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– ¿Tú crees en fantasmas? -preguntó con cautela.

– Sí -respondió Bertha, su rostro dejaba bien claro que lo que decía era cierto-. Esto está maldito. Sin ningún género de dudas. Muchas veces me muero de miedo en la oscuridad.

Þóra no supo qué decir, pero se le pasó fugazmente por la cabeza la idea de que podría servir de testigo si se llegaba a un pleito por las apariciones. Estaban ya casi en lo alto de la cresta cuando Þóra decidió dejarse de fantasmas e ir directamente al grano.

– ¿De qué la conocías?

– Era la arquitecta del hotel. Está en unas tierras que pertenecieron a mi madre, y yo la ayudé un poco. -Miró a Þóra y desplazó luego los ojos hacia la silla de ruedas, que Matthew se esforzaba en empujar cuesta arriba-. Era muy simpática.

Þóra no preguntó más detalles, pero no le resultó fácil imaginar que Birna se hubiera llevado bien con el joven de la silla de ruedas. En cambio, se dio cuenta por fin de por qué le había resultado conocida la muchacha, y es que era igual a su madre Elín, a la que Þóra conoció cuando habían cerrado el contrato de compraventa. De modo que no sería muy práctico utilizarla como testigo contra su propia familia ante un tribunal, y Þóra decidió que no lo haría. Pero no vendría mal recabar de ella algo de información.

– ¿En qué ayudaste a Birna? -preguntó.

– Estaba interesada en la historia del lugar, y ni mi madre ni mi tío Börkur tenían tiempo ni ganas de hablar mucho con ella. Yo le conté lo que sabía y busqué planos antiguos para ella. En realidad no los encontré, pero sí que le pude dar algunas fotos viejas. Estaba encantada con ellas.

– ¿Recuerdas de qué eran? -preguntó Þóra sorprendida. En el sótano había fotos de sobra, y resultaba extraño que a Birna no le hubieran parecido suficientes. A lo mejor los temas eran demasiado repetitivos, la misma pared… distintas personas.

– Bueno, eran sobre todo fotos de la antigua granja, del bisabuelo y la bisabuela. También había en las fotos algunas otras personas que yo no conocía. -La muchacha calló de pronto y miró a Þóra con gesto preocupado-. ¿Me las devolverán? Ni mi madre ni Börkur saben que se las presté.

– Seguro que sí-dijo Þóra-. Díselo a la policía. Tienen que venir por aquí mañana. ¿Vives por aquí cerca?

– No. Tenemos una casa en Stykkishólmur donde me quedo cuando vengo. Intento venir todo lo que puedo. -Miró a Þóra y añadió en voz más baja-: Por Steini. Él no quiere estar en Reikiavik.

Þóra asintió con la cabeza.

– ¿Sois parientes? -preguntó. Estaban a cierta distancia de los otros dos, pero no suficientemente lejos como para que Þóra se atreviera a preguntar qué le había sucedido al joven. Bajo ningún concepto quería que se percatara de la curiosidad que le despertaba su aspecto.

– Sí, somos primos. -Y añadió-: Por parte de padre.

Más adelante, Matthew se detuvo y miró alrededor, con aspecto cansado. Habían llegado a lo más alto de la cresta. Þóra se apresuró a cambiar de tema de conversación, y volvió al hallazgo del cuerpo.

– ¿Tienes alguna idea de quién puede haber matado a Birna? ¿Estaba liada con alguien, o peleada con alguna persona?

La chica sacudió la cabeza.

– No estaba peleada con nadie, creo. Por lo menos, nunca habló de eso. Pero nos vimos varias veces, yo estoy recogiendo las cosas que dejó la familia en la vieja granja de Kreppa, justo ahí al lado, y ella iba bastante por allí. Era muy entretenido charlar con ella. No sé si tiene importancia, pero me dijo que tenía un novio o algo por el estilo.

– ¿Un novio? -preguntó Þóra intrigada-. ¿Sabes algo más sobre él?

Bertha puso gesto de inseguridad y pensó por un momento antes de responder.

– Bueno, no sé si debería contarlo. Él está casado, de modo que lo llevaban en secreto. Me lo dijo confidencialmente, era obvio que quería contárselo a alguien. No quiero traicionar la confianza de Birna, aunque esté muerta.

Þóra sintió que la arquitecta debía de sentirse tremendamente sola para confiar sus secretos a una chica tan joven. No creía que Bertha tuviera más de veinte años.

– Me temo que todo esto acabará saliendo a la luz. Aunque pueda parecer una tontería, muchas veces son precisamente esas relaciones amorosas las que conducen a sucesos como éste. ¿No querrás que escape el que lo hizo?

Bertha sacudió enérgicamente la cabeza.

– No, por Dios. -Se movió inquieta. Estaban ya al lado de Matthew y Steini.

– Vamos -se oyó decir ásperamente a una voz por debajo de la capucha-. Quiero irme ya.

Bertha se dirigió hacia la silla y la agarró para empujarla.

– Muy bien, Steini -dijo, y le dio las gracias a Matthew por su ayuda. Luego se volvió hacia Þóra-. A lo mejor nos volvemos a ver. ¿Vivís aquí?

– No, estamos en el hotel -informó Þóra, decepcionada por no haber conseguido el nombre del amante. Vio a la muchacha despedirse con la mano y empezar a caminar lentamente con la silla por delante.

Cuando Bertha había caminado unos pasos, se detuvo y se volvió bruscamente.

– Se llama Bergur. Es granjero, en Tunga. -Y continuó adelante sin decir nada más.

Þóra y Matthew se quedaron quietos mirando la trabajosa marcha de la joven con la silla por aquel irregular terreno. Cuando se hubieron alejado suficiente, Matthew se volvió hacia Þóra.

– ¿Qué demonios puede haberle pasado a ese chico?

* * *

Vigdís sacó la cabeza por encima del mostrador de recepción y miró a su alrededor. Nadie. Miró el reloj de la pared y vio que los huéspedes aún tardarían un rato en llegar. A pesar de sus diferencias de nacionalidad y de aficiones, la mayor parte de ellos parecía llevar a cabo la misma rutina una vez se habían inscrito: levantarse entre las ocho y las nueve y salir al aire libre a gozar de la naturaleza después del desayuno. De modo que no había que esperar que estuvieran de vuelta hasta tarde. Sabía que aquello le había acarreado a Jónas cierta preocupación, pues su idea original era que la gente pasara más tiempo (y gastara más dinero) entre las paredes del hotel. Masajistas, terapeutas, sexóloga, lector de auras y como se llamaran todos esos especialistas, no estaban menos decepcionados porque les pagaban según los servicios prestados. Era sobre todo por las tardes y los fines de semana cuando estaban realmente ocupados, y la mayoría de ellos habían empezado a hacer publicidad de su trabajo para no morirse de hambre. Pero Jónas estaba empeñado en que empezarían a tener más actividad en cuanto los islandeses se quedaran más tiempo dentro de casa, cuando el día se hiciera más corto y comenzaran a celebrarse las habituales fiestas. El verano estaba llegando a su fin, y era obvio que algunos empleados se irían a la calle si no aumentaba la demanda por sus servicios.

Pero aunque el futuro laboral de aquellos hechiceros fuese bastante negro en aquellos momentos, el de Vigdís parecía estupendo. Pero la curiosidad la estaba matando. Una vez que la policía obtuvo de ella y de Jónas la promesa de que nadie entraría en la habitación de Birna, le habían entrado unas ganas insoportables de desobedecer la orden. Jónas echó un fugaz vistazo cuando les abrió la puerta a los policías, y dijo que allí dentro no había nada interesante. Pero Vigdís tenía que verlo con sus propios ojos. A lo mejor había sangre por todas partes, o algo aún más desagradable, que Jónas no pudo ver desde el lugar en el que se encontraba. O algo de lo que no podía o no quería hablar.

Vigdís se puso en pie y cogió la llave maestra. Echó un vistazo al pasillo y se marchó decidida. Se detuvo ante la puerta de la habitación y metió la llave sin vacilar. La empujó con manos rápidas, se coló adentro y cerró la puerta a sus espaldas. En cuanto oyó el clic de la cerradura se dio cuenta del error que había cometido. Allí dentro todo estaba patas arriba. De sangre, nada, pero había ropas como árboles caídos por todas partes, y todo un caos de papeles. Vigdís se dio cuenta de que tenía que informar inmediatamente a la policía de que alguien había entrado en la habitación. ¿Pero cómo les iba a explicar que había ido ella a hacer allí? ¿A limpiar? A lo mejor podía contarles la trola de que había oído ruidos, pero aquello complicaría la investigación… podrían pensar que había sucedido justo en ese momento. Dejó escapar un pesado suspiro y echó las manos hacia atrás para tantear en busca del pomo de la puerta. Mientras salía a hurtadillas, intentó desesperadamente encontrar una justificación plausible para su irregular presencia allí dentro. Tendría que inventarse algo.