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– Nos hizo una oferta muy buena, como sabe usted perfectamente -añadió Elín-. Había llegado el momento de tomar una decisión definitiva, y el resultado fue el que todos conocemos.

Þóra meditó si debía indagar más sobre las circunstancias de fondo de la venta. Todo aquello le resultaba bastante inverosímil, y su impresión se vio reforzada por la frialdad con que Elín le respondía. Por miedo a que la mujer se molestara por tantas preguntas sobre el mismo asunto, Þóra decidió cambiar de tema.

– ¿Conocen bien la historia de las dos granjas?

– ¿Bien? -exclamó Elín con tono de sorpresa-. Naturalmente que la conocemos, pero, por desgracia, yo soy pésima en genealogía e historia. -Levantó las manos y volvió las palmas hacia Börkur-. Y lo mismo puede decirse de mi hermano.

Börkur se limitó a erguirse y carraspear.

– Siempre he pensado dedicarme más a fondo a esos asuntos, pero estoy tan ocupado que nunca encuentro el tiempo para hacerlo.

– Pero tienen que haber oído historias a lo largo de los años; de su madre, por ejemplo -indagó Þóra-. ¿No recordarán algo concerniente a las granjas?

– Nuestra madre no hablaba mucho de su vida aquí -respondió Elín-. Se trasladó a Reikiavik con el abuelo cuando era todavía muy joven. -Elín bajó la vista hacia su regazo-. Su vida no fue precisamente un camino de rosas. La abuela Kristrún se murió cuando ella no era más que un bebé, y tenemos entendido que el abuelo Grímur no fue un padre, digamos, modélico. Tuvo que bregar con muchos problemas, nunca volvió a ser el mismo tras la muerte de la abuela. -Elín levantó los ojos y miró de nuevo a Þóra a la cara-. Pero, por desgracia, no le recuerdo, de modo que no puedo juzgar si era o no una mala persona.

Þóra torció el gesto.

– ¿Por qué habla así de él? ¿Le hizo algo malo a su madre?

– A su manera, sí -contestó Elín-. Se suicidó. Mamá tenía sólo diecinueve años, y lo único que sé es que nunca dejaría que un hijo mío descubriera que he muerto de esa forma. En mi opinión, no fue un buen padre, a pesar de todo lo demás que se pueda decir de él.

– No seas así -intervino bruscamente Börkur-. Sabes perfectamente que el buen hombre estaba enfermo. No puedes pretender que un hombre psicológicamente hundido vaya a cumplir hasta la última norma moral de la sociedad. Eso son puros y simples prejuicios, nada más.

Elín le miró con enfado, pero no le respondió. Se volvió hacia Þóra.

– Naturalmente, mi hermano ve las cosas de forma diferente. Yo quiero tanto a mi madre que no puedo evitar la ira al pensar en el daño que le hizo. -Echó un vistazo a su alrededor-. Estoy segura de que mamá tenía un enorme aprecio a las tierras de la península, pues mientras vivió aquí todo iba a pedir de boca. Pero, cuando se trasladaron a la capital, el abuelo enfermó. Ella quiso conservar en la memoria sus recuerdos de una infancia llena de felicidad.

– Comprendo -dijo Þóra-. Sería difícil. -Dirigió una sonrisa de simpatía a los dos hermanos, y continuó-: Estuve viendo la lápida de su abuela en el cementerio próximo al hotel, y su abuelo Grímur no parece estar enterrado a su lado. Si me permiten la pregunta, ¿a qué se debe?

Los labios de Elín se apretaron un poco.

– Mamá siempre dijo que había tomado esa decisión tras su muerte. Él nunca expresó deseo alguno sobre el lugar dónde quería ser sepultado, y ella tampoco tenía el menor deseo de que lo enterraran en la región. Yo diría que prefirió tenerlo cerca de ella, y por entonces vivían en Reikiavik.

Þóra pensó que era una explicación extraña. Se acomodó en el sofá.

– Y díganme, ¿saben algo sobre la historia de su tío abuelo Bjarni, que vivió originalmente en Kirkjustétt?

– Murió joven, de tuberculosis -respondió Börkur, contento de ser el primero en responder-. Perdió a su mujer también joven, de modo que la historia de los dos hermanos no deja de ser parecida.

– Ella también murió -dijo Þóra-… me refiero a su hija Guðný. De tuberculosis, ¿no?

– Sí. -Elín se apresuró a intervenir. A juzgar por su gesto, no le gustaba nada que su hermano le quitara la palabra-. Los dos enfermaron y se negaron a ir a la capital a recibir tratamiento al hospital. A saber si aquello hubiera podido cambiar las cosas. No sé prácticamente nada sobre la tuberculosis. Sé que nuestro abuelo les estuvo tratando lo mejor que pudo, porque era médico. Pero, desgraciadamente, no sirvió de nada.

Þóra se inclinó un poco hacia delante.

– Sé que les parecerá una pregunta muy incómoda, pero tengo que hacerla, de todos modos. -Hizo una breve pausa. Los hermanos se quedaron inmóviles, tensos-. He oído hablar de que en la granja hubo prácticas incestuosas, que Bjarni abusaba de su hija. ¿Puede ser cierto eso?

– No -replicó Elín con voz dura-. Todavía siguen con esa cuestión. Es una demostración de lo poco que había que hacer aquí en aquellos tiempos. La gente no tenía otra ocupación que inventarse chismes sobre las personas respetables que ya habían muerto y no podían defenderse de las habladurías. -Elín calló, con el rostro púrpura. Evidentemente, no era la primera vez que oía aquello.

– ¿Cómo puede estar tan segura? -preguntó Þóra con toda la cautela que pudo-. Quizá su madre no hablaba de ello por lo joven que era ella en aquella época y, como usted misma dijo, usted no conoció a su abuelo, de modo que difícilmente se lo habría podido contar él.

Elín miró fijamente a Þóra, con furia en los ojos.

– Oí a mi madre rechazar esa historia con tal determinación, que no me cabe la más mínima duda de que es un puro y simple infundio. -Apretó los labios-. Pero no veo el objeto de esta conversación. Si no tiene usted nada más inteligente que preguntarnos, creo que deberíamos concluir esta entrevista ahora mismo.

– Le pido mil disculpas -dijo Þóra, compungida-. No necesito seguir hablando de estas cosas. -Intentó desesperadamente sacar a colación cualquier otra cosa para evitar que la echaran sin más-. ¿Saben ustedes si los hermanos tuvieron algún desencuentro? -preguntó a toda prisa-. Tengo entendido que estuvieron años sin hablarse.

Elín estaba aún demasiado enfadada para responder, así que quien lo hizo fue Börkur.

– Fue cosa de sus esposas. Chocaron entre ellas y arrastraron a los dos hermanos. Creo que nadie sabe exactamente cuál fue el motivo de la disputa entre la abuela y su cuñada, pero fue suficientemente serio como para que no pudieran solucionarlo entre los hermanos, incluso después de la muerte de las dos mujeres. La familia es conocida por su intransigencia y su afán de venganza.

Elín intervino.

– Mamá me dijo que la abuela Kristrún perdió un niño, y que en su desesperación le echó la culpa de haberle matado a su cuñada Aðalheiður. Semejante acusación carecía del más mínimo fundamento, el niño enfermó y murió, ya está, pero el estado psíquico de la abuela empezaba ya a ser delicado en aquel entonces. Bjarni, el hermano del abuelo, se sintió enormemente ofendido al ver a su mujer acusada de semejante atrocidad, y tuvieron los dos un enfrentamiento tremendo, aunque creo que se habían reconciliado cuando murió Bjarni, pues tengo entendido que el abuelo se portó muy bien con él, y lo atendió durante su enfermedad, en una época en que nadie se atrevía a acercarse por miedo al contagio.

Þóra asintió.

– ¿Saben si hubo un incendio en alguna de las granjas? -preguntó; ante sus ojos veía el dibujo de una casa en llamas que habían encontrado en la mesa de la habitación infantil de Kreppa.

– ¿Un incendio? -dijeron los hermanos a coro. Elín sacudió la cabeza-. No, jamás he oído nada al respecto. Las granjas son las originales.

Þóra asintió.

– ¿Y les suena el nombre de Kristín en relación con las granjas?