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– ¿Pero qué le importaba eso a Birna? -preguntó Matthew-. ¿Por qué no le dio la foto, sin más? ¿Quizá pensaba chantajearles? Ninguno de los dos parece particularmente rico.

– Cuando encontró la foto, supongo que en el viejo álbum del sótano, en el que faltaba una, lo más probable es que quisiera mirarla mejor y por eso se la llevó. Naturalmente le llamaría la atención, porque es una cara conocida. De modo que se daría cuenta de que tenía en las manos algo que podría utilizar en provecho propio, pero dudo mucho que tuviera intención de sacarle dinero a ninguno de los dos -dijo Þóra, abriendo otro enlace. Leyó un momento y levantó la mirada-. Aquí hay algo interesante. Baldvin está en el comité de selección, como miembro del ayuntamiento, para una nueva estación de autobuses que van a construir en Oskjuhlíð. -Apartó la mirada de la pantalla-. ¿Recuerdas el dibujo de la casa de cristal que había en una pared de Kreppa? En Islandia no hay muchos sitios con bosque. Oskjuhlíð es uno de ellos. En la foto había autocares. -Juntó las manos-. Obviamente, quería conseguir a toda costa ese encargo. Eso podría explicar, además, la llamada telefónica que le hizo.

Matthew parecía dudoso.

– ¿Estás diciéndome que iba a chantajear a Baldvin para que influyera en la decisión, de forma que el encargo se lo hicieran a ella? -Sacudió la cabeza-. Me permito poner un gran signo de interrogación a tu teoría.

– Para un arquitecto en Islandia, un encargo como ése es el premio gordo de la lotería -explicó Þóra-. Es un edificio grande en un lugar muy transitado, y el nombre de su arquitecto pasaría a ser conocido al momento. Luego llegarían más encargos uno detrás de otro. Así funcionan las cosas aquí, y seguramente también en otros muchos sitios.

– Pero ¿cómo puede tener una sola persona una influencia tan determinante en una decisión como esa? -preguntó Matthew-. Tendrá que haber más personas que decidan.

– Naturalmente -contestó Þóra-. Pero él tiene acceso a información que no es accesible a los concursantes, y podría sacarles a otros miembros del comité información adicional sobre lo que a ellos les parece más importante, y otras cosas por el estilo. Aunque hay que cumplir todos los requisitos para optar a esos concursos, lo más normal es que a la hora de decidir se tenga en cuenta algo que sólo cumple algún proyecto que venía recomendado desde el principio. Si el arquitecto sabe que los miembros del comité prefieren, por ejemplo, un edificio algo más grande de lo que estipulan las condiciones… -Þóra se encogió de hombros-… entonces tiene una ventaja decisiva. Además, estoy segura de que una persona puede convencer a las demás si se ve en clara necesidad de hacerlo… y está segura de lo que quiere. En una de estas páginas, acabo de ver que Baldvin fue elegido en su tiempo el mejor orador en una competición de debates de bachillerato durante dos años consecutivos. Tiene que poseer un gran poder de convicción.

– ¿Y qué piensas hacer? -preguntó Matthew-. No es una explicación demasiado firme y además no explica el asesinato de Eiríkur.

– ¿Recuerdas la página web de Baldvin en la agenda de Birna? -preguntó Þóra.

– Sí -asintió Matthew-. ¿Piensas mandarle un correo?

– No -replicó Þóra-. Estoy pensando en hacer una apuesta. -Echó mano al teléfono-. Voy a pedirle a la policía que investigue los correos de Birna a Baldvin en el ordenador de ella. Deben de tenerlo, y seguramente no se habrán fijado demasiado en el mensaje que le envió.

Cuando recibió respuesta, tras una larga espera, Þóra dijo quién era e intentó sonar lo más respetable que pudo.

– ¿Puede hacer el favor de ponerme con Þórólfur Kjartansson? Es respecto al caso de asesinato de Snæfellsnes. Tengo que hacerle llegar un mensaje urgentemente, o, mejor aún, hablar con él en persona.

Se puso a silbar la chabacana melodía que sonaba en el sistema telefónico público mientras esperaba. Tras un rato considerable, se dejó de oír al sonar la voz cansada de Þórólfur:

– ¿Diga?

* * *

Þóra se encontraba tumbada en la cama, abrazada a su hija. La había sacado de la habitación de Gylfi y Sigga completamente dormida y se la había llevado a la suya, más por miedo a que Sigga se pusiera de parto y soltara el niño encima de Sóley, que por cualquier otro motivo. Matthew se había vuelto a su propia habitación sin más discusión. Comprendió perfectamente su posición y no se sintió incómodo con ella en absoluto. Þóra se mostró profundamente agradecida de que la dejara un rato sola para seguir dándole vueltas a las cosas. Lo que más le dolía era lo que podría suceder a la mañana siguiente; tenía miedo de que Þórólfur no mordiera el anzuelo, y entonces no habría mucho que pudiera hacer por Jónas, aparte de atenerse a algún formalismo. Y aquella idea no le agradaba demasiado.

Pero había más cosas que la atormentaban. Si Magnús o Baldvin eran los asesinos de Birna, no había modo de entender por qué habían matado también a Eiríkur, ni qué relación tenía éste con ellos. ¿Quizá era cómplice de Birna? ¿Qué objeto tenía entonces el zorro, y qué significaba aquel rer? Si es que aquella inscripción tenía alguna importancia.

La cuestión de Kristín la preocupaba igualmente. Había conseguido averiguar que era hija de Guðný Bjarnadóttir, pero al mismo tiempo había quedado claro que difícilmente podía relacionarse con el caso. Había todavía más cosas que danzaban por su mente, acosándola, pero estaba demasiado cansada como para poder fijar su pensamiento en ninguna de ellas, y al final todo se fue mezclando hasta convertirse en un batiburrillo: carbón, paredes, caballos, contratos, depreciación de las acciones, rotura de una pierna…

Se despertó de aquellas reflexiones oníricas con un llanto infantil. Extrañada, apartó de su brazo la cabeza de su hija, que seguía dormida, y se sentó en la cama. El sonido volvió a oírse. Salió de la cama y se acercó a la ventana, pero en la penumbra no consiguió distinguir nada. El extraño llanto empezó de nuevo en algún lugar, en el exterior. Pero cesó tan repentinamente como había comenzado. Þóra cerró la ventana y se apartó de la cortina, de forma que no podía ver nada fuera. Un niño aún sin bautizar, pálido como un cadáver, arrastrándose con una mano ensangrentada sobre la tierra, dejó de parecerle, de pronto, una idea tan absurda como le había dicho a Matthew para burlarse de él. Regresó al lado de su hija, decidida a no hablar de aquello con nadie. Seguramente se trataba de una jugada de su imaginación. A través de la ventana cerrada, oyó que el débil y lastimero gemido comenzaba de nuevo.

Capítulo 30

El juez estaba sentado, vestido con su toga negra orlada en raso, y los ojos clavados en Þóra. Tenía las manos juntas delante de la boca, como si quisiera evitar que en algún momento se le escapara sacarle la lengua o hacer algún gesto de aburrimiento.

– Si la señora letrada tiene la amabilidad de continuar -dijo con voz profunda-. Esto se está poniendo interesante.

Þóra le sonrió cortésmente.

– Como acabo de indicarle, di con este objeto de modo totalmente casual e inmediatamente informé a la policía de su existencia. En consecuencia, no se puede alegar que habría tenido que informar antes de despegar la foto, pues hasta que la miré no pude saber la importancia que podría tener para el caso. Para ello tuve que sacarla. Pero, por si acaso, tuve la precaución de no alterar nada innecesariamente y sólo la toqué con pinzas.

– ¿Técnicas del CSI Miami? -preguntó el juez, apartando la mano de la boca, mientras sonreía a Þóra.

– En realidad, sí -respondió Þóra, devolviéndole la sonrisa.

El juez se volvió hacia el fiscal, que había solicitado prisión provisional para Jónas.

– Me parece que el ministerio fiscal no ha investigado el caso como es debido. En lugar de oponerse a los argumentos de la defensa, deberían agradecerle su colaboración. No está claro en absoluto que la fotografía en cuestión hubiera llegado a manos de las autoridades de otro modo.