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– ¿Es una broma? ¿Pero quién se ocupó del escenario? -Þórólfur se arrellanó en la silla y se volvió hacia su subordinado. Agitó las manos, señalando una serie de estanterías de acero en las que tenía que guardarse todo lo encontrado en el lugar de aparición del cadáver de Snæfellsnes-. ¡Conchas y cangrejos muertos! -Cerró los ojos y se frotó con el dedo una de las sienes. Sintió que lo peor de la jaqueca todavía no había llegado.

– Puf, fue Guðmundur. Es nuevo -respondió Lárus con voz apagada.

– Igual que unos chavales de diez años de excursión con el colegio. ¿Qué se creía ese Guðmundur que tenía que hacer? ¿Limpiar la playa para tumbarse un rato? A lo mejor hasta tengo que agradecer que no me echaran toda la arena encima de mi mesa. -Dio la vuelta al escritorio y miró el contenido de varias bandejas.

– Piedras -murmuró Lárus, pero enseguida procuró arreglarlo, al ver que Þórólfur le ponía mala cara-. La playa es pedregosa… no de arena.

– ¿Piedras, arena, qué más da? -gritó Þórólfur fuera de sí, y siguió mirando cosas-. Guðmundur parece haberse confundido radicalmente de oficio. Supongo que primero le habrá parecido que tenía que revisar un escenario inmenso, pero luego parece que se dedicó a recoger piedrecitas y cosas ligeras. -Þórólfur metió el bolígrafo en una lata de cerveza vieja y retorcida-. Como esto -dijo, levantando la lata-. Cualquier imbécil puede ver que una lata como ésta lleva meses a la intemperie. Y esto… -Þórólfur se desplazó hasta la siguiente bandeja y levantó las manos desesperado-. ¡Un pez lobo muerto! -Se volvió hacia Lárus-. ¿Has visto las fotos del cadáver? ¿Qué relación podía tener un pez lobo muerto con lo que le sucedió a esa mujer? ¿Acaso cree Guðmundur que la mujer resbaló sobre el cadáver del pez y se cayó sobre las piedras? ¿Crees tú que eso podría explicar las lesiones?

Lárus se limitó a sacudir la cabeza. Þórólfur había empezado a gritar y aquello no presagiaba nada bueno. Se movió incómodo y abrió la boca para decir algo pero, antes de pensar en nada coherente, su jefe volvió a hablar, aunque ahora mucho más calmado.

– ¿Qué es esto? ¿Un vibrador? -Lárus se acercó a Þórólfur y se colocó a su lado para poder ver lo que había en la bandeja. Exacto. En la viscosa boca del pez lobo se podía ver un estropeado cilindro de plástico que parecía un pene artificial.

Capítulo 17

Þóra le dio un golpecito con el codo a Matthew y señaló con la cabeza en dirección a un hombre joven que pasaba delante de ellos

– Ése es el camarero, Jökull, que me habló tan mal de Birna -explicó a media voz, poniéndose en pie-. Tengo mis sospechas de que sabe algo. -Estaban tomando café en el vestíbulo de entrada del hotel, donde habían estado planificando los siguientes pasos a dar, sin llegar a ninguna conclusión, aparte de que tenían que encontrar al amante de Birna, Bergur, dueño de una granja en Tunga. Habían estado discutiendo cómo abordarlo, y Þóra había acabado por aburrirse de tanto darle vueltas a las cosas. Por eso, el camarero le pareció una tabla de salvación, y se acercó a él con rapidez. Iba hacia el comedor, pero Þóra consiguió darle un golpecito en el hombro antes de que se escapara.

– Hola -le dijo sonriente-. ¿Me recuerda?

El joven se dio la vuelta extrañado.

– ¿Eh? Ah sí, claro. Usted es la abogada, ¿no?

– Eso es, me llamo Þóra. ¿Tendría cinco minutos? Querría preguntarle un par de cositas más sobre Birna.

El camarero miró su reloj.

– Bueno, venga. Aunque no es mucho lo que puedo contar. Ya le dije la opinión que tenía de ella. En realidad, no tengo mucho más que añadir.

– Nunca se sabe -respondió Þóra-. ¿Nos sentamos aquí? -Señaló un sofá colocado en el pasillo y que parecía estar allí simplemente como decoración. Aquélla sería probablemente la primera vez que se utilizaba, pensó al sentarse. Dio un golpecito en el asiento del sofá a su lado, para indicarle al joven que tomara asiento junto a ella. Una nubécula de polvo se elevó en volutas a ambos lados de la palma de su mano cuando golpeó la tapicería-. ¿Cómo la conoció? ¿Sólo en el comedor?

El camarero se sentó en el borde del sofá.

– Para ser sincero, yo no la conocía, pero éste no es un lugar tan grande como para que uno no acabara conociéndola. Pero lo cierto es que llevo poco tiempo trabajando aquí y además procuraba evitarla, de modo que nunca llegamos a establecer contacto. Sacará usted mucho más hablando con cualquier otro empleado antes que conmigo.

Þóra frunció el ceño.

– Pero sigo sin entender que, aunque ponga de relieve que prácticamente no conocía a Birna, parecía haberse formado una opinión muy clara sobre ella. Muy clara y negativa. Tendría que haber algún motivo para ello.

En el rostro del camarero se dibujó un gesto de ira.

– Yo conozco a la gente -exclamó, sin dar más detalles.

Þóra decidió dirigir sus preguntas por otros derroteros, con la esperanza de no espantar a aquel hombre.

– ¿Me equivoco al pensar que se llama Jökull?

– No, no, es cierto -respondió el camarero, que aún sabía controlarse-. Jökull Guðmundsson.

– Muy apropiado para estos lugares, eso de llamarse «glaciar» -dijo Þóra amistosamente, con una sonrisa-. ¿Es usted de la zona?

– Sí, en efecto -respondió Jökull-. Crecí en una granja muy cerca de aquí. Pero me fui a Reikiavik a estudiar hostelería y estuve allí mucho tiempo. Pero luego me encontré con una oportunidad de regresar cuando Jónas publicó un anuncio pidiendo personal.

– Comprendo -dijo Þóra-. Esta región es extraordinariamente hermosa, y estoy segura de que si has nacido aquí tienes que estar siempre deseando volver.

– Sí, esto es muy distinto a Reikiavik -respondió Jökull, que sonreía por primera vez.

– Y supongo que conocerá la historia de la zona -pregun-tó Þóra-. ¿Sabe, por ejemplo, algo sobre las apariciones que dicen que hubo en estas granjas?

El rostro de Jökull se ensombreció.

– No me apetece lo más mínimo hablar de fantasmas con gente de Reikiavik -dijo-. Allí no entienden estas cosas. Cuando no se trata de asfalto o cualquier otra cosa tangible, no son capaces de comprender nada y se burlan de todo esto.

Þóra torció el gesto.

– Yo no tenía intención alguna de reírme de la creencia en fantasmas. Estoy preparando a cuenta de Jónas un pleito en el que los fantasmas tienen un papel importante. Eso es todo. Cualquier testimonio sobre ese asunto en estas tierras me vendrá muy bien.

– Puede ser. -Jökull dudó-. Pero tendrá que ir a buscarlo en otro sitio. No puedo ayudarle. Yo no soy especialista en historias de fantasmas, aunque conozco algunas y creo que el mundo es demasiado complejo como para que los de Reikiavik puedan saber todo lo que se puede saber.

– Pero ¿conoce algo de la historia del lugar, aparte de espíritus y fantasmas? Por ejemplo, ¿sabe algo sobre las personas que vivieron en estas granjas?

Jökull sacudió la cabeza.

– No, nada. No soy suficientemente viejo para interesarme por la historia.