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– ¿La amiga que mencionó antes? -preguntó Þóra.

– Sí, Guðný. En aquellos tiempos las amistades eran muy diferentes a como son ahora. Nos veíamos mucho menos que las amigas de hoy día. Pero, en cambio, a esa amistad no le faltaba nada, no podía ser mejor, ni más estrecha. -La anciana miró al infinito, en una ensoñación-. Era tan bonita. Una niña preciosa que se convirtió en una muchacha preciosa. Exactamente como su madre. Los jóvenes de la comarca bebían los vientos por ella desde que había entrado en la pubertad. Así que aprovechaban la menor oportunidad para entrar en su casa, aunque se pensara que estaban con los nacionales por una noche. No creo que supieran una palabra de nazismo. Lo único que querían era estar cerca de Guðný.

– ¿Asistía ella a las reuniones o los encuentros? -preguntó Þóra.

– No, cariño -respondió la anciana-. Ella preparaba el café y se lo llevaba a la mesa a los otros. A veces la ayudaba yo. Estudiábamos a los chicos por delante y por detrás y nos lo pasábamos fenomenal. -Un gesto de tristeza se dibujó en el rostro de Lára, que sacudió la cabeza-. No sé adónde habría llegado todo aquello, pero se frenó en seco y luego pasó lo que pasó.

– ¿Se refiere a la tisis? -preguntó Þóra.

– Sí, y a otras cosas más -contestó ella-. Bjarni enfermó y se aisló… y Guðný también. -Suspiró-. Yo me trasladé al sur con mi prima en esa misma época y perdí el contacto con ella, aparte de algunas cartas que nos escribimos. Todo aquel lío del partido nacional se derrumbó como un castillo de naipes.

– ¿Qué piensa de los rumores que afirman que Bjarni abusaba de Guðný?-preguntó Þóra.

Lára miró a Þóra a los ojos. Dejó escapar él aire y entornó los ojos.

– Dios mío, hace tanto tiempo. Aunque he pensado mucho en Guðný últimamente. -Señaló a Sóldís, que estaba concentrada en su chicle a su lado, sin hacerles mucho caso-. Cuando Sóldís empezó a trabajar aquí, se me vino todo a la memoria a la vez. -Vaciló, pero luego miró a Þóra con determinación-. Creo que Bjarni nunca le puso una mano encima a su hija, ni por enfado ni por ningún otro motivo que no fuera decente. Era un buen hombre, por muy raro que fuera, y en las cartas de Guðný se podía ver que ella le quería muchísimo. Por eso no puedo dar crédito a semejantes habladurías. -Bajó los ojos-. Pero algo sí que sucedió. Cuando Guðný enfermó, las cartas se hicieron más espaciadas, pero en la última me confió un secreto, dijo que había tenido un niño. La carta la había escrito poco después de morir su padre, y cuando el niño tenía ya cuatro años. Dijo que no se había atrevido a contármelo antes. En esos años, aquello era un escándalo tremendo. Sólo tenía dieciséis años cuando nació su hijo. No mencionaba al padre de aquel niño ni directa ni indirectamente, pero me dijo que más tarde me contaría toda la historia. Nunca pudo hacerlo, porque lo siguiente que supe es que había muerto.

– ¿Quién pudo ser el padre -preguntó Þóra- si no fue su propio padre?

– Hay otros posibles candidatos, se lo aseguro -respondió Lára-. La tisis no era una enfermedad que comprendiera mucha gente, porque es contagiosa, y en esa época no tenía cura. Se quedaron totalmente aislados cuando su padre decidió quedarse en casa en vez de ir a la capital. Ella no quería dejarlo, pasara lo que pasara. La única persona que los visitaba era Grímur, el hermano de Bjarni. Siempre he sospechado que abusaba de Guðný, aunque no lo puedo asegurar, porque no hay forma de probarlo. Excepto quizá por el hecho de que no era una buena persona.

– ¿Qué fue del hijo? -preguntó Þóra-. ¿Era niño, o niña?

– Era una niña. No sé qué fue de ella, porque cuando volví a la región nadie parecía conocer su existencia. El cura que la había bautizado había fallecido hacía poco, al parecer, y las personas a las que pregunté no sabían nada de ninguna niña. Pero algunos reconocieron que Guðný había encargado algunos productos que sólo podrían explicarse de haber habido un niño en la granja. Los rumores en el pueblo se inclinaban a pensar que la niña había muerto, que la habían abandonado o que había enfermado de tuberculosis como la madre. La historia del incesto sólo empezó después de la muerte de Guðný y Bjarni. A lo mejor fue el resultado de los esfuerzos que hice por encontrar a la niña.

– ¿Se lo comentó a Grímur? -preguntó Þóra.

– Lo intenté, pero él no quiso hablar conmigo. Se trasladó a Reikiavik poco después de mi regreso. Nadie quiso ayudarme a descubrir nada, porque del incesto ni se hablaba: se consideraba algo terriblemente bochornoso.

– ¿Cómo se llamaba la niña? ¿Lo sabe? -preguntó Þóra.

– Kristín. En la carta me dijo que se llamaba Kristín -respondió Lára-. He removido cielo y tierra buscando una lápida con ese nombre, pero no la he encontrado. Así que ignoro qué fue de ella.

– Kristín-dijo Þóra-. Existió.

– ¿Existió? -repitió Lára-; yo aún albergo la esperanza de que esté viva. Todo este tiempo he creído que Guðný se la debió de dejar a algunas buenas personas, en secreto. No quería que la gente tuviera miedo de que la niña les pegara la tuberculosis. Me imagino que habría pensado hacerlo desde que nació la niña, y que le pediría a Grímur que no enviara el certificado de nacimiento a las autoridades, o que lo falsificara de algún modo. Supongo que su tío se encargaría de la niña cuando nació, pues toda relación de otras personas con Guðný y su padre había cesado. -El rostro de Lára se había endurecido-. Guðný era temerosa de Dios y si la niña hubiera muerto sólo habría aceptado que fuera enterrada en tierra consagrada, de modo que estaría en el cementerio de ahí al lado.

Þóra asintió. Ninguna madre en su sano juicio abandonaría en cualquier sitio el cadáver de un hijo suyo, habiendo un cementerio tan cerca. Kristín debió de haber sobrevivido a su madre. No quiso comentarle a la mujer lo que estaba grabado en la viga del tejado, y le dijo que seguramente debían de haber matado a Kristín. Era mejor que la mujer pensara eso, y no que seguía con vida. Así que Þóra cambió de tema.

– ¿Sabe quizá si ahí detrás había una casa? Debió de quemarse hasta los cimientos hace mucho tiempo.

– ¿Una casa? -preguntó Lára con extrañeza-. Aquí no había más que una casa y sigue en pie, aunque ahora pertenezca al hotel. -Frunció el entrecejo, pensativa-. A menos que se refiera al almacén -dijo de pronto-. Ahora que lo dice, me doy cuenta de que ha desaparecido. -Volvió la cabeza en busca de la ventana que daba a la parte trasera del hotel, pero no vio nada-. Aquí al lado de la casa había un almacén y un establo. A lo mejor se quemaron esas dependencias, pero eso sucedió antes de que yo volviera, porque no sé nada de ningún incendio. Tampoco puedo decir si los edificios seguían en pie cuando volví a la comarca.

– Sé que puede sonar extraño, pero ¿recuerda algo especial sobre la carbonera de Kreppa? -preguntó Þóra-. Es subterránea y se accede a ella desde el sótano y también a través de una trampilla que hay en el patio.

Lára hizo una mueca, pensativa.

– No, no lo recuerdo. ¿Es importante?

– ¿Qué hace esa gente? -se oyó de pronto a Sóldís, antes de que Þóra consiguiera responder-. ¿No saben que aquí está prohibido acampar? Hay un cartel bien grande en el desvío. Esta es una reserva natural.

– ¡Oh, no! -exclamó Þóra. A través del cristal de la puerta vio un todoterreno con una caravana a remolque, que entraban entre una nube de polvo en el aparcamiento, justo frente a ellos.

Capítulo 29

La caravana llamaba mucho la atención en medio del aparcamiento. Þóra se quedó allí parada viendo a Gylfi salir del todoterreno y abrir la puerta a su hermanita y a Sigga, que iban en los asientos de atrás. Evidentemente no había querido que el cinturón de seguridad de delante pudiera causar daño alguno a su aún nonato heredero, en caso de accidente. Debería haber tenido en cuenta también la seguridad en otras cuestiones, ya que conducía ilegalmente. Sigga se dobló, molesta, al bajar, y la barriga resultó todavía más desproporcionada con su cuerpecito. Þóra esperaba, por bien de ella, que en la criatura no primaran los genes de su padre: al nacer, las cabezas de Gylfi y Sóley tenían el tamaño de calabazas. Pensó cómo podría mandarles de vuelta a casa, pero recordó que eran casi las diez de la noche, demasiado tarde ya para buscar un chófer que les viniera a buscar.