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– ¿Y? -preguntó Þóra-. ¿No sería más práctico interrogarle a él en vez de a Jónas?

– Ya lo hemos hecho -explicó Þórólfur, haciendo girar el lápiz entre sus dedos con gran habilidad-. Independientemente del resultado que obtengamos con las muestras biológicas de ese hombre, necesitamos también las de su cliente.

– ¿Y por qué? -preguntó Þóra-. Si el semen resulta pertenecer al granjero, no puede ser de Jónas. -Þórólfur dejó traslucir una sonrisita perversa, lo que encendió una lucecita en la mente de Þóra-. ¿O quizá había semen de dos hombres en los órganos sexuales de Birna?

Þórólfur dejó inmediatamente de juguetear con el lápiz.

– Tal vez -respondió tras un instante de vacilación.

Þóra no necesitó más precisiones. Birna había tenido relaciones sexuales con dos hombres el día que fue asesinada. Seguramente Jónas era uno de ellos, y el otro sería Bergur o el asesino, a menos que ambos fueran la misma persona. Sintió que Jónas se ponía tenso a su lado, y sabía suficiente sobre los hombres para saber qué le había molestado. Se inclinó hacia él y le susurró al oído, para que los agentes no la oyeran:

– Seguro que tú fuiste el primero. -Aquello no podía poner a Jónas más nervioso de lo que ya estaba. Þóra notó que se relajaba un poco-. Pero hay que dejar bien claro que no es lo mismo tener relaciones sexuales con una persona que matarla, ¿no es así? -le dijo a Þórólfur, y añadió enseguida-: Supongo que no se está acusando a Jónas de semejante cosa en estos momentos.

– No, no, no de modo definitivo -contestó Þórólfur-. Pero si la difunta revela, por la presencia de lesiones internas y externas en los órganos sexuales, que ha sido violada, el caso, naturalmente, es distinto, ¿no es cierto?

Þóra decidió no responder.

– ¿Hay algo más que quieran aclarar, o sólo querían una explicación sobre el semen de Jónas?

– Hay más cosas -señaló Þórólfur-. Vamos a estudiar los mensajes enviados desde su teléfono, Jónas. ¿Puede explicarlos? ¿Decirnos, por ejemplo, dónde estaba usted entre las nueve y las diez de esa noche?

Jónas se volvió hacia Þóra, con gesto de desesperación. Ella movió la cabeza con energía y parpadeó, indicándole así que debía responder.

– No puedo explicar ese mensaje. Yo no lo envié, de modo que alguien tiene que haberme robado el móvil y haberlo utilizado. Yo fui a caminar un rato hacia las siete y me dejé el teléfono. Alguien lo robó mientras yo estaba fuera.

– Robado, claro -dijo Þórólfur, pero su voz dejaba traslucir cierta burla-. Lo robaron y luego lo volvieron a dejar en su sitio, ¿no?

– Sí -replicó Jónas con énfasis-. No siempre lo llevo encima, ni mucho menos, me lo dejo aquí, de modo que no tuvo que ser nada difícil. -Se masajeó las sienes, nervioso-. El hotel estaba repleto de gente. Había una reunión espiritista, y cualquiera habría podido hacerlo.

– Qué curioso, que recuerde precisamente eso -observó Þórólfur pensativo-. Esa circunstancia en particular nos ha causado ciertas dificultades. Como dice usted, esto estaba lleno de gente, pero nadie recuerda haberle visto a usted esa noche. ¿Hasta dónde llegó en su caminata? ¿Hasta la playa?

– ¡No! -exclamó Jónas, a la vez que daba un fuerte golpe con las manos abiertas sobre la mesa, para poner más énfasis en sus palabras-. Deambulé sin rumbo fijo. Empecé por acercarme a la zanja del camino de acceso, para comprobar si habían avanzado en el arreglo, y luego caminé una hora más o menos. Cuando volví, fui directamente a mi despacho y luego a mi apartamento. Alguien me habrá visto en el hotel, con toda seguridad. No iba por ahí con la cabeza tapada. Volví justo antes de las diez. La reunión continuaba, si recuerdo bien.

– Pues resulta que nadie dice haberle visto a usted. Ni dentro del hotel ni en el exterior, en todo ese rato. Hubo una pausa en la reunión a las nueve y media, y ciertamente duró hasta las diez. La gente de la reunión estaba por todas partes, algunos salieron a fumar, otros fueron a tomar un café, pero nadie le vio. Sin embargo, debió regresar en ese intervalo -dijo Þórólfur-. Pero pasemos a otro asunto. Ayer por la noche encontraron otro cadáver en unas caballerizas cerca de aquí. ¿Puede decirme dónde estaba ayer domingo hacia la hora de la cena?

– ¿Yo? Estaba en Reikiavik -dijo Jónas.

– ¿Cuándo salió para la capital?

– Me marché hacia las dos, más o menos. -La voz de Jónas temblaba un poco.

– Y supongo que habrá pasado por los túneles, ¿no?

– Sí -dijo Jónas antes de que Þóra consiguiera detenerle. Había algo que a ella no le gustaba nada.

– Supongo que viajaba en su propio coche, ¿verdad? -preguntó Þórólfur entonces. Tenía el gesto de un niño ante una gran fuente de dulces.

– Prefiere no responder a esa pregunta -se apresuró a decir Þóra. Puso la mano sobre el muslo de Jónas y apretó con fuerza.

– Perfectamente -dijo Þórólfur, con una sonrisa burlona-. Pero ya sabemos que fue a Reikiavik por los túneles. En ellos está terminantemente prohibido circular a caballo, a pie o en bicicleta, de modo que habrá que pensar que fue en un vehículo de alguna clase.

– Fui en mi propio coche -afirmó Jónas como un tonto, a pesar de la fuerza con que Þóra le apretaba en la pierna. No pudo resistir la tentación de clavarle las uñas por aquella estupidez. Jónas se quejó un poco y miró molesto a Þóra, que aparentó que no había hecho nada.

En el rostro de Þórólfur apareció la sonrisa más amplia que les había dedicado hasta entonces. Y el gesto de desprecio de su rostro se hizo más marcado. Cogió unos papeles que tenía en un montón, y los dejó caer sobre la mesa, delante de Jónas.

– Tengo aquí un listado de todos los vehículos que pasaron ayer por los túneles de Hvalfjörður. Pero entre ellos no está la matrícula de su coche. -Guardó silencio y miró a Jónas a los ojos-. ¿Cómo lo explica?

Esta vez, por fin, Jónas supo contenerse.

– Opta por no responder a esa pregunta -dijo Þóra-. Es evidente que Jónas se encuentra en un estado de considerable nerviosismo, lo que sin duda hace que su anterior respuesta se pueda explicar como un error de memoria.

– Eso pasó ayer -dijo Þórólfur. Se encogió de hombros cuando ni Þóra ni Jónas reaccionaron ante sus palabras-. En todo caso, pasemos a otro tema.

¿Otro más? Þóra intentó aparentar una calma total, pese a la angustia que la dominó, y al miedo por Jónas. ¿Qué más cosas tenían contra él?

* * *

– Y encima resulta que se había peleado con Eiríkur, el que encontraron muerto en la caballeriza -le dijo Þóra a Matthew-. Justo antes de que Eiríkur saliera del hotel. Y encima, se descubrió que tenía una cantidad enorme de somnífero en la sangre, el mismo somnífero que tenía Jónas en su mesita de noche. -Dejó escapar un suspiro-. Tenían una orden de registro, maldita sea.

Matthew soltó un silbido.

– ¿No será que es simplemente culpable? -preguntó.

– No lo sé, no sabría decirte -dijo Þóra-. En el cinturón de Birna se encontraron huellas dactilares suyas, y él había tenido relaciones sexuales con ella el día que la asesinaron, o esa misma noche, aunque él lo negó. Encima mintió diciendo que ayer había ido a Reikiavik. -Suspiró y le dio a Matthew la lista con las matrículas-. Mandaron hacer un listado de todos los coches que pasaron por los túneles. Habrán empleado a mucha gente toda la noche comprobando las cámaras de seguridad. Se dejaron la lista, de modo que me la quedé.

– ¿Y luego? -preguntó Matthew-. ¿Adónde se lo han llevado?

– A Borgarnes -respondió Þóra-. Mañana por la mañana comparecerá ante el Tribunal de Distrito de Vesturland. -Se pasó los dedos por el pelo-. Y conseguirán lo que quieren, a menos que el juez esté borracho.