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Jónas respondió al cabo de varias llamadas, y sonó como si estuviera en un coche en marcha. Le dijo que la policía tenía intención de hablar con él la semana siguiente y que tomarían declaración a los huéspedes.

– ¿Hablar conmigo? -Jónas sonaba realmente extrañado.

– Sí, contigo -respondió Þóra-. ¿Ya has olvidado el mensaje de SMS? Probablemente estás bajo sospecha.

– Pero yo no lo envié. Ya te lo he dicho. -Jónas parecía dolido.

– Sé perfectamente lo que me dijiste. Pero eso no cambia nada en el hecho de que parezcas sospechoso por varios motivos. -Þóra oyó a Jónas soltar un silbido al otro lado de la línea-. ¿Quieres que yo te ayude en la declaración, o te ocupas tú solo?

– No puedo estar solo -dijo Jónas, y su voz dejaba traslucir el miedo-. No sé nada de todas esas cosas. Tienes que ayudarme. -Se llenó de alegría al añadir-: Te pagaré.

Þóra no pudo evitar una sonrisa.

– La policía encontrará al asesino, Jónas. No te preocupes. Si eres inocente, no te pasará nada.

– No estoy tan seguro -dijo Jónas dudoso-. Insisto en que necesito que estés a mi lado en los interrogatorios.

– Estupendo -dijo Þóra-. Entonces tengo que hacer una serie de diligencias para prolongar mi estancia. ¿Hay espacio libre en el hotel?

– Sí, no hay problema. No estará completo hasta el mes de julio.

– Tendré que pensar qué hacer con los niños -anunció Þóra-. Este fin de semana estaban con su padre, pero hoy es domingo y tienen que volver a casa.

– Cariño, mándalos para aquí -exclamó Jónas con voz alegre-. A los chicos les encanta la naturaleza y en la playa encontrarán muchas cosas que hacer.

Þóra sonrió. Gylfi se lo pasaría de miedo en la playa si hubiera ordenador y conexión a Internet.

– Espero que no sea necesario. Ya te diré. -Se despidieron, y Þóra se volvió hacia Matthew y suspiró.

– ¿Qué pasa? -preguntó él, lleno de curiosidad-. Me temo que ese suspiro no anuncia nada bueno.

– No -dijo Þóra, blandiendo el pesado teléfono-. Jónas desea que le asista profesionalmente en los interrogatorios que se avecinan.

Matthew sonrió de oreja a oreja.

– ¿Y no es estupendo? Yo no tengo ninguna prisa.

Þóra no devolvió la sonrisa ni siquiera a medias.

– Claro, claro. Sería estupendo si no tuviera un problema con los niños. Están con su padre, pero tengo que ir a recogerlos.

– Ajá -dijo Matthew en tono de sabelotodo, lo que indicaba que era totalmente incapaz de identificarse con la situación-. ¿No puedes llamar y preguntar si pueden quedarse más tiempo?

– Sí, si no me queda más remedio -contestó Þóra con fastidio. No soportaba tener que pedirle un favor a Hannes, porque sabía que él disfrutaba cuando ella necesitaba hacerlo y, sobre todo, porque a ella le sucedía exactamente lo mismo, pero en sentido contrario.

Tras un prolongado tira y afloja en el teléfono, Þóra y Hannes acordaron que los niños se quedaran otra noche en casa de su padre. Pero no más. Hannes tenía que ir al gimnasio y hacer otras muchas cosas que había tenido que aplazar por la visita de sus hijos. Þóra no tuvo más remedio que soltarle que lo entendía perfectamente, mintió diciendo que le había dado muchas vueltas al asunto, porque estaba segura de que él ya había hecho un esfuerzo enorme. Colgó con la esperanza de que se estampara contra el trampolín del gimnasio. Incluso se permitió sacarle la lengua al teléfono antes de dejar el aparato.

– Me encanta ver lo madura que eres en la relación con tu ex marido -bromeó Matthew-. No todo el mundo tiene una ex esposa tan magnífica.

Þóra le hizo una mueca.

– ¿Hablas por experiencia? -Pero añadió entonces en otro tono-: Los niños pueden quedarse solamente una noche más. Así que tengo que buscar otra solución o marcharme a casa.

– Yo no estoy separado, he tenido problemas para encontrar una mujer que me agradara -explicó Matthew-. En realidad nunca se me han dado muy bien estos asuntos. -Dio una palmada al ver en la cara de Þóra que no se había tragado ni una sola palabra-. Bueno, vale. Ya que no tenemos demasiado tiempo, deberías intentar aprovecharlo al máximo. Ya basta de paseos. ¿Qué te apetece hacer?

– Una de las pocas cosas que tengo claras es que cuanto más sepa, en mejor situación estaré para apoyar a Jónas en los interrogatorios -dijo Þóra, reflexionando-. Deberíamos intentar hablar con otros huéspedes más, o buscar a Eiríkur, el lector de auras, que es la persona de referencia en historias de fantasmas. Jónas dijo que ayer no había venido.

Matthew puso gesto de pena.

– Yo no me refería precisamente a eso. Y en lo que pensaba no tienen cabida otros huéspedes del hotel, ni tampoco los lectores de auras.

Þóra se ruborizó, pero fingió que no le había oído.

– Ven, pongámonos en marcha. Como dijiste tú mismo, tenemos que aprovechar bien el tiempo.

* * *

Eiríkur se quedó mirando la baraja del tarot que había extendido delante de él. Dinero… bueno. Muerte… malo. Pasó el dedo índice por los bordes de la carta de la Parca y dejó vagar la mente. Habían salido las mismas cartas dos veces seguidas, y aunque él distara de ser un especialista en el tarot, sabía que la probabilidad de semejante repetición era realmente mínima. ¿Qué trataban de decirle aquellas cartas? Pensó si debería recurrir a alguien que supiese interpretar mejor el tarot, pero llegó a la conclusión de que sería una complicación tremenda. Tendría que entrar en el hotel, abandonar las agradables viviendas de los empleados y, sencillamente, no le apetecía hacerlo. Allí no se podía utilizar el teléfono, y la cobertura de los móviles era la misma que aquí. En realidad, Eiríkur nunca utilizaba teléfono móvil. Leía las auras de la gente y sabía que las ondas emitidas por aquellos aparatos podían tener efectos nocivos sobre ellas, lo que impedía decir nada a ciencia cierta. Prefería ir al teléfono público más cercano en vez de dedicarse a parlotear con el aparatito sabiendo que el aura se oscurecía con cada palabra. No, tenía que ser capaz de interpretar aquello por su cuenta y riesgo. Apoyó la frente sobre la palma de su mano y fijó los ojos en las cartas. Dinero. Muerte.

Estiró la espalda. ¿Quizá la muerte no significaba su propia muerte o la de alguien próximo, sino simplemente la muerte de la arquitecta? Movió la cabeza en una señal de asentimiento dirigida a sí mismo. Naturalmente. Aquello significaba que el suceso tendría una gran influencia en su vida. Por eso habían salido las mismas cartas dos veces seguidas. ¿Y el dinero? ¿Qué relación había entre éste y la muerte de la arquitecta? Se lo había advertido. El aura de Birna parecía una nube de carbón, y estaba más que claro que aquello no podía anunciar nada bueno. Tal vez pudiera aprovechar aquella predicción para hacerse publicidad. Se maldijo por no habérselo dicho a alguna otra persona además de a ella. Ahora sólo quedaba él para contarlo.

Le entraron ganas de fumar un cigarrillo y suspiró. Jónas no veía buenos ojos que los empleados fumasen, y él no aguantaba verse obligado a hacerlo en secreto como un adolescente cualquiera. Ya era demasiado viejo para eso. Apoyado sobre una pared del edificio con la esperanza de que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Lo ridículo que sería hacer algo así. Tal vez era justificable prohibir a los dietistas y a los asesores individuales que echaran un cigarro de vez en cuando, pero ¿qué cliente iba a ponerse a señalar con el dedo a un lector de auras? Nadie, claro que no. Eiríkur se quedó rígido. Sus reflexiones sobre el tabaco habían tocado algún resorte oculto en lo más profundo de su mente. ¿Qué era aquello que había dicho Vigdís? ¿Que el cadáver lo habían encontrado el viernes y que nadie había visto a Birna desde el jueves por la tarde? La tarde que él se escapó a escondidas de la reunión espiritista para echar un cigarrito en una esquina sombría donde nadie pudiera verle. Ahora entendía lo que no logró comprender entonces, y supo qué hacía aquella persona buscando algo a tientas. La persona que vio aquella noche era el asesino. Naturalmente. «Así que fumar no vale para nada», pensó satisfecho de sí.