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Los pájaros incrementaron su griterío, pero Birna estaba demasiado concentrada en sus pensamientos para darse cuenta. Fue moviéndose lentamente entre las piedras en dirección a la parte superior de la playa. De pronto, se detuvo a escuchar. Se oían crujidos en las piedras de la playa detrás de ella. Se dispuso a darse la vuelta, contenta de poder liberarse por fin de la irritación que había ido acumulándose en su interior desde que había empezado la espera. Maldita sea. Ya había llegado. Birna no consiguió darse la vuelta por completo. A pesar del ruido de los pájaros que llegaba desde las rocas, oyó claramente el silbido del objeto que atravesaba el tranquilo aire del mar en dirección a su cabeza, y vio la roca gris en el mismo instante en que impactaba violentamente en su frente. No vio nada más en esta vida. Pero sintió algunas cosas. De una forma vaga e irreal notó cómo era arrastrada por la áspera tierra. Sintió la carne de gallina que la fría niebla causó en su carne desnuda cuando le arrancaron las ropas y percibió en la boca el sabor metálico de la sangre, y la tristeza que lo acompañó. Le quitaron los calcetines y notó un terrible dolor punzante en las plantas de los pies. ¿Qué estaba pasando? Todo sucedía como en un sueño, intangible. Una voz que conocía bien llegó hasta sus oídos, pero aquello no podía tener nada que ver con lo que estaba pasando, no podía ser. Birna intentó decir algo pero no consiguió articular una sola palabra. Un sorprendente suspiro brotó de su cuello, pero ella no había suspirado. Qué extraño era todo.

Antes de sumergirse en la negrura, por su mente cruzó la idea de que nunca podría leer nada sobre el origen de Kirkjufell. Aunque resultara chocante, aquello le pareció lo peor de todo.

La misma pareja de gaviotas que Birna había visto arrojarse hacia el mar en busca de alimento, estaba esperando en la playa, vigilando lo que sucedía entre la bruma. Esperaban pacientes a que acabara la agresión. La playa y el mar cuidaban de los suyos. Aquí nadie debe pasar hambre.

VIERNES 9 junio de 2006

Capítulo 3

– No comprendo qué puede haberle pasado a Birna -refunfuñó Jónas, alargando la mano hacia una taza floreada con el brebaje cuya composición acababa de explicarle pomposamente a Þóra. Se trataba de un té de elaboración propia, a base de hierbas de la vecindad inmediata y que, según Jónas, curaba toda clase de males y enfermedades. Þóra había aceptado la taza, había sorbido un poquito con algo de ruido y, a juzgar por el sabor, aquel té debía de ser especialmente saludable-. Me habría gustado que os conocierais -añadió después de beber un sorbo de la infusión y dejar la taza con mucho cuidado sobre el platillo.

Había algo tremendamente ridículo en todo aquello. La taza y el platillo eran finísimos, de exquisita porcelana, con una elegante asita que parecía aún más pequeña en las grandes manos de Jónas. Era lo menos parecido a un hombre de aspecto delicado, ya que poseía una gran corpulencia sin ser gordo, estaba bronceado, y a fin de cuentas era el tipo de hombretón capaz de beberse el café más fuerte directamente de la cafetera cuando estaba a bordo de un arrastrero y, sin embargo, no hacía el más mínimo ruido cuando tomaba a sorbitos un imbebible té de hierbas en una taza de señorita, nada más salir de la clase de yoga.

Þóra sonrió y se acomodó en la silla. Estaban en el despacho de Jónas en el hotel, y le dolía la espalda del largo rato que se había pasado conduciendo hasta llegar allí. El tráfico de viernes era muy denso, e incluso se vio empeorado porque había tenido que llevar a los chicos a casa de su padre, en Garðabær, al salir de la ciudad. Los coches avanzaban a paso de tortuga y daba la sensación de que todos los habitantes del área metropolitana de la capital iban en la misma dirección. Aunque aquel fin de semana, en realidad, no le correspondía, Hannes le había pedido que hicieran un cambio pues el fin de semana siguiente tenía que ir al extranjero a un congreso médico y no podía quedarse con los niños. Þóra había decidido, sin la menor vacilación, tomarle la palabra a Jónas y pasar el fin de semana en el hotel new age de Snæfellsnes. Tenía intención de aprovechar la ocasión para desconectar, darse unos masajes y aprovechar el relax que Jónas le había prometido, aunque el objetivo del viaje era quitarle de la cabeza la idea de reclamar una compensación por las apariciones fantasmales. Þóra quería terminar lo antes posible la conversación, para poder irse a su habitación a echar una siestecita.

– Ya aparecerá -dijo Þóra al aire, no sabía nada sobre aquella arquitecta, la mujer bien podría ser una alcohólica compulsiva que anduviera tirada por allí y que no se dejaría ver en un par de semanas.

Jónas resopló.

– No es propio de ella, íbamos a repasar los bocetos para el edificio nuevo esta mañana. -Rebuscó entre unos papeles que había encima de la mesa, visiblemente irritado con la arquitecta.

– ¿No habrá ido al pueblo a algo? -preguntó Þóra, esperando que no siguiera hablando de aquella mujer. Los dolores de la espalda, debidos al cansancio, estaban extendiéndose a los hombros.

Jónas sacudió la cabeza.

– Su coche está ahí fuera. -Golpeó la superficie de la mesa con las dos manos-. En fin, vale. Finalmente, tú has venido. -Sonrió a Þóra-. Estoy impaciente por contarte lo de las apariciones, pero eso tendrá que esperar un poco. -Miró su reloj de pulsera y se puso en pie-. Tengo que ir a hacer la ronda. Suelo hablar con la gente al acabar la jornada. Tengo mejores vibraciones con la empresa y con la marcha de todo si me entero de los problemas desde el principio. Así es más fácil tomar medidas.

Þóra se puso en pie, feliz de su liberación.

– Sí. Hablaremos mañana. No te preocupes por mí. Pasaré aquí todo el fin de semana y habrá tiempo de sobra para repasar el asunto. -En el momento en que Þóra se estaba colgando el bolso al hombro, notó un olor espantoso y arrugó la nariz-. ¿Qué peste es ésa? -le preguntó a Jónas-. La noté también en el aparcamiento. ¿Hay alguna fábrica de aceite de hígado de bacalao por aquí cerca?

Jónas levantó la nariz y respiró por ella varias veces. Luego miró a Þóra, impasible.

– Yo no huelo nada. Supongo que me habré acostumbrado a esa maldición -respondió-. En la playa de ahí abajo quedó varada una ballena. Cuando el viento sopla en determinada dirección, el hedor llega hasta aquí.

– ¿Y te quedas tan tranquilo? -dijo Þóra-. ¿Te limitarás a esperar a que el cadáver desaparezca? -Hizo una mueca cuando volvió a percibir el olor. Ojalá el defecto oculto fuera algo parecido a aquello, entonces el caso estaría cerrado al momento.

– Te acostumbras -dijo Jónas. Levantó el teléfono y marcó un número-. Hola. Te envío a Þóra. Llévala a su habitación y dale hora para un masaje esta tarde. -Se despidió y colgó-. Acompáñame a la recepción, te voy a dar una de las mejores habitaciones, con una vista espléndida. No te decepcionará.

Una chica joven acompañó a Þóra desde la recepción. No se diferenciaba mucho de un muchacho, y le llegaba a Þóra justo a los hombros. No se sentía cómoda dejando que aquella chiquilla le llevara su maleta, pero no hubo otra opción. Dio gracias de que no fuera demasiado pesada aunque, como siempre, había metido en ella demasiadas cosas. Þóra estaba segura de que en los viajes regían leyes distintas a las válidas para los días normales, y que se podría poner ropa que, en otras circunstancias, ni siquiera miraba en el armario. A pesar de todo, acababa siempre poniéndose los mismos trapos de costumbre. Þóra siguió a la chica por un largo pasillo que daba la sensación de ser más ancho de lo que era en realidad, debido a la extraordinaria claridad que entraba por un enorme tragaluz que ocupaba el techo de un extremo al otro. El sol de la tarde brillaba sobre el fino cabello de la chica, que iba delante de ella.