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Una vez que Gylfi lo prometió, se despidieron. Þóra tenía que confiar en que la obedeciera. Por regla general, su hijo era obediente, pero si habían aparcado a un lado de la carretera o en lugar igual de inteligente acabarían por tener hambre o se verían obligados a desplazarse a algún sitio mejor. Se metió el móvil en el bolsillo y se volvió hacia Matthew.

– Repito lo que te dije anoche. No tengas hijos.

* * *

Þóra dio rápidos golpecitos en el borde de la mesa con la pluma que sostenía entre el pulgar y el índice.

– ¿Eso te ayuda a pensar? -preguntó Matthew-. Eso espero, al menos, porque yo no consigo hilar ni una sola idea hasta el final con ese golpeteo en los oídos.

Þóra dejó la pluma, se volvió hacia Matthew e hizo una mueca.

– Esto es importante. Estoy intentando mantener la concentración, pero mis hijos metidos en la caravana se me vienen una y otra vez a la cabeza. -Cerró los ojos y respiró hondo-. ¿Cómo se me pudo ocurrir comprar semejante monstruosidad?

– Porque en cuestiones de dinero eres tan previsora como un pececito dorado -dijo Matthew sonriéndole. Se encontraban en la habitación del hotel, Þóra a la mesa y Matthew sentado en la cama. Estaba apoyado contra la cabecera, disfrutando de la vida. Ella estaba sentada en una silla estilo new age elegida, sin ningún género de dudas, por su aspecto y no por su utilidad o su comodidad-. Ponte a escribir lo que ya sabes a ciencia cierta -le ordenó suavemente Matthew, acomodándose aún mejor-. Lo demás vendrá después.

Þóra empuñó la pluma y estuvo pensando un ratito. Se había empeñado en que Matthew y ella repasaran las circunstancias para preparar su reunión con Börkur y Elín, los hermanos que le habían vendido los terrenos a Jónas. Tenía la sensación de que no tendría ninguna otra oportunidad de interrogarlos a fondo, y quería tener las cosas bien claras.

– Vale -asintió, y empezó a escribir.

Cuando levantó la vista, había llenado tres hojas de tamaño DIN-4. Claro que había bastante espacio entre las líneas, así que no era un texto demasiado largo, pero había querido separar bien los detalles que recordaba. Se volvió hacia la cama, encantada consigo misma.

– Despierta -dijo en voz alta al comprobar que Matthew estaba echando una cabezadita.

Matthew se despertó con un respingo.

– Estaba despierto -dijo inmediatamente-. ¿Has acabado?

– Sí -afirmó Þóra, enarbolando sus papeles-. Por lo menos, de momento no recuerdo nada más.

– Cuéntame -pidió Matthew, adoptando una postura más erguida. Al dormirse había ido escurriéndose por la cabecera abajo.

– En primer lugar, están las apariciones del fantasma. He hablado con bastante gente y todos están de acuerdo en que el lugar está embrujado. Aunque la mayoría de la gente de la zona cree en esas cosas, me inclino a pensar que aquí está pasando algo, efectivamente…

Matthew la interrumpió.

– ¿Bromeas? -preguntó-. ¿Crees que la historia de los fantasmas tiene cabida en la realidad?

– No, claro que no-respondió Þóra molesta-. No me has dejado explicarme. Lo que iba a decir era que seguramente se trata de algo que tiene una explicación natural. Gran parte de los habitantes de la zona creen en lo sobrenatural y a lo mejor interpretan de esa forma algún fenómeno extraño: un fenómeno que seguramente se podría explicar de otra forma más racional. Creo que deberíamos intentar descubrirlo. Fantasmas en el jardín, gritos a medianoche, apariciones en las habitaciones.

– Pero fue precisamente en la de Jónas donde apareció el espíritu -dijo Matthew, para aportar más detalles-. Y aunque eso no afecte a lo principal, ¿cómo explicarías esos sucesos? -preguntó entonces-. ¿No será sencillamente cosa de extraterrestres?

– Ja, ja -se rió Þóra-. Lo que yo pensaba era que, a lo mejor, se trataba de Birna y Bergur haciendo el amor por ahí. La sexóloga dijo que practicaban el sexo duro. Quién sabe si soltaban unos gritos tremendos, y los fantasmas que se vieron fugazmente no eran más que ellos buscando lugares apropiados.

– Yo oí esos gritos, y no tenían nada que ver con relaciones sexuales de ningún tipo -dijo Matthew, ruborizándose un poco, porque sabía que Þóra estaba convencida de que habían sido simples imaginaciones suyas-. Además, cuando llegaron a mis oídos, Birna ya estaba muerta.

Þóra lo miró con gesto impenetrable.

– No sé qué decir, pero me permito dudar de que hayas oído nada. Más bien, sospecho que debes de haberlo soñado. -Vio que Matthew estaba a punto de poner algún reparo, y se apresuró a continuar-: Sea como fuere, estoy segura de que aparecerá alguna explicación plausible, y estoy decidida a encontrarla, porque es posible que tenga alguna relación con los crímenes.

– ¿No estarías arruinando al mismo tiempo el pleito de Jónas? Me refiero al del defecto oculto -preguntó Matthew-. Si explicas las apariciones, no habrá nada en lo que basar la reclamación de daños y perjuicios.

– No, naturalmente eso cambiaría todo de forma radical -respondió Þóra-. Pero, en cambio, creo que a Jónas, en realidad, lo que más le saca de quicio en este asunto es que el fantasma ejerce una influencia negativa sobre sus empleados, con las correspondientes consecuencias económicas. Si consigo explicar las apariciones y demostrar que en todo esto no hay nada sobrenatural, se habrá obtenido el resultado deseado. Los empleados recuperarán la tranquilidad y Jónas podrá dejar de preocuparse por las dimisiones y las exigencias de aumento de sueldo.

– Si te creen -señaló Matthew-. Aunque te escuchen, no está claro que te oigan.

Þóra dejó el papel que tenía en las manos, y agarró otro.

– No importa. Al menos, creo que eso lo clarificará todo. -Pasó los ojos por el texto y después levantó la vista-. Y lúego está el asesinato de Birna. En ese asunto hay una serie de cosas que tenemos que ver con más detalle.

– ¿Como qué? -preguntó Matthew-. ¿Ese peculiar cliente tuyo?

Þóra estuvo pensando si lanzarle a la cabeza el cenicero que había sobre la mesa, pero renunció a ello.

– Sí, desde luego. Entre otras cosas -respondió, conteniéndose-. Bien puede ser que esté más involucrado de lo que quiere reconocer. Por ejemplo, nunca me habló de su relación con Birna. No estaría nada mal saber algo más sobre sus relaciones y sobre su ruptura por culpa de una tercera persona.

– ¿Qué opinas sobre el mensaje que le enviaron a Birna desde el teléfono de Jónas? -preguntó Matthew-. ¿Crees que lo hicieron sin que él lo supiera?

Þóra se encogió de hombros.

– No lo sé, realmente no lo sé. Me cuesta mucho creer que Jónas haya asesinado a Birna, le enviase el mensaje o no. Naturalmente, no estará dispuesto a reconocer que ha sido él quien lo escribió, a la vista de lo sucedido. No tiene por qué haberse reunido con ella en ese lugar, aunque haya sido él quien le enviara el mensaje. Quizá sucedió algo que se lo impidió, sencillamente -reflexionó Þóra, que hizo una breve pausa-. De ser así, se podría pensar que Jónas mencionó ante el asesino la cita prevista, y que éste aprovechó la ocasión.

– ¿Quién pudo ser?

– Eso no lo sé, pero quizá pueda recordarlo Jónas -Þóra sacudió la cabeza-. No, qué va. No lo dirá a menos que se vea obligado a reconocer que fue él mismo quien envió el mensaje. No resultará nada fácil obligarle.

– La otra posibilidad es, naturalmente, que el asesino se apoderase del teléfono y enviara el mensaje como si fuera Jónas. Dijo que solía dejarse el móvil en la habitación -recordó Matthew-. Hubo bastantes personas que tuvieron ocasión de hacerlo. Huéspedes del hotel, empleados e incluso asistentes a la reunión espiritista. El problema de esta hipótesis es que la gente del hotel, al menos los que estaban en la reunión, no habrían tenido tiempo de ir hasta allá abajo andando o corriendo y matar a Birna. Es imposible si el crimen se produjo hacia las nueve, como indica la lista de mensajes.