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– Se fueron a ver la ballena muerta -informó Matthew-. Pero no estoy seguro de que hayan comprendido mis explicaciones, de modo que a lo mejor aparecen en el momento más inoportuno.

Þóra no tenía duda alguna al respecto.

– Seguro que no te entendieron -dijo. Conocía suficientemente bien a sus hijos como para saber que ninguno de ellos iría jamás a ver un animal en estado de descomposición, y mucho menos si se trataba de una ballena gigantesca. Pero no conocía a Sigga lo bastante para saber si a ella le iban ese tipo de cosas. Þóra dio un golpecito sobre la bolsa de plástico de color naranja-. Pero me han entregado las diligencias. Þórólfur intentó impedirlo, diciendo que mandaría gente a copiarlas en Reikiavik a la primera oportunidad, pero el juez solicitó la ayuda de su secretario, les quitó la carpeta y mandó que lo fotocopiaran todo para dármelo. El fiscal tenía, naturalmente, su propio ejemplar. -Sonrió ante aquella victoria, pequeña pero dulce-. Tengo que revisar todo esto sin perder ni un minuto, a ver si aquí hay algo que no sepamos.

– Espero que no sea nada que perjudique a Jónas -deseó Matthew-. ¿Puede ser que la policía tenga contra él algo más de lo que os hayan dicho a ti o a él?

– Te aseguro que lo expusieron todo en el juzgado -dijo Þóra-. Lo han hecho por precaución, te lo aseguro. -Confiaba en que sus conclusiones no fueran exageradas, pero el hecho de que el juez hubiera acortado el tiempo de detención provisional, del medio mes solicitado a una sola semana, tenía que significar que había sido por su causa. Por lo menos, eso es lo que tenía que pensar-. El pobre Jónas no se tomó nada bien la noticia -añadió.

– No creo que se pudiera esperar otra cosa -dijo Matthew-. ¿Dónde está ahora?

– Lo han llevado a la prisión de Litla-Hraun con escolta policial. Es un fastidio que los presos preventivos estén retenidos allí. Se tarda un montón en llegar desde la capital-dijo Þóra-, y no digamos desde aquí.

– ¿Y no tendrías que volver ya a Reikiavik? -preguntó Matthew.

– Por el momento, estoy mejor aquí -respondió Þóra-. Þórólfur dijo que no interrogarían a Jónas en los dos próximos días. Pensaban concentrarse en la investigación del escenario y acabar de tomar declaración a los testigos, y otras cosas que no especificaron. No estaba demasiado contento con el juicio que mereció su investigación del escenario.

– ¿Hay algo más que ver aquí? -preguntó Matthew-. La verdad es que encontramos la llave de la taquilla por pura casualidad. Difícilmente volverá a tocarnos la lotería.

– Yo no estoy tan segura. Hay algo que me preocupa. Y no me refiero a todos los cabos sueltos del caso. -Se puso en pie y colocó la bolsa entre los brazos-. Voy a echar un vistazo rápido a todo esto, a ver si encuentro algo que pueda darle la vuelta al caso. También estuve en la biblioteca y me he traído un ejemplar de los Cuentos y Leyendas, por si la historia que hay detrás del poema puede explicar algo. No tardaré mucho, pero sería estupendo que mandaras a mis chicos a otra excursión en cuanto aparezcan; si aparecen.

* * *

Dos horas más tarde, Þóra salió del despacho de Jónas. Estaba un poco desalentada, ya que no había avanzado mucho. Había leído hasta el final cada referencia de la carpeta, donde había innumerables declaraciones de testigos, algunos resúmenes sobre la investigación del escenario, dos informes de autopsia y los resultados de los análisis de sangre y otros fluidos corporales. Los resultados de las pruebas de ADN sobre el semen hallado en los órganos sexuales de Birna no estaban incluidos en la carpeta, pero la solicitud de dichos análisis sí se encontraba entre las diligencias. También estaban los resultados del análisis del grupo sanguíneo del que había dejado el semen, que indicaban que se trataba de semen de dos hombres distintos. A Þóra no le quedó claro si este hallazgo había sido pura casualidad o si alguien había solicitado los análisis impulsado por alguna sospecha concreta. Estuvo pensando en si sería habitual que una mujer tuviese relaciones sexuales con dos hombres diferentes el mismo día sin que se dedicara al oficio. Hubo un detalle que no comprendió con exactitud. Se trataba de una explicación que señalaba que, además del semen, se había encontrado otra sustancia biológica en los órganos sexuales de Birna; se le daba el nombre de A. Barbadensis Mili, A. vulgaris Lam. Þóra lo anotó con la esperanza de que Matthew lo conociera, aunque lo dudaba. Seguramente se trataba de algo que Birna había utilizado por su cuenta, aunque Þóra no sabía con qué finalidad.

Le hizo una seña a Matthew, dirigiéndose hacia él, que se encontraba tranquilamente en el bar bebiendo una cerveza. Dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó.

– ¿Sigue habiendo sólo tres niños?

– No está del todo claro -dijo Matthew-. Tus dos hijos tenían la cara verde cuando volvieron de su paseo a la playa. La chica embarazada era la única con buen aspecto. Los invité a tomar un refresco en el bar y se lo llevaron a la habitación, tenían intención de ver una película.

– Me refería a si el grupo no ha aumentado todavía -bromeó Þóra, que hizo una señal al camarero para pedirle un refresco.

– Aún no eres abuela, así que disfruta de la vida -dijo Matthew, haciendo chocar su vaso de cerveza con el refresco de Þóra-. ¿Has encontrado algo interesante? -preguntó, inclinando un poco el vaso hacia la carpeta antes de beber un trago.

– No, en realidad, no. Hay varias cosas que confirman lo que hemos oído o encontrado nosotros. A los dos cadáveres les clavaron agujas o alfileres en las plantas de los pies, a Eiríkur le ataron un zorro y según la autopsia que le hicieron al animal, éste llevaba ya muerto algún tiempo de un tiro de rifle. Desgraciadamente, no aparece ninguna explicación de por qué el zorro estaba atado al pecho de Eiríkur.

– ¿Has sabido algo de nuestra preciosa Bella? -preguntó Matthew-. ¿No iba a encargarse ella de averiguártelo?

– Maldita sea, se me había olvidado -dijo Þóra. Sacó su teléfono y marcó el número del bufete.

– Diga -se oyó decir a Bella al otro extremo de la línea. Nada de Bufete Centro, buenos días ni ninguna otra cosa que indicara que quien había llamado estaba en comunicación con un respetable bufete de abogados y no con una casa particular.

– Hola, Bella, soy Þóra. ¿Has descubierto algo sobre el asunto de los zorros y los caballos? -Þóra no se atrevió a reñirle de nuevo por su forma de responder al teléfono.

– ¿Qué? -se oyó decir a una voz zafia y torpe-. Ah, ya, eso. -Guardó silencio un momento y Þóra tuvo la sensación de que se oía un ruido como si inhalara e inmediatamente después soltara el aire con rapidez.

– Bella, ¿estás fumando en la oficina? -preguntó Þóra, enfadada-. Ya sabes que está prohibido.

– No -respondió Bella-. ¿Estás loca? -Þóra creyó estar oyendo con toda seguridad el chisporroteo de un cigarrillo al arder. ¿A lo mejor aquella chica había empezado a fumar en pipa? Antes de que pudiera preguntárselo, Bella continuó-: Los caballistas con los que contacté nunca habían oído mencionar ninguna relación. Pero también hablé con un cazador de zorros que conozco y de ese tío pude sacar algo más.

Þóra olvidó completamente el tabaco.

– ¿Qué te ha dicho? -preguntó interesadísima. ¿A lo mejor aquella secretaria servía finalmente para algo?

– Bueno -dijo Bella-. Dijo que los caballos se ponían rabiosos de miedo si percibían el olor a zorro muerto. Y que se dedicaban a darle coces a la carroña.

– ¿Eso es algo que sólo saben los cazadores de zorros? -preguntó Þóra en suspense-. ¿Ningún caballista suele saberlo, o crees que los caballistas con los que hablaste eran particularmente ignorantes?

– ¿Ignorantes sobre los zorros? -preguntó Bella burlona-. No tengo ni idea. Yo diría que, en general, no lo saben. ¿Cuándo se encuentra uno con un zorro?