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Matthew gruñó.

– Si se puede -dijo-. Tienes que reconocer que podría ser culpable.

– Sí, desgraciadamente -asintió Þóra-. Pero de alguna forma, estoy segura de que no fue él quien cometió esos crímenes.

– ¿Y quién, entonces? -preguntó Matthew-. Todo tendría mejor pinta si hubiera algún sospechoso más.

Þóra reflexionó un momento.

– El siguiente sería Bergur, pero no tendría, aparentemente, ningún motivo para matar a Eiríkur. -Se mordió el labio inferior. Estaban en la explanada frente al hotel, adonde habían ido porque Þóra quería hablar con Bella. Se encontraban uno al lado del otro, apoyados en el coche de alquiler de Matthew-. ¿No podemos excluir a todos los que estaban en la reunión espiritista? -preguntó Þóra-. Se estaba celebrando justo en el lapso de tiempo en que fue asesinada Birna, a juzgar por lo que dijo la policía.

– ¿Se ha sabido algo más preciso sobre la hora de la muerte? -preguntó Matthew.

– Þórólfur dijo que entre las nueve y las diez del jueves por la noche -respondió Þóra-. Tenía que basarse en las conclusiones de la autopsia. Coincide además con el mensaje en el que la citaban a las nueve. -Þóra suspiró-. La reunión empezó a las ocho. Nosotros tardamos media hora en llegar a la playa, así que si el asesino fue allí desde la reunión, no habría podido estar de vuelta antes de la pausa, que fue a las nueve y media. El acceso estaba cortado, de modo que nadie habría podido llegar en coche… habría tardado demasiado tiempo en llegar a la carretera general.

– ¿Sabes quienes estuvieron en la reunión? -preguntó Matthew-. De nada sirve excluir a un montón de gente si no tienes más información sobre quiénes eran.

– No, pero estoy segura de que, de una u otra forma, Vigdís sabrá quiénes asistieron. Ella cobraba la entrada -dijo Þóra-. Y además, muchos debieron de pagar con tarjeta, de forma que podremos encontrar los nombres de algunos de ellos.

– ¿Pero no deberías concentrarte en los posibles sospechosos, en lugar de en los que no son sospechosos?-señaló Matthew.

– Sí, pero de esta forma podré descartar a bastantes. Y al mismo tiempo, tendré una lista de los que pudieron haber visto a Jónas paseando durante la pausa, y que podrían servir como testigos de su ausencia -dijo Þóra. Observó una gaviota que volaba por encima de ellos-. A menos que el asesino se haya marchado volando -dijo pensativa, pero de repente se irguió y se apartó del coche-. ¿Y por qué no en barco? ¿No podría haber tenido el asesino una motora con la que entró en la ensenada?

Matthew no parecía igual de entusiasmado con la idea.

– ¿No es un poco absurdo? -la contradijo-. Tú y yo estuvimos en la ensenada y viendo la playa no me pareció que fuera posible desembarcar allí. Las piedras del fondo no hacían más que moverse. -Y añadió pensativo-: Aunque, en realidad, había un posible embarcadero. A lo mejor sí que se puede. -Siguió reflexionando-. Pero la barca habría tenido que estar amarrada aquí al lado, en el embarcadero del hotel, antes de la reunión. Quizá haya alguien que recuerde si fue así. Vamos allá y veamos cómo es.

Bajaron desde el hotel al pequeño muelle que había al este de los terrenos. Matthew se volvió y miró al hotel, cuando ya estaban casi llegando al lugar.

– Aquí no se nos ve mucho -dijo, señalando con el dedo. Desde donde estaban se veía el tejado del hotel, pero ni las puertas ni las ventanas-. Sería fácil hacer cualquier cosa aquí sin que te molesten. -Miró a su alrededor-. Y eso que me da la sensación de que este embarcadero no parece usarse mucho. No hay cabos ni postes para amarrar botes.

Þóra miró por debajo de los lados de la pasarela pero no vio nada que pudiera indicar que el muelle estuviera en uso.

– De acuerdo -dijo-. Pero de todos modos le preguntaré a Vigdís si recuerda alguna barca esa noche. -Se levantó viento, envolviéndoles en el olor de la ballena muerta-. Dios mío -exclamó Þóra, mirando el borde de la playa en dirección al lugar de donde soplaba el viento-. ¡Allí está el cadáver, mira! -señaló con el dedo hacia una gran masa negra, informe, a bastante distancia.

Matthew se cubrió la boca y la nariz con la mano, pero aguzó la vista en dirección al lugar que señalaba Þóra.

– ¿Pero qué es eso? No puede haber en el mundo un olor más horrible.

– ¿Vamos a echar un vistazo? -preguntó Þóra-. Si atajamos por esa pequeña ensenada, estaremos allí en poco tiempo.

Matthew dejó de mirar la línea de la playa, y se concentró en Þóra.

– ¿Estás hablando en serio? ¿Quieres ir hasta allí para ver esa monstruosidad asquerosa?

– Pues, claro -dijo Þóra, pero en ese momento sonó su teléfono. Suspiró al ver el número-. Hola.

– ¿No se te ha pasado por la cabeza contestar a los mensajes que te he estado enviando ininterrumpidamente, o te limitas a borrarlos? -gritó su ex marido, furioso-. No sé dónde diablos estás, pero esta eterna falta de comunicación se ha vuelto un tanto fastidiosa. No me chupo el dedo, y sé perfectamente que tienes apagado el móvil para poder enredarte con el primero que te encuentres.

Þóra intentó contenerse, pero no pudo mantener del todo la prudencia ante semejante perorata.

– Cállate, Hannes -le ordenó-. Estoy aquí trabajando, y si alguna vez hubieras llegado más allá de la circunvalación de Reikiavik, sabrías que no en todas partes hay cobertura para el móvil. -Esto último lo dijo con toda frialdad, aunque ella misma lo había descubierto muy pocos días atrás-. Lo único que tengo que decirte es que Gylfi y Sóley están justo a las afueras de Selfoss y que hay que ir allí a buscarles. Sigga está con ellos.

– ¿Y a mí qué me cuentas? -vociferó Hannes-. Yo también trabajo y no puedo andar de un lado para otro según a ti te convenga.

– ¿Puedes ir a buscarles, o no? -preguntó Þóra-. Si no puedes, llamo a mis padres y les pido que vayan ellos. Pero quiero recordarte que es culpa tuya. Si no hubieras estado cantando Eye of the Tiger una vez tras otra, no se habrían marchado. -Þóra subió el volumen, porque le parecía oír música-. Estoy oyendo Final Countdown -dijo, escandalizada-. ¿Aún estás con el Sing Star?

Se despidieron cuando Hannes aceptó ir a buscarles, y Þóra colgó, enfadada por haberse irritado. Abrió el teléfono y llamó a Gylfi para decirle que su padre iría a buscarles. Tuvo que hacer un buen esfuerzo para calmarse del todo.

– Drama familiar -le dijo a Matthew, que la miraba con mucha curiosidad-. Iremos a Kreppa a buscar el estudio de Birna.

– Por fin -exclamó Matthew-. Estoy dispuesto a todo menos a estudiar el cadáver de la ballena. ¿Y quién sabe? A lo mejor encontramos más nombres de personas asesinadas grabados en esa casa.

Subieron al muelle y volvieron hacia el hotel, donde Þóra vio un hombre que les hacía señas con las manos. Era el fotógrafo de la revista de viajes, Robin Kohman. Þóra respondió a sus señas, y él se dirigió hacia ellos.

– Hi -les gritó-. Os estaba buscando.

– ¿Y eso? -le gritó Þóra, a su vez, acelerando el paso-. Estábamos echando un vistazo por ahí.

– Me marcho esta noche -anunció el fotógrafo después de los saludos-, y quería daros las fotos de Birna. -Y añadió con un gesto mucho más triste-: Me he enterado de lo sucedido, y quería entregárselas a alguien que la conociera. -Sacudió la cabeza, apesadumbrado-. Ha sido tan repentino y, desde luego, me resulta enormemente sorprendente en este país.