Выбрать главу

– ¿Por qué no habéis ido con vuestro padre? -le dijo a gritos a Gylfi mientras corría hacia ellos por el aparcamiento-. Tenía que ir a buscaros a Selfoss.

– Puaj -exclamó Gylfi, cerrando cuidadosamente el coche con la llave-. Ninguno de nosotros tiene ganas de volver a su casa, ni a la de los padres de Sigga, así que decidimos largarnos de acampada. Se lo dije a papá para que no hiciera un viaje inútil si te ponías nerviosa.

A Þóra aquello le habría importado bien poco. Por ella, Hannes podía hacer todos los viajes inútiles hasta el fin del mundo si era preciso, que no por eso iba a preocuparse ni lo más mínimo. Pero no sabía cómo iba a arreglárselas con Jónas, Matthew y sus dos hijos, sin olvidar a su nuera con su avanzadísimo embarazo, para hacer lo que tenía que hacer sin fastidiar a alguno de ellos… o a todos.

– ¿Cómo estás, Sigga, cariño? -saludó a la muchachita embarazada, mientras abrazaba a Sóley, que envolvió a su madre entre sus brazos, con una sonrisa luminosa.

– Bueeeno -respondió Sigga-. Me duele la espalda.

Þóra notó que una mueca de temor recorría su rostro.

– ¿Crees que el niño está a punto de llegar? -preguntó-. Porque si es así no podemos quedarnos aquí.

– No, mamá -dijo Gylfi, escandalizado-. Aún no ha cumplido los nueve meses.

Evidentemente, su hijo nunca había oído hablar de los partos prematuros.

– Entrad -dijo Þóra, dirigiendo a aquella tropa hacia la puerta principal-. Gylfi, tú y yo tenemos que hablar de este viajecito tuyo en coche; pero eso tendrá que esperar a otro momento -le susurró a su hijo al oído-. Estoy tremendamente decepcionada contigo; ¿cómo se te ocurrido semejante idea? -Luego añadió, para que todos pudieran oírla-: Voy a ver si consigo una habitación para vosotros. Se acabaron las acampadas. Para eso habrá que esperar a que el niño haya venido al mundo. -Se imaginó a Gylfi con un bebé en brazos, intentando colocar la carpa de la caravana, y añadió a toda prisa-: Y a que haya empezado a ir al colegio. -Matthew esperaba sonriente en la puerta. Þóra hizo una mueca que sólo él pudo ver-. Chicos, os acordáis de Matthew, ¿verdad? Está aquí ayudándome en un caso relacionado con el hotel. Tendréis que portaros muy bien, porque tengo que trabajar. No iréis a ningún sitio ni romperéis nada. -Pensó añadir «y no pariréis», pero se contuvo en el último momento. Ya iba a resultar suficientemente difícil que cumplieran las dos primeras órdenes.

* * *

– No te preocupes-dijo Matthew cuando acababan de sentarse delante del ordenador, en el despacho de Jónas-. Todo va bien. Me encantan tus chicos. Aunque no sean, de ninguna manera, las vacaciones que yo esperaba, creo que esto se está poniendo interesante. -Le hizo un guiño cómplice-. Quizá puedas contratar a una canguro en Reikiavik, para que podamos irnos a un restaurante donde no ofrezcan sólo hierbas de cultivo biológico.

Þóra apartó los ojos del monitor.

– ¿Cómo es posible que los Cuentos y Leyendas de Jón Árnason no estén disponibles en la red? -farfulló.

– ¿Puedo tomar eso como un «sí»? -preguntó Matthew.

– ¿Eh? -dijo Þóra con la mente en otro sitio, bajando por la página que estaba viendo-. Sí, sí -añadió, sin tener la menor idea de a qué estaba accediendo-. Por mucho que busco, no encuentro la historia en cuestión, sólo el poema. Tengo que ir a una biblioteca.

Matthew miró su reloj.

– Va a ser difícil a estas horas -afirmó-. ¿Crees en serio que la inscripción de la piedra tiene alguna relación con el caso?

Þóra levantó los ojos y le miró.

– No -respondió-. Tengo que reconocer que lo que pasa es que no hay nada más que pueda hacer. Estoy buscando un último recurso para mañana, y no tengo mucho donde elegir.

– Si el asesino es Bergur, o su mujer, como parecías inclinada a pensar, seguramente la piedra no presente ningún interés para esta historia -dijo Matthew-. El sentido común dice que deberías concentrarte en algo más cercano en el tiempo -Matthew se acercó a la ventana y miró un coche que se acercaba al hotel. Se fue aproximando al edificio hasta detenerse justo delante de la ventana. Los faros se apagaron y el sonido del motor calló-. Conozco esa matrícula -aseguró Matthew mientras descorría la cortina-. ¿Dónde está la lista?

Þóra le miró incrédula.

– ¿Estás diciendo que recuerdas una matrícula entre los miles que repasaste? -preguntó, alargando una mano hacia la lista.

– Es una matrícula especial -respondió Matthew-. Además no eran tantas, y ésta destacaba totalmente entre el resto. -Pasó las páginas de la lista-. Aquí está. Una hora antes de que mataran a Eiríkur, este coche pasó por los túneles procedente Reikiavik. -Le devolvió la lista a Þóra e indicó una línea-. Ahí. veritas -señaló-. Recuerdo esta matrícula porque estuve pensando a qué trabajo podía dedicarse el dueño. No se me ocurrió nada relacionado con la verdad, sino algo que tuviera que ver con la enseñanza de las matemáticas.

Þóra agarró la lista y leyó el nombre del propietario.

– Nada menos -dijo, poniendo la hoja sobre la mesa-. Es un político. Baldvin Baldvinsson, nieto del viejo Magnús, con el que estuvimos hablando. -Þóra se puso en pie-. ¿A qué vendrá tanto por aquí?

– ¿Tal vez a recoger a su abuelo? -propuso Matthew-. ¿O quizá a la caza de votos?

– Lo mejor es preguntárselo -dijo Þóra-. A juzgar por su matrícula, nos responderá la verdad y nada más que la verdad.

* * *

En la recepción se encontraba Baldvin dando golpecitos rítmicamente sobre el mostrador mientras aguardaba. Vigdís estaba de espaldas a él, delante del ordenador. Þóra esperaba que tuviera un sueldo decente, porque aquella chica parecía pasarse de guardia en la recepción las veinticuatro horas del día.

– ¿Nadie te releva? -preguntó cuando ella y Matthew llegaron junto a Baldvin. Þóra no quería abordar directamente al hombre, y le pareció estupendo poder empezar hablando con Vigdís. Él parecía esperar algo, de modo que no se iría enseguida.

Vigdís miró a Þóra por encima del hombro.

– Sí, sí. Jónas iba a encargarse de este turno, pero… -Vaciló-… ya sabes. Tenía idea de sustituirme, pero no ha podido ser. -Introdujo algún dato en el ordenador y se volvió hacia Baldvin-: Le puedo dar el la habitación 14. Está al lado de la de su abuelo. -Alargó la mano para agarrar una llave, y se la dio.

Þóra miró a Baldvin.

– ¿No es usted el nieto de Magnús? ¿El concejal?

Baldvin miró a Þóra, extrañado. Tenía aspecto cansado y pareció no darse cuenta del enorme parecido que tenía con su abuelo. Þóra recordaba las fotos de Magnús de joven, y pensó qué sensación se tendría al saber, con toda exactitud, cómo te tratarían los años.

– Ah, sí, sí -respondió-. ¿Nos conocemos?

Þóra le ofreció la mano.

– No, pero conozco a su abuelo. Yo era amiga de Birna. -No interrumpió su afectuoso apretón, pero lo aflojó un poco y preguntó sin más-: Usted la conocía, ¿no es así?

Pareció como si Baldvin se hubiera tragado una mosca. Se aclaró la garganta y consiguió quitársela.

– ¿Amiga de Birna, dice? Me temo que no conozco a ninguna Birna.