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– ¿Y ahora? -preguntó Þóra, mirando extrañada a Matthew-. Dijeron que no pensaban venir por aquí hasta mañana. -Luego miró silenciosa a aquella pequeña tropa, que se acercaba a paso ligero hacia la puerta principal, donde Matthew y ella estaban sentados al sol vespertino, cada uno con su vaso de vino. Ella seguía con hambre, pues Matthew se había vengado de su indiferencia ante la carta del restaurante encargándole única y exclusivamente una ensalada verde. Tampoco es que él hubiera salido mucho mejor parado, con la lasaña vegetariana que había pedido. No le había dado para nada. Repitieron pan dos veces más, pero tampoco quedaron demasiado satisfechos.

Þóra reconoció a dos de los policías. Se trataba de los que habían hablado con Jónas y se llevaron su teléfono. Recordó que el mayor se llamaba Þórólfur.

– Buenas tardes -dijo, dirigiendo a éste su saludo.

– Buenas -fue la seca respuesta.

– Tenía entendido que no volverían hasta mañana -dijo Þóra-. ¿Sucede algo malo?

Þórólfur respondió brevemente sin detenerse ni siquiera a mirarles hasta que llegó delante de su mesa.

– Todo es efímero en este mundo. -E inmediatamente desapareció con el resto del grupo en el interior del edificio.

Capítulo 19

Þóra carraspeó.

– Hay una cosa que no consigo comprender en todo esto. -Miró a Jónas, que estaba sentado, pálido, a su lado, antes de continuar-: ¿Por qué quieren hablar con mi cliente? Él no tiene caballeriza y no puedo imaginarme que haya surgido en su investigación inicial nada que pueda indicar que él tuviera parte alguna en lo que parece haber sucedido allí. -Dirigió una dura mirada a Þórólfur a los ojos-. ¿O hay algo más?

Le llegó entonces a Þórólfur el turno de carraspear, y lo hizo con ganas.

– Ahora mismo se lo explico bien claro. El cadáver encontrado cerca de aquí resultó que se trataba de una mujer que trabajaba para su cliente. En vista de que han pasado sólo muy pocos días, las cosas parecen indicar que aquí hay algo que no va como debería. Tenemos motivos para sospechar que es la misma persona la que ha intervenido en las dos ocasiones.

Jónas se inclinó hacia adelante en su silla.

– Hagan el favor de referirse a mí por mi nombre. Estoy harto de que me llamen cliente.

Þóra suspiró, pero miró a Jónas y asintió con la cabeza. Luego se dirigió de nuevo a Þórólfur.

– En todo caso, ustedes están aquí exclusivamente para preguntar a Jónas si el difunto era cliente o empleado del hotel, no porque consideren que esté relacionado de alguna otra forma con este caso, supongo.

Þórólfur abrió las manos.

– No he dicho nada de eso, pues la investigación se encuentra en una fase preliminar en estos momentos. Pero es evidente que por ahora sólo estamos intentando averiguar quién es el difunto. Lo que suceda al final no lo podemos predecir.

– Y esa caballeriza -dijo Þóra-, ¿puedo preguntar quién es el dueño?

– Pregunte lo que quiera -respondió Þórólfur molesto-. Yo le responderé si lo considero oportuno. -Hizo crujir los huesos de las manos-. Pero, por otra parte, no es ningún secreto que la cuadra en cuestión pertenece a la granja llamada Tunga.

Þóra dio un respingo, pero confió en que Þórólfur no se hubiese dado cuenta.

– ¿Esa granja está cerca de aquí? -preguntó Þóra, intentando aparentar que no sabía nada.

– Es la siguiente granja al oeste de aquí -respondió Jónas, feliz de poder decir algo.

– Comprendo -dijo Þóra-. Entonces debe de estar bastante próxima a la playa, donde apareció el cadáver de Birna, ¿no? -Dirigió su pregunta a Þórólfur. Al ver que éste no respondía, prosiguió-: ¿No deberían estar en la granja hablando con sus propietarios, en vez de haber venido aquí? -Resolvió esperar antes de contarle a la policía la relación entre el granjero y Birna, hasta que ella misma hubiera hablado con él. Tomó la determinación de reunirse con Bergur inmediatamente, a la mañana siguiente, antes de que la relación hubiera salido a la superficie. En cuanto esto sucediera, no estaría nada claro que fuera a tener la más mínima oportunidad de hablar con él.

– Vayamos al tema -dijo Þórólfur irritado, volviéndose hacia Jónas-. Supongo que usted conoce la cuadra en cuestión, ¿no?

– Sí, desde luego -respondió Jónas-. Sé perfectamente dónde está y he entrado en ella.

– ¿Entiende usted de caballos? -preguntó Þórólfur.

– No, en absoluto -respondió Jónas-. Sólo soy algo aficionado. Pero tengo intención de meterme en ello más a fondo en el futuro. Ahora tengo más que suficiente con la construcción del complejo.

– ¿Y qué fue a hacer a la caballeriza? -preguntó Þórólfur.

– Rósa tuvo la amabilidad de enseñarme los caballos -dijo Jónas, que se apresuró a añadir-: Rósa es la dueña de la granja, la esposa de Bergur. Habíamos estado hablando algo de caballos las pocas veces que nos habíamos visto, y dijo que quería enseñarme un joven semental que tenían. Eso fue hace bastante tiempo, medio año o más.

– ¿Se acuerda del nombre del caballo en cuestión? -preguntó Þórólfur.

– Sí -dijo Jónas-. Recuerdo que se llamaba Hielo. -Sonrió-. Pero más bien habría debido llamarse Fuego, porque nunca he visto un caballo con un genio tan vivo.

Þórúlfur se tomó su tiempo antes de hacer la siguiente pregunta, y aprovechó para contrastar algo que había escrito en el cuaderno que tenía delante. Þóra se empezó a intranquilizar. En aquellas preguntas sobre el caballo había alguna cosa que apuntaba a que, en el fondo de todo, se ocultaba algo más que una simple búsqueda de información. Pero decidió no dejarse alterar, y esperar a ver el curso que tomaban los acontecimientos. Þórólfur apartó finalmente los ojos de su cuaderno de notas y los clavó en Jónas.

– En otras palabras, usted afirma que hace aproximadamente seis meses, en la caballeriza en cuestión, había un caballo bastante temperamental o difícil. ¿Me equivoco?

– Eso es -asintió Jónas, enarcando las cejas-. ¿Por qué lo pregunta?

– Por nada especial -dijo Þórólfur, anotando algo-. ¿Y zorros? -preguntó-. ¿Puede decirme algo sobre la presencia de zorros en la comarca?

Jónas miró a Þórólfur y luego a Þóra, con cara de extrañeza.

– ¿Tengo que contestar a eso? -preguntó desconcertado. Þóra asintió. Estaba deseosa de ver adonde iba a parar todo aquello. Jónas se volvió de nuevo hacia Þórólfur-. No comprendo la pregunta, en absoluto. ¿Quiere saber algo en general sobre los zorros, o si yo tengo un zorro?

– Bueno -dijo Þórólfur-, sería estupendo, por ejemplo, saber si hay zorros por aquí cerca, o si usted tiene zorros, también estaría bien que me lo dijera.

Jónas se echó hacia atrás en su silla y frunció el entrecejo.

– No tengo ningún zorro. ¿Por qué iba a tener zorros? Ésta no es una granja de animales de peletería. -Se dirigió a Þóra, que se encogió de hombros y le hizo una seña de que continuara respondiendo. Jónas aceptó, aunque muy a desgana-. Pero por aquí sí que hay zorros. Lo sé porque saquean los nidos de eider y los granjeros están siempre quejándose. A decir verdad, es lo único que sé sobre esos animales. -Jónas calló y reflexionó un momento antes de continuar-. Bueno, aparte de que eran los únicos mamíferos que vivían en Islandia cuando la colonización.

Þórólfur sonrió con frialdad.

– No le he pedido una lección de ciencias naturales. -Se pasó la mano derecha por el pelo-. Dígame otra cosa, ¿las letras R-E-R tienen algún significado para usted?