contactar con todos los que pudieran conocer a Birna. El piragüista, por ejemplo.

– ¿Prostur Laufeyjarson? -preguntó Vigdís, que tenía gran facilidad para recordar nombres. Era una aptitud de la que hacía gala en su trabajo en la recepción, y una de las razones por las que Jónas estaba tan satisfecho con ella. Además, Vigdís conocía estupendamente la red informática, así que Jónas ni se planteaba cambiarla de puesto de trabajo.

– Sí, justo -respondió Þóra-. ¿Está ahora en el hotel?

– No, siempre sale muy temprano a entrenar. Y vi el kayak en la playa de abajo ayer por la tarde. Quizá esté remando en esa zona. Si el kayak no está en el pequeño embarcadero, es que está en el mar. Siempre lo deja ahí.

Þóra le tradujo a Matthew lo que había dicho y decidieron bajar a la playa con la esperanza de encontrar a Pröstur. Antes de salir, Þóra se volvió hacia Vigdís.

– ¿Y a Magnús Baldvinsson? ¿Lo has visto?

Vigdís se encogió de hombros.

– No sé adónde ha ido. Hace poco estaba dando vueltas por aquí. No suele ir muy lejos. Sale a pasear, pero nunca pasa fuera más de una hora. Ya es bastante mayor.

– ¿Es viudo? -preguntó Þóra-. Jónas dijo que había venido él solo.

– No, creo que no -respondió Vigdís-. Su esposa le ha llamado varias veces.

– Qué raro que no le acompañara.

– A lo mejor está enferma -señaló Vigdís-. O no puede salir de casa por alguna razón.

– Quizá nos encontremos con él en cualquier sitio, más tarde -dijo Þóra.

Vigdís asintió con un gesto que delataba que sabía más de lo que había dicho.

– Sí, no dejéis de intentarlo.

– ¿Por qué? -preguntó.

– Bueno, por nada. El conocía a Birna -respondió Vigdís. Dejó pasar un momento de silencio antes de añadir-: O creo que la conocía. Por lo menos, al registrarse preguntó expresamente por ella.

– ¿Ah, sí? -preguntó Þóra extrañada. Jónas no había mencionado ninguna relación entre Magnús y Birna-. ¿Sabes de qué se conocían?

Vigdís sacudió la cabeza.

– Ni idea. En realidad, no sé nada de nada. Él preguntó por ella y yo le contesté. Nunca vi que hablaran ni nada por el estilo. Pero él no volvió a preguntar por ella, y ella nunca preguntó por él.

* * *

Þröstur Laufeyjarson colocó el remo de doble pala sobre el kayak y miró el cronómetro que rodeaba su muñeca. Aunque llevaba ya un buen rato de entrenamiento, aún no le apetecía volver. El bote se mecía tranquilamente en el mar mientras él pensaba en cómo mejorar el plan de entrenamiento, que no parecía dar los resultados apetecidos. Respiró hondo y dejó escapar un pesado suspiro. Tenía que reconocer que el entrenamiento no marchaba bien, no conseguía aprovechar al máximo su potencial. El pequeño gimnasio del hotel no tenía mucho que ofrecer y eso hacía difícil mantener la masa corpóral en el nivel óptimo, y mucho menos aumentarla. Þröstur giró los hombros haciendo tres círculos para disolver la tensión y notó que una gota de sudor le bajaba por la espalda, por dentro del traje de neopreno. La idea de una ducha caliente, e incluso un masaje a continuación, fue suficiente para hacerle llevar el kayak tranquilamente hacia la orilla. Aún tenía tiempo. Volvería después del mediodía y lo aprovecharía mejor.

Cuando la proa del kayak se dirigió hacia el hotel, vaciló un momento antes de mover el remo. Aflojó un poco la presión sobre éste y aguzó la vista. ¿Quiénes eran aquellas personas que estaban en la playa? Era evidente que le estaban haciendo señas; suspiró. Turistas. No había nada más fastidioso que los turistas y sus estúpidas preguntas: ¿Cazas ballenas con eso? ¿Has ido a remo hasta Groenlandia? Consideró la situación. ¿Iba a dejarse atrapar por aquellos imbéciles, o sería mejor desembarcar en otro sitio? Así le dejarían en paz, aunque tardaría mucho más en llegar al hotel. Se humedeció los labios resecos y notó un fuerte sabor a sal en la lengua. Aquella gente seguía saludando con la mano, más enérgicamente incluso que antes, y Pröstur tuvo la sensación de que conocía a la mujer, una huésped del hotel, recién llegada. Ojalá no fuera la que estaba preguntando por la arquitecta en la recepción cuando pasó por allí el día anterior. No tenía ninguna gana de charlar con ella. En absoluto. Era imposible adivinar qué clase de preguntas se le iban a ocurrir. Dio la vuelta al kayak con toda tranquilidad. Antes de empezar a remar con fuerza, miró sin querer el remo, como si esperase verlo todavía manchado de sangre. Naturalmente, ésta había desaparecido. Él mismo la había quitado, y lo había hecho a conciencia. Se alejó remando vigorosamente.

* * *

– ¿Qué pasa? -gritó Þóra hacia el mar cuando el kayak dio repentinamente la vuelta y se alejó con rapidez impulsado por el remo. Había hecho todo lo posible por llamar la atención del deportista, pero tuvo que bajar el brazo-. Nos ha visto con toda claridad. ¿Qué le pasa?

Matthew se puso una mano sobre la frente y siguió con la mirada el decidido recorrido de ía embarcación hacia el oeste, a lo largo de la playa.

– Sí, claro que nos ha visto. O su entrenamiento le deja poco tiempo para hablar con nosotros, o simplemente lo ha hecho para evitarnos. -El kayak desapareció de su vista detrás de unas rocas y Matthew se volvió hacia Þóra-. Creo que no ha querido hablar con nosotros. A lo mejor es muy tímido.

– ¿Nos quedamos por aquí a esperarle? -preguntó Þóra, ansiosa por hablar con aquel tipo fastidioso lo antes posible. Jónas podía tener muchos defectos, pero era bastante intuitivo con las personas, y Pröstur le había parecido sospechoso-. Me parece evidente que esconde algo, o no tendría problema para hablar con nosotros.

– No del todo -repuso Matthew-. A lo mejor sencillamente está cansado y no tiene ganas de charlar. No creo que pueda saber qué queremos de él. ¿Qué tal si volvemos? Ya le veremos luego. Venga, vamos a buscar al anciano, a ese tal Magnús.

Þóra tenía que reconocer que era un plan mucho más razonable que quedarse en la playa por si acaso, de modo que regresaron al hotel. Vigdís les dijo que no había visto a Magnús, pero que posiblemente estaría en su habitación, así que se dirigieron al piso de arriba.

– Yo hablaré -dijo Þóra en voz baja mientras llamaba a la puerta con decisión. Oyeron movimiento en el interior-. Es tan mayor que no estoy segura de que pueda manejarse bien en otros idiomas que no sean el islandés y quizá el danés. -Se abrió una rendija en la puerta y por ella asomó Magnús Baldvinsson-. Buenos días, Magnús, me llamo Þóra y éste es Matthew. ¿Podríamos hablar con usted un momentito?

– ¿Por qué? -respondió él con voz ronca-. Quiero decir, ¿quiénes son ustedes?

– Perdone, yo soy la abogada de Jónas, el propietario del hotel, y éste es mi ayudante. -Þóra reprimió su deseo de meter el pie en el umbral para obligarle a dejar la puerta abierta-. Sólo le robaremos unos minutos. Quizá pueda ayudarnos usted un poco.

La rendija se hizo más pequeña pero luego Magnús abrió la puerta del todo.

– Pasen. Están en su casa.