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– La pregunta es -dijo Þóra- con quién regresaste. Estamos intentando aclarar las idas y venidas de la gente ese día, y quiénes se quedaron por aquí cerca.

A Sóldís, aquella pregunta le resultó extraña, a juzgar por el gesto que puso.

– Volví con Próstur -respondió.

– ¿El piragüista? -preguntó Þóra sorprendida.

– Sí, le había oído decir que tenía que pasarse por Reikiavik y yo tenía un buen lío encima, así que le pregunté si me podía traer a casa. Dijo que sin problema. -Hinchó un gran globo de chicle y dejó que explotara en su cara. Luego volvió a meterse los restos de chicle en la boca con la lengua, con gran habilidad-. Steini me dejó colgada y tuve suerte de que Pröstur me rescatara.

– ¿Steini? -preguntó Þóra-. ¿Quién es Steini?

– Mi novio -respondió Sóldís-. O algo así. Iba a ir a buscarme pero se echó atrás a última hora. En realidad es bastante raro. Antes no lo era, pero tuvo el accidente y… -Movió el dedo índice haciendo un círculo junto a la sien.

– ¿Te refieres al chico de la silla de ruedas, ese que está todo quemado? -preguntó Þóra, asombrada-. ¿Puede conducir?

– Sí, claro -respondió Sóldís-. Sólo está quemado en el costado derecho, y tiene una mano en perfecto estado. Los pies están bastante mal, pero lleva un chisme en el coche que le facilita el uso de los pedales. El coche está adaptado.

– Debe de ser muy importante para él -dijo Þóra, intentando ocultar su asombro. Estaba convencida de que el chico sería incapaz de manejar un coche. Había creído que era completamente dependiente, ya que se desplazaba en silla de ruedas-. ¿Cómo os conocisteis? -preguntó entonces.

– Fuimos a la misma clase desde los seis años -explicó Sóldís-. Sólo había un grupo ese año, sabes, de modo que teníamos que coincidir porque nacimos el mismo año. Luego se trasladó a vivir cerca de aquí, justo después del accidente, y empecé a fijarme en él. Primero porque me daba lástima, sabes, pero luego porque me gustaba charlar con él.

– ¿Así que es un buen chico? -preguntó Þóra, intentando disimular su extrañeza. Añadió, para explicarse-: Las dos veces que coincidí con él, me pareció una persona de muy pocas palabras.

– Sí, es majo, aunque no le gustan mucho los forasteros -respondió Sóldís, explotando un globo de chicle-. Creo que se siente incómodo cuando la gente le mira. En realidad, sólo somos dos las que tratamos mucho con él. Su prima Bertha y yo.

– La conozco -repuso Þóra-. ¿También sois amigas?

– Sí, claro -respondió Sóldís-. Antes no la trataba, porque ella es de Reikiavik. La conocí en casa de Steini. Es muy buena con él y se porta de miedo.

– Creo que la culpa del accidente fue de una pareja mayor, de una granja muy cerca de aquí -explicó Þóra.

– Sí, fue algo terrible -intervino la anciana-. Lo más lamentable de todo fue que Gvendur condujera borracho. No habría pasado lo que pasó si Baco no hubiera sido su copiloto. Todo aquello afectó muchísimo a su hija Rósa. Se quedó un poco trastornada. Tampoco es que fuera una persona demasiado sociable, pero después del accidente, se encerró en su concha. Y fue una completa tontería, porque nadie iba a culparla de lo sucedido.

Þóra asintió.

– Usted es de la comarca, ¿verdad? -preguntó a Lára.

– Sí, nací y me crié aquí -respondió sonriente. Þóra vio que Sóldis se parecía bastante a ella. Pese a los sesenta años de diferencia, los rasgos faciales eran los mismos-. Me trasladé a Reikiavik hace años, cuando era joven, pero enseguida me di perfecta cuenta de que me encontraba mucho mejor aquí. Y ya nunca he querido buscar ningún otro sitio. Cada día que pasa lo tengo más claro.

Þóra sonrió.

– He encontrado una serie de cosas que me han llamado mucho la atención. ¿Conocía usted a los propietarios de las dos granjas que pertenecen a estos terrenos?

– ¿Los de Kreppa y Kirkjustétt? Claro que los conocí -afirmó Lára, orgullosa-. Yo era muy amiga de Guðný, la chica de Kirkjustétt. Por eso me encanta venir por aquí, aunque sea difícil distinguir dónde acaba lo antiguo y dónde empieza lo nuevo.

– ¿Recuerda bien esa época? -preguntó Þóra mientras trataba de formular preguntas que pudieran resultar significativas.

– Sí; claro que mi memoria, como todo lo demás, ha empezado a deteriorarse, pero es curioso que los recuerdos que mejor se mantienen son los más antiguos. Pregunta todo lo que quieras. Grímur y su hermano Bjarni no fueron nunca gente normal, así que no me extrañaré ni pizca de que las preguntas sean raras. La vida en estas granjas era extraña, así que no se puede esperar otra cosa.

Þóra le habría dado un beso a la abuela de Sóldís.

– Vaya, cómo me alegro de oír lo que está diciendo. No he tenido mucha suerte cuando he intentado hablar con la gente sobre este asunto, algunos se niegan en redondo o simplemente prefieren no hablar de ello. -Þóra tomó aire y fue directa al grano-. ¿Recuerda si la granja tuvo algo que ver con los nazis, de una forma o de otra? Vi una bandera y otros objetos que me llamaron muchísimo la atención, por eso me resultó extraño encontrármelos en el sótano de una granja aquí en Islandia. ¿Sabe algo relacionado con ese asunto?

Lára exhaló el aire con un gesto de cansancio.

– Sí, desgraciadamente tiene razón. Bjarni estaba fascinado con eso. No hay que olvidar que desde que murió su mujer, Aðalheiður, a finales de los años veinte, nunca volvió a ser el mismo. Ella significaba todo para él, e incluso se puede decir que al perderla a ella, el buen hombre perdió también el juicio o la sensatez. -La anciana sonrió, socarrona-. Aunque hay que decir que no le vino del todo mal, porque se enriqueció gracias, precisamente, a lo raro que se había vuelto. Se puso a invertir en toda clase de empresas descabelladas, que, en realidad, tendrían que haberle llevado a la ruina, pero que acabaron por darle oro a espuertas, gracias al momento histórico. Estalló la guerra justo en el periodo en que estaba haciendo esas inversiones, y la suerte le acompañó. Fue por pura casualidad, pues la economía mejoró muchísimo inmediatamente después, con todos los militares extranjeros y el crecimiento de la población en el país. Pero el pobre Grímur no tuvo la misma suerte, él fue siempre la voz de la razón.

– ¿Se arruinó?-preguntó Þóra.

– No, las cosas no llegaron a tanto, pero yo creo que no anduvo muy lejos. Era médico, y como médico de distrito no tenía nunca trabajo suficiente en la comarca, y se dedicaba cada vez más a la agricultura. Al final dejó de trabajar como médico y se dedicó plenamente a la granja, pero no consiguió gente que trabajara para él. Todos se habían ido a Reikiavik, porque allí los salarios eran mejores, trabajando para el ejército inglés. Bjarni acabó salvando de la bancarrota a su hermano, compró todas sus propiedades pero le permitió seguir como si aún fuera él el propietario. Bjarni lo hizo a pesar de las tensiones que seguían existiendo entre él y su hermano, de modo que para Grímur tuvo que ser difícil aceptar su ayuda. Para colmo de males murió Kristrún, la mujer de Grímur, al igual que su hija. Kristrún no andaba muy bien de la cabeza, de manera que prácticamente no la llegué a conocer. No se relacionaba mucho con la gente -continuó la anciana, tras detenerse un minuto a tomar aliento-. Por lo que respecta al nazismo, Bjarni recibió la visita de unos hombres de Reikiavik que estaban empeñados en transformarlo en una especie de jefe del movimiento nacional islandés en la provincia de Vesturland. Tenía que reunir un grupo de hombres jóvenes para convertirlos en una fuerza política importante en estas tierras. Algo así pasó en la capital, y creo que también en el norte, aunque nunca tuvieron el viento muy a favor.

– ¿Y lo hizo? -preguntó Þóra-. ¿Entró en el partido y reunió gente?

– Empezó. Y hay que decir que hizo bastantes progresos. -Lára volvió a sonreír-. Pero no era la ideología, ni el partido, ni la cruz gamada lo que atraía a los hombres que venían aquí. Todos venían por la hija de Bjarni, Guðný.