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– Robin dijo que estuvo en Vestfjörður -recordó Þóra-. Que él no pasara por los túneles encajaría con su historia, porque Vestfjörður está en dirección contraria. Los dos japoneses nunca salen, según dice Vigdís, de modo que no me extraña nada que no viajaran. ¿Y los demás?

– No sé si servirá de mucho, pero en uno de los coches que la policía tenía marcados viajó Bergur ida y vuelta a lo largo de la mañana, de forma que él parece excluido -explicó Matthew, que siguió pasando hojas-. El corredor de bolsa, el que está lesionado, no viajó tampoco, o por lo menos no he podido encontrar su nombre en la lista. Pero dudo mucho que pueda conducir muy lejos en el estado en que está. El del kayak, Pröstur, sí que salió hacia las seis, y el crimen se perpetró hacia la hora de la cena, de forma que parece tener coartada. Regresó mucho más tarde.

– ¿Cuánto tiempo pasó de la ida a la vuelta? -preguntó Þóra-. Porque se puede bordear Hvalfjörður, sin atravesar los túneles, volver, matar a Eiríkur, volver otra vez rodeando el fiordo y luego regresar por los túneles. -Hizo una mueca-. Suena demasiado complicado. Si pasó por los túneles una hora antes de la hora en que se cometió el crimen, es bastante improbable que en ese tiempo pueda llegar hasta aquí, arrastrar a Eiríkur hasta la cuadra, dejarlo allí y volver a rehacer el círculo. No sé cuál es el margen de error al calcular la hora de la muerte, que dicen tuvo lugar en torno a las seis. Pero no es demasiado preciso.

Matthew comparó la hora de salida y de regreso de Pröstur.

– Volvió dos horas y media después de pasar por primera vez.

– Pues entonces excluido -dijo Þóra-. Habría tenido que correr muchísimo. Pero de todos modos deberíamos ir a verle. A lo mejor sabe algo. ¿Qué más tienes por ahí?

– Los empleados parece que se quedaron aquí en su mayoría, por lo menos en la lista hay pocos coches pertenecientes a ellos. Naturalmente, no descarto que se me haya pasado algo por alto, pero creo que sólo dos cruzaron los túneles ese día. El coche de Jökull, el camarero, fue por los túneles hacia las dos y regresó dos horas más tarde, de modo que aún no se le puede excluir. Y está un coche señalado por la policía, que Vigdís dice que pertenece a la masajista. Se fue hacia el mediodía y no volvió. Y también hay otra mujer que la policía tenía marcada y que Vigdís me dijo que trabajaba aquí. Se llama Sóldís y se dedica sobre todo a la limpieza, pasó poco después de la hora en que se perpetró el crimen. Vigdís dice que iba a llevar el coche a un taller de Reikiavik el domingo, y que alguien la iba a traer de vuelta. Yo no conozco a esa mujer, pero puede haber regresado a cualquier hora, porque no se sabe quién la trajo.

– Sóldís no es más que una chica jovencita. Es poco probable que tenga nada que ver con todo esto -afirmó Þóra-. Hablé con ella antes de que tú llegaras, y parecía buena gente. Y creo que el culpable difícilmente habría podido ser una mujer -dijo Pora-. Al menos si pensamos que el asesino fue el mismo en los dos crímenes. Recuerda que Birna fue violada.

– Quizá la policía haya marcado los coches de mujeres y hombres por un igual -dijo Matthew-. Porque no se puede saber si el que conducía era el dueño. A lo mejor, las mujeres podían haberle prestado a alguien el coche, y entonces el asesino utilizó un vehículo que no era de su propiedad. Lo mismo puede decirse de los coches propiedad de hombres, claro. Nada garantiza que quien iba al volante fuera su propietario oficial.

– No, en eso tienes toda la razón -asintió Þóra-. Eso no nos ayuda demasiado, ¿verdad?

– Bueno -dijo Matthew-. Revisé otros nombres de la lista, porque no se sabe qué estaba buscando la policía. -Pasó varias hojas-. Encontré a los dos hermanos que le vendieron las tierras a Jónas, y que vimos en Stykkishólmur, Börkur y Elín; pasaron por los túneles en dirección hacia aquí poco antes de cometerse el crimen. No volvieron. También está esa chica, Bertha, que fue hacia el sur una hora antes del asesinato y no regresó ese día.

– ¿Crees que esos dos podrían ser los asesinos? -preguntó Bertha-. ¿Los dos hermanos? -Frunció los labios-. No había pensado en esa posibilidad. En realidad es difícil imaginar por qué iban a querer matar a esas personas.

– Nunca se sabe -dijo Matthew-. Y bueno, también le pregunté a Vigdís por el anciano, Magnús Baldvinsson, y me dijo que no había venido en coche, que le había traído su nieto. Así que el día en cuestión no se movió ni un milímetro, aparte de que no resulta un buen candidato a asesino.

– Hay una pregunta sobre la mujer de Bergur -dijo Þóra, pensativa-. Me parece totalmente inverosímil que pudieran suceder todas esas cosas prácticamente delante de la puerta de su casa sin que ni ella ni su marido se enterasen de nada. Él es el amante de Birna, se encuentra con su cadáver y luego matan a Eiríkur en su caballeriza. Su mujer tenía motivos suficientes para desear la muerte de Birna, pero no acabo de imaginar qué podría haberla llevado a matar a Eiríkur. -Þóra miró a Matthew-. ¿No sería ella quien mató a Birna? Hoy en la cuadra se la veía tremendamente alterada.

Matthew se encogió de hombros.

– Sí, sin duda, pero la pregunta es quién era el hombre que estuvo con ella. ¿Quizá Jökull?

Þóra dejó escapar un suspiro y se volvió hacia el ordenador.

– Estoy muerta de hambre -dijo, mirando el reloj que aparecía en una esquina de la pantalla-. ¿Y si vamos a comer algo? Me temo que si esperamos mucho más, nos encontraremos la cocina cerrada. Y el ordenador no se nos va a escapar.

Se pusieron en pie y salieron del despacho. Matthew dejó la lista y Þóra tuvo la precaución de cerrar con llave, para que no entrase nadie a llevársela. No tenía nada claro si la policía le daría otra copia si aquélla desaparecía, sobre todo en vista de que ella no tenía ninguna razón para tenerla. Además, era improbable que le entregaran una copia que incluyera aquellas marcas, y volver a empezar desde el principio sería un trabajo enorme.

– Ojalá haya marisco -dijo Þóra cuando le sonaron las tripas-. O aunque sea albóndigas.

– Yo votaría por un sándwich y una cerveza -replicó Matthew-. Pero nada de ballena, y tampoco tienes necesidad de compartir conmigo tu marisco. -Se calló cuando Þóra la dio un tironcito de la manga. Hizo una señal con la cabeza en dirección a una chica delgada que iba hacia la puerta principal, acompañada de una mujer mayor.

– Ésa es Sóldís -comentó Þóra en voz baja-. La que no reconociste en la lista. -Pasaron cerca de ellos y Þóra saludó amigablemente a la muchacha-. Hola, Sóldís -dijo, y se detuvo.

Sóldís y la mujer que iba con ella se detuvieron también, y la muchacha puso un gesto que se parecía a una sonrisa.

– Ah sí, hola.

Þóra se presentó a la anciana, tendiéndole la mano.

– Soy abogada y trabajo para el dueño del hotel. Sóldís me ayudó bastante en diversos asuntos. -La anciana se presentó, dijo que se llamaba Lára. Þóra sonrió a la muchacha-. Me gustaría preguntarte una cosa más, si no tenéis demasiada prisa.

– Yo no, por lo menos -repuso la anciana-. Sólo he venido a buscarla a ella, y no tengo ninguna prisa. Respóndele, Sóldís, anda.

– Sí, claro. A mí me da igual -dijo Sóldís con un gesto de indiferencia que sólo los adolescentes son capaces de reflejar. Estaba mascando chicle, evidentemente un trozo grande, lo que le hacía hablar de forma un poco inarticulada-. ¿Qué quieres saber?

– No es nada especialmente importante -respondió Pora-. Tenemos una lista de los coches que pasaron por los túneles de Hvalfjörður el domingo, y nos encontramos con que tú ibas en uno de ellos hacia Reikiavik, a un taller.

– Exacto -afirmó Sóldís. Utilizó el pulgar para señalar a la anciana-. No me lo devuelven hasta el miércoles, y por eso viene mi abuela a buscarme.