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– Fue por las buenas. No miento -replicó Jónas-. ¿Qué podía hacer? Ella ya no me quería, ¿y qué? Así es la vida a veces. Era una buena arquitecta y comprendía mis ideas sobre el resto de las construcciones del complejo. Soy suficientemente maduro como para saber separar negocios y vida privada.

– Suerte que tienes -dijo Þóra-. Esperemos que no aparezca ninguna versión distinta en los interrogatorios de los demás testigos. -Miró a Jónas-. Eso no te favorecería mucho.

– ¿Por qué? -preguntó Jónas extrañado-. ¿Es que no puedo ser amigo de una mujer?

– Claro que sí -dijo Þóra molesta-. Sabes perfectamente a lo que me refiero. Y luego está lo otro. ¿Quién es el hombre de la cuadra? A lo mejor es el tal Bergur. ¿Y entonces?

Jónas palideció.

– Bueno, no sé.

Þóra se dio una palmada en el muslo y se dispuso a ponerse en pie.

– Yo no me habría puesto a escribir cosas en las paredes. No dijeron nada que indicara si se trata de un accidente o de algo peor.

Jónas la miró.

– ¿Tú crees que la policía se pondría a hacerme preguntas sobre zorros y letras si un caballerizo se hubiera caído en el granero? No, detrás de todo eso hay algo más.

* * *

Matthew había pasado el brazo por el hombro de Þóra mientras miraban el ir y venir de las olas en la orilla del mar. Ella le había pedido que fueran a dar un paseo antes de acostarse, pues seguía con el olor de los productos de limpieza inundándole la nariz, anunciando una jaqueca si no un ataque de nervios. Cerró los ojos y estaba a punto de decir algo bonito cuando sonó su móvil.

– Todo parece indicar que el hotel es el único lugar de la zona que carece de cobertura -dijo Matthew suspirando.

Þóra se apresuró a responder.

– Hola, Þóra, perdona por llamarte tan tarde -dijo una voz femenina-. Soy Dísa, tu vecina.

– Ya, hola -dijo Þóra extrañada. ¿Se le habría incendiado la casa?

– Intenté localizarte antes, pero probablemente tenías el móvil apagado -dijo Dísa para disculparse.

– No, estoy en Snæfellsnes y la cobertura es infame por aquí -explicó Þóra, confiando en que la mujer fuera por fin al grano-. Viene y va todo el rato.

– Sí, sabía que estabas en el campo. Por eso te llamo. Es que he visto que alguien se llevaba tu todoterreno con la caravana a remolque, hacia las once. Me pareció de lo más extraño. ¿Se lo has prestado a alguien?

– No -dijo Þóra irritada-. Oye, Dísa, muchas gracias. Voy a comprobar si alguien se lo ha llevado prestado. Si no, tendré que llamar a la policía. Gracias otra vez.

Colgó y vio que tenía seis mensajes esperándola. Abrió el más reciente. Decía: llámame enseguida – Gylfi se ha largado llevándose a Soley.

Þóra dejó escapar un profundísimo suspiro. Miró a Matthew y dijo con voz fúnebre:

– Nunca tengas hijos. Conténtate con la niña africana.

LUNES 12 de junio de 2006

Capítulo 20

Þóra caminaba en círculos por el aparcamiento en busca de una buena conexión para su móvil. Matthew la seguía extrañado.

– ¿Por qué no usas el teléfono de la habitación? -preguntó, tiritando para quitarse el frío. La mañana era bastante desapacible y Þóra no sabía muy bien si estaban en medio de un banco de niebla o simplemente había nubes bajas. Había intentado contactar con su hijo Gylfi la noche anterior sin conseguirlo, y quería comenzar el día sabiendo dónde estaban él y la caravana. El muchacho no tenía aún carné de conducir, aunque ya había hecho los cursos. Þóra estaba espantada pensando que podía haberles ocurrido algo. Los mensajes de su móvil habían eliminado de un plumazo el bienestar de que estaba disfrutando hasta entonces. Primero llegaron tres de Gylfi. En el primero, la informaba de su enfado al no poder irse a casa como habían acordado, en el segundo que se marchaba de casa de su padre, y el tercero decía solamente: Eye of the Tiger – me fui. A continuación, habían llegado varios mensajes de su ex, en los que explicaba que Gylfi era inaguantable e indisciplinado y que todo era culpa de ella. Þóra los borró. Gylfi era un estudiante bastante tranquilo y aplicado, y muy lejos de los defectos que le achacaba su padre. Pero era joven y a veces le resultaba difícil controlarse cuando se le obligaba a hacer algo que no le gustaba y, sobre todo, si tenía que asistir calladito a las espantosas canciones de su padre. Eye of the Tiger había sido, evidentemente, la gota que colmó el vaso. Þóra no recordaba que Gylfi se hubiera sentido nunca encantado de ir a casa de su padre. Fueran acompañados o no por la consola de juegos de Sóley y su Sing Star. Después del divorcio, Hannes había comenzado una relación con una mujer a la que le enloquecían los caballos, manía que él había empezado a compartir. Ni Gylfi ni Sóley compartían la afición, y además Gylfi les tenía miedo a los caballos, miedo que había mamado con la leche de su madre. Por eso, le fastidiaba siempre muchísimo ir con su padre, con la amenaza constante de un paseo a caballo en cualquier momento. Hannes era incapaz de comprenderlo, por mucho que Þóra se esforzó en explicárselo, y decía que «había que quitarle esa manía al chico».

Þóra suspiró y esperó respuesta. Estuvo pensando si llamar a los padres de la novia, en caso de que Gylfi no respondiese, pero no le apetecía nada. Evidentemente, Gylfi se la había llevado en su fuga con la caravana, porque a Þóra le había llegado también un mensaje de la madre de la chica, y lo último que quería era dar pie a sus explosiones de soberbia. Pero podía comprender perfectamente que la mujer estuviera furiosa, a ella misma no le habría hecho ninguna gracia si Sóley estuviera a punto de dar a luz a los dieciséis años, y anduviera en un todoterreno, con una caravana a remolque, en compañía de un novio poco mayor que ella. Agradeció que los padres de Sigga no supieran que Gylfi no tenía carné. Por fin respondieron, y la somnolienta voz de su hijo sonó al otro lado de la línea.

– ¿Sí?

– ¿Dónde estás? -bramó Þóra a pesar de que intentaba mantener la compostura.

– ¿Qué? ¿Yo? -preguntó Gylfi como un tonto.

– Sí, claro que tú. ¿Dónde estás?

Gylfi bostezó.

– En algún sitio cerca de Hveragerði, creo. Pasamos ayer por ahí.

Þóra echó sapos y culebras contra sí misma por no haberse aplicado más en viajar con sus hijos por el país. Sabía por experiencia propia que toda la región sur del país era, en la mente de su hijo, por Hvergarði, igual que toda la región norte era por Akureyri.

– ¿Estás en la caravana? -preguntó Þóra, que se apresuró a añadir-: ¿Y con quién estás?

– Ah, Sigga y yo-dijo Gylfi, que añadió arrastrando las palabras-: bueno, y Sóley.

– ¡Sóley! -gritó Þóra-. ¿Cómo se te ha podido pasar por la cabeza llevártela a ella? Ni siquiera tienes carné de conducir, y aunque lo tuvieras, mucho me temo que no estarías autorizado para llevar una caravana durante los primeros meses. ¿Cómo se te ocurre llevarte el coche con una novia embarazada y con tu hermana de seis años?

– Conducir no tiene ningún truco -respondió Gylfi con seguridad varonil-. Y para que lo sepas, Sóley está aquí porque se negó a decirme dónde guardas las llaves del todoterreno si no me la llevaba a ella también. Además, ya estaba más que harta de los alaridos de papá. La pobre ni siquiera podía jugar con su propia consola.

Þóra exhaló un profundo suspiro.

– Mira, Gylfi, cariño -dijo con toda la calma de que fue capaz-. No muevas la caravana ni un metro más. Esta tarde iré a buscaros. ¿Estáis en un camping?

– Ah, no -respondió Gylfi-. Creo que no. Estamos en un sitio en el que he parado.

– Comprendo -dijo Þóra. Cerró los ojos y sacudió la cabeza para quitarse de encima las ganas de chillar-. Entérate de dónde estás exactamente y dímelo. Envíame un SMS, porque la cobertura aquí es terrible. No sigas viaje. No querrás acabar herido en un accidente, tú o cualquier otra persona.