Выбрать главу

Recogió las cartas y sonrió. Por supuesto. Ahora sabía cuál era la relación entre el dinero y el crimen. El dinero era para él, porque todo tiene su precio. El precio estaría estipulado en el contrato, ya que el silencio también se paga. Pero era una persona optimista por naturaleza, y no le preocupaba mucho la posibilidad de no llegar a un acuerdo satisfactorio. Sólo tenía que pasar un momentito al hotel para llamar. Y luego también tendría que tener unas palabritas con su jefe, Jónas. Sería divertido charlar con él sin tener que ser siempre el que decía a todo que sí, para no quedarse sin trabajo. Ahora tenía al alcance de la mano la independencia económica tanto tiempo deseada y, por eso, no había motivo alguno para humillarse ante aquel hombre, para hacer de felpudo ante él.

Guardó la baraja, se puso en pie y salió. No tenía tiempo que perder, porque tenía que redactar el contrato. Tenía tanta prisa que no tuvo tiempo ni para detenerse un momento a mirarse en el espejito que colgaba junto al perchero de la puerta. Aunque su aura tenía un aspecto denso y oscuro. Casi negro.

* * *

Þóra dejó escapar un suspiro.

– ¿O sea que están todos fuera?

Vigdís la miró sin emoción alguna.

– Bueno, no digo tanto, pero la mayoría siempre hacen alguna excursión o bien ocupan su tiempo en alguna actividad durante el tiempo que permanecen aquí. Es rarísimo que tengamos un huésped que se registre y luego se quede sin hacer nada en su habitación esperando a que vayas a verle.

Matthew dirigió una hermosa sonrisa a Vigdís, pues no había entendido ni una palabra de lo que ésta había dicho.

– Bonito día -le soltó en inglés.

– Sí, mucho -respondió Vigdís-. Por eso hay tan poca gente dentro del hotel ahora. -Miró a Þóra-. No lo digo con mala intención, pero no puedo hacer nada por vosotros. Lo siento. La gente volverá a aparecer a la hora de la cena. Los que quieran abandonar el hotel pasarán antes por aquí, naturalmente, pero creo que no va a haber nadie en esa situación.

– Maldita sea -exclamó Þóra-. ¿Y tampoco hay empleados libres de servicio que estén dispuestos a charlar un poco?

Vigdís sacudió la cabeza.

– Como hay poca gente, no tienen mucho trabajo, y estarán descansando un poco en sus habitaciones hasta la hora de la cena. -Les miró desconfiada-. ¿Qué estáis buscando, en realidad?

– Nada concreto -dijo Þóra-. Sólo queríamos preguntar algunas cosas relativas a Birna. Lo que hacía y a quiénes trataba. Ver si alguien tiene alguna información que pudiera aclararnos su muerte.

– Su asesinato, querrás decir -interrumpió Vigdís-. Si andáis perdidos podéis ir a la iglesia. Sé que Birna iba allí a veces, porque yo le di la llave.

– ¿Una iglesia? -preguntó Þóra, sorprendida-. ¿Qué iglesia?

– Bueno, una iglesita que está justo aquí al lado. En realidad no pertenece a estas tierras, pero nosotros tenemos las llaves. A veces llegan autocares con gente que quiere verla. A los extranjeros les encanta, les parece una monada. -Vigdís estiró un brazo por debajo del mostrador de recepción y sacó una llave antigua-. Tenéis que empujar un poco la puerta al girar la llave.

Matthew la tomó y Vigdís les indicó el camino que debían seguir.

– Aunque la iglesia sea del año 1864, sigue siendo utilizada por los habitantes de las granjas de los alrededores, de modo que sed cuidadosos. -Vigdís bostezó-. Recuerdo que Birna estaba tremendamente interesada en el cementerio. Creo que estuvo buscando cierta lápida.

* * *

La habitación era un desastre. Lo había puesto todo patas arriba pero sin encontrar nada. ¿Qué había hecho aquella mujer con aquello? Suspiró para dar una vía de escape a su frustración, pero procuró hacerlo de forma casi inaudible. ¿Por qué no podía encontrarlo y acabar aquella miserable historia? Pegó la oreja a la puerta y escuchó. Todo parecía en silencio en el pasillo. Volvió al interior de la habitación. ¿Debía seguir registrando o contentarse con la situación? Aquello no estaba allí. No tenía sentido seguir buscándolo. Se dirigió hacia la puerta que daba al patio y miró atentamente entre las cortinas. Nadie. Abrió la puerta con mucho cuidado y salió al aire libre. Luego cerró la puerta tras de sí y se marchó. En el sendero se quitó los guantes y los metió en el bolsillo. ¿Pero qué era aquello?

Capítulo 15

La iglesia estaba en un terrenito cubierto de hierba, a poca distancia de la playa. Estaba encaramada en lo más alto de una loma de escasa altura; era pequeña y negruzca, de madera, y a Þóra le recordó, sobre todo, a las iglesias que solía dibujar en la escuela infanticlass="underline" una casita con una pequeña torre y una cruz en lo alto. Aunque tenía que decir que los templos de sus dibujos eran bastante más alegres y coloridos, pero había que reconocer que el negro le iba muy bien a aquella iglesia. Las ventanas y la puerta pintadas de blanco proporcionaban el contraste necesario, y el conjunto ponía de manifiesto que el edificio estaba bastante bien conservado. Þóra no recordaba haber visto nunca una iglesia de aquel color negro, y se preguntó si sería su color original. Tampoco sabía mucho sobre la historia de la arquitectura en Islandia, pero las paredes parecían embreadas, lo que probablemente indicaba que cubrían alguna pintura original. Decidió para sí que aquélla tenía que ser la explicación, y transmitió a Matthew su idea como si se tratase de un hecho perfectamente constatado. Él lo aceptó sin más.

En torno al edificio se extendía un amplio atrio cubierto casi completamente de hierba y musgo, de modo que sólo se veía el pavimento de piedra en algunos lugares. Frente a la puerta había un portón de hierro que daba acceso al atrio. Abrieron el portón, que chirrió horriblemente, y lo cruzaron.

– Mira -dijo Þóra, señalando algo con la mano-. El cementerio. -Se veían algunas lápidas.

– Claramente, aquí han muerto menos personas de lo que cabría de esperar -observó Matthew al ver un espacio vacío entre la iglesia y las tumbas.

– Sí -respondió Þóra-. Es extraño. Vigdís dijo que la iglesia seguía siendo utilizada por los habitantes de la comarca, con lo que quizá esto debería estar más lleno.

– Pues parece que no -dijo Matthew.

Miró la cerradura de la puerta de la iglesia.

– ¿Qué es lo que tenía que hacer? ¿Empujar o tirar?

– Empujar, creo. O tirar. Una de dos -respondió Þóra con la mente en otro lugar, sin prestar atención a los forcejeos de Matthew, con la vista puesta en el cementerio y las lápidas-. ¿Crees que encontraremos la tumba de esa Kristín? -preguntó, volviéndose hacia Matthew, que peleaba frenéticamente con la puerta-. Birna debió de estar buscándola cuando estuvo aquí.

– No lo sé -respondió él, molesto-. ¿Qué le pasa a esta puerta? -Apoyó un hombro sobre la gruesa puerta e hizo girar la llave. Se escuchó un débil chasquido-. Na endlich! -exclamó triunfante, empujando la puerta para abrirla-. Si es usted tan amable, señora.