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«No deja de tener sentido», pensó Þóra, que decidió intentar obtener la información de los ancianos que conocieran la comarca.

– ¿Aún tiene parientes aquí?

– Una hermana -respondió Jökull.

– ¿Sus padres se marcharon a la ciudad? -preguntó Þóra.

– No, murieron -respondió Jökull, con más sequedad aún que antes.

– Ah -dijo Þóra, que no quiso preguntar nada más al respecto-. Tiene que perdonar mi insistencia sobre la historia del lugar, pero ¿sabe si el movimiento nazi estuvo actuando aquí, o algo por el estilo?

Jökull abrió mucho los ojos, y Þóra supo que no mentía cuando contestó al instante:

– No, jamás he oído nada al respecto. Aunque no me interese demasiado el pasado, eso lo recordaría, seguro. Debe de tratarse de alguna tontería de esas que se cuentan.

– Sí, supongo -respondió Þóra-. Pero ya que está usted aquí y es el único que puede informarme… quisiera hacerle otra pregunta que no tiene relación alguna con el pasado.

– ¿Cuál? -preguntó Jökull con suspicacia.

– Esta mañana me encontré con un joven que creo que es de por aquí. No pude enterarme de los años que tenía, pero yo diría que es más o menos de su misma edad. Iba en silla de ruedas y posiblemente ha sufrido quemaduras de algún tipo. ¿No sabrá qué le ha pasado?

Jökull se levantó sin decir una sola palabra.

– Tengo que volver al trabajo. Los cinco minutos han pasado ya de sobra. -Apretó con fuerza los labios, como para asegurarse de que su boca no se pondría a soltar nada por su cuenta.

– ¿De modo que no sabe nada de él? -preguntó Þóra, que se puso también en pie.

– Tengo trabajo. Hasta luego -dijo Jökull, y se marchó. Þóra le miró pensativa mientras se alejaba. Evidentemente, había tocado un punto débil.

* * *

– Es muy extraño -dijo Þóra, dejando el café, que ya se le había quedado completamente frío. Al tragar un sorbo había hecho una mueca involuntaria.

– ¿Crees que puede estar relacionado con el crimen? -preguntó Matthew-. ¿O simplemente que es un muchacho raro?

– No puedo decir a ciencia cierta si está involucrado en el tema de alguna manera. Está claro que Birna le resultaba odiosa, pero no quiso confesar el motivo, sólo dijo que conocía bien a las personas. ¿No será un antiguo amante al que ella abandonó por el campesino?

– O un conocedor de la gente tan bueno como afirma ser -observó Matthew, encogiéndose de hombros-. Estoy desfallecido de hambre, ¿qué hora es ya?

Þóra ignoró la pregunta.

– No, hay algo en todo esto. Le puse en un buen aprieto al preguntarle por el joven de la silla de ruedas.

Matthew hizo un gesto de indignación.

– ¿Le preguntaste por él? ¿Cómo se te ocurrió?

– Por nada -dijo Þóra-. Es que soy tremendamente curiosa y no me esperaba en absoluto una reacción como la que tuvo. Ni se me pasó por la cabeza que le pudiera resultar incómodo. Ahora, por lo menos, está claro que tengo que averiguar qué es lo que pasó.

– A mí me parece total y absolutamente improcedente -señaló Matthew, tan indignado como antes-. Preguntar por las desgracias de una persona totalmente desconocida que, por si fuera poco, está inválido.

– ¿Y qué? ¿Está prohibido preguntar sobre los inválidos? -se defendió Þóra-. Lo que te pasa es que tienes hambre y eso te pone de mal humor. Vamos a comer algo. -Se levantó del sofá.

Aquello alegró a Matthew.

– ¿Qué tal si vamos a comer algo distinto? -preguntó-. ¿No hay más restaurantes por aquí cerca?

– Sí -respondió Þóra-. Por ejemplo, podemos acercarnos a Hellnir. Tal vez podamos encontrar a alguien que conozca a los fantasmas de la comarca o que sepa algo sobre el tal Bergur de Tunga.

Matthew suspiró pesadamente.

– Ay, espero que no.

* * *

Eiríkur hizo un enorme esfuerzo y abrió los ojos. El especialista en lectura de auras tenía el peor dolor de cabeza que había sufrido en muchos años. Intentó moverse, pero enseguida abandonó el intento cuando sintió tales náuseas que no tuvo más remedio que volver a cerrar los ojos antes de conseguir enfocar lo que había a su alrededor. Cuando lo peor hubo pasado, intentó concentrarse en cómo le había entrado aquella jaqueca. ¿Qué había sucedido? ¿Había estado bebiendo? No recordaba nada que apuntara a semejante cosa, ni percibía en la boca el gusto del alcohol. Enseguida se le apareció en la memoria el brumoso recuerdo del tarot en el alojamiento de empleados del hotel, había estado echándose las cartas a sí mismo. ¿O había sido para algún otro? Creía recordar que había tenido una fuerte discusión con Jónas, pero no sabía por qué motivo. ¿Por el trabajo, o por el tarot? Su mente estaba en blanco. Sus pensamientos se dispersaron cuando sintió un espantoso pinchazo. Subía desde sus pies, y era de tal magnitud que, al principio, Eiríkur tuvo dificultad para darse cuenta con exactitud de cuál era el origen. No sabía si se había roto los tobillos o se trataba de alguna otra cosa. El dolor fue disminuyendo en intensidad y entonces pudo darse cuenta de que las punzadas procedían de la planta de los pies. ¿Pero qué había pasado? ¿Estaba en el hotel?

Tuvo la sensación de estar tumbado sobre algo cálido pero duro. Tanteó con ambas manos a sus lados y pensó que tenía que tratarse de hierba o de heno. El desagradable olor que se le metía por la nariz, sin embargo, no indicaba en absoluto que estuviera al aire libre. Un sonido extraño llegó además hasta él, pero no pudo identificarlo. ¿Era una respiración? ¿Había quizá alguien a su lado? Con mucho cuidado, Eiríkur entreabrió un ojo y vio que se encontraba en el interior de un edificio. Estaba sumergido en la oscuridad, pero desde algún lugar detrás de él llegaba un débil resplandor. No había fuerza humana capaz de hacerle darse la vuelta para comprobar de dónde procedía la luz. En aquellos momentos, le resultaba ya suficientemente difícil respirar. Se concentró en hacerlo con mucho cuidado: dentro, fuera, dentro, fuera. Luchaba contra la náusea que no dejaba de acosarle. Aunque fuera una estupidez, no podía ni pensar en vomitar antes de saber dónde estaba y qué le había sucedido. Enseguida vio las cosas más claras.

Dinero. Dinero y muerte. El corazón dio un salto en su pecho y movió la cabeza tan despacio como fue capaz con la esperanza de que todo fuera una alucinación. Pero no. Estaba en una caballeriza. No había dinero alguno, y le fue invadiendo la sospecha de que, en cambio, era la muerte la que estaba allí a su lado. Perdió el control de su respiración y al mismo tiempo el control de la náusea. Vomitó con todas sus fuerzas, y toda su atención estuvo centrada en ello durante un rato. Pero pasó pronto, y el miedo volvió a apoderarse de él. Se oyó un poderoso relincho, seguido por el estampido de unos cascos. ¿De dónde procedía aquel ruido? ¿A qué lado estaba el animal? Quiso sentarse y abrir los ojos. Al intentarlo, volvió a vomitar, pero el primer acceso había sido tan violento que prácticamente nada más pudo salir de él. Cuando pasó lo peor, logró incorporarse sobre los codos y mirar cautelosamente a su alrededor. Su mirada recorrió su propio pecho y, a pesar de su extraño estado, se pudo dar cuenta al instante del lugar de donde procedía aquel hedor insoportable. Luchó consigo mismo para reprimir el alarido que se formó en su garganta, y lo logró. Se obligó también a apartar los ojos de aquel pellejo ensangrentado y de aquellas fauces abiertas en aquel cráneo que se movía sin control, para concentrarse en lo que tenía encima. El instinto de supervivencia fue más fuerte que el deseo de quitarse de encima aquella porquería, aunque le ardiera en la piel la cuerda basta con la que estaba atado a su cuerpo aquel horror. Miró despacio por encima de su propio cuerpo.

Patas. Cuatro patas finas pero robustas. ¿Qué le habían dicho? Que nadie se lo imaginaría, que todos dirían que había sido un accidente. Un accidente mortal muy desgraciado provocado por él mismo. No podía ser. La gente tenía que saber que era un asesinato, y no una simple estupidez por su parte. Eiríkur ya había tenido que aguantar suficientes burlas un día tras otro a causa de su trabajo como lector de auras. Tendría que hacer lo que fuera para que las bromas no le acompañaran hasta más allá de la tumba. Al poco, aquello le llegó a parecer más acuciante que conservar la vida. Ahora que se había dado perfecta cuenta de la situación, tenía que hallar algún medio de darla a conocer. Intentó concentrarse. Estaba en la cuadra de una caballeriza, así que no había mucho donde escoger. No serviría de nada colocar la paja a su alrededor, porque cuando alguien apareciera finalmente por allí volvería a quedar desperdigada. No, tendría que garabatear alguna cosa en algún sitio llano que no pudieran pisotear los animales. Recorrió el espacio a su alrededor con ojos atentos y vio que la pared no estaba lejos. Con una decisión que ignoraba poseer, consiguió sobreponerse a su sufrimiento y arrastrarse hasta ella. Por el camino rogó a Dios que le permitiera escribir unas pocas letras en la pared con el anillo antes de que todo acabara. El ritmo del jadeo del animal creció, y Eiríkur se quedó agarrotado. ¿Qué era lo que le habían dicho? Que en cuanto aquel semental se percatara de lo que había en el suelo, se llenaría de miedo, empezaría a cocear y lo mataría a patadas. Cuando el ritmo de la respiración se calmó, esperó para mayor seguridad un momento más y luego siguió avanzando hacia la pared con extremada lentitud. No había forma de que se pudiera poner en pie, el dolor en las plantas de los pies era como si los estuvieran quemando con agua hirviendo.