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– Gracias, Bella -dijo Þóra, seguramente por primera vez con total sinceridad-. Puedes tomarte el resto del día libre. -Aquello no era una generosidad exagerada, ya que la ausencia de la secretaria no alteraría en lo más mínimo la actividad del bufete. Colgó y le contó a Matthew la conversación telefónica.

– Así que el asesino ató el zorro a Eiríkur para excitar al caballo, seguro de que el pobre hombre no sólo resultaría herido, sino muerto. -Matthew frunció el ceño-. Qué frialdad.

– En general, los caballistas no saben lo furiosos que se ponen los caballos con las carroñas de zorro -dijo Þóra, pensativa-. Lo saben sobre todo los cazadores de zorros. -Pensó un momento y luego añadió-: ¿No será Bergur cazador de zorros? Tiene nidos de eider. -Miró a Matthew a los ojos-. Había una caja de cartuchos de fusil en la salita de la caballeriza.

Matthew la miró a ella también a los ojos, fijamente.

– A lo mejor rer tenía que ser ber o, más exactamente, bergur, pero Eiríkur empezó a recibir coces y no pudo seguir. -Matthew sacó su móvil y recuperó la fotografía que había tomado de las letras grabadas en la pared. Estuvo un ratito ampliando la foto y situando las letras en mitad de la pantalla-. Vaya -dijo después de mirar con todo detenimiento la fotografía, pasándole el teléfono a Þóra-. El trazo descendente de la primera erre no es tan recto como el de la segunda.

* * *

Þóra colgó el teléfono y se volvió hacia Matthew.

– Me parece que a Þórólfur no le ha disgustado la noticia -dijo-. Aparentaba estar perfectamente tranquilo pero noté que se alegró cuando se lo conté. Puedo predecir que Bergur recibirá una visita de la policía dentro de poco.

– Bueno, o su mujer -apostilló Matthew-. Nunca se sabe.

– Sí, claro -asintió Þóra-. Pero algo sí que se sabe. Leí el informe de la autopsia, y está bastante claro que Birna fue violada brutalmente. En eso no encajan las mujeres, excepto como cómplices, quizá. Podría ser que Rósa participara en el asesinato, pero no en compañía de su marido. Dudo mucho que hayan sido capaces de ponerse de acuerdo en la hora, y no creo que fueran capaces de meterse juntos en semejante lío. -En ese momento, Sóldís apareció dirigiéndose hacia ellos.

– Mi abuela quiere hablar contigo -dijo incómoda-. Pregunta si puedes llamarla. Se trata de algo relacionado con vuestra conversación de ayer. -Sóldís se miró los pies-. No estás obligada a hacerlo, pero éste es su número. -Le dio a Þóra una nota en un papelito amarillo. Þóra le dio las gracias muy sinceramente y sacó inmediatamente el teléfono. Sóldís se dio media vuelta y desapareció del bar a toda prisa. Respondieron después de una sola llamada.

– Hola, Lára, aquí Þóra. La abogada del hotel. Sóldís me dijo que quería que la llamara.

– Sí, hola. Me alegro mucho de que me llames. No he podido pensar más que en Guðný desde que charlamos ayer. Creo que te gustaría que el destino de la niña quedara aclarado finalmente. -Þóra tuvo la sensación de que la mujer estaba muy alterada, aunque su voz no lo dejaba traslucir-. Tengo aquí la carta de Guðný de la que te hablé ayer -dijo la mujer, dejando escapar un débilísimo sollozo-. La estuve buscando por todas partes y al final la encontré guardada con algunas otras cosillas que conservo de esa época. La he leído una y otra vez y ahora creo poder decir que he conseguido leer entre líneas.

– ¿Y eso? -preguntó Þóra.

– Dice en un sitio que la niña es igualita a su padre, y que me daré cuenta del parecido enseguida -explicó Lára-. En su época, cuando empezaron las habladurías sobre el incesto, estuve casi a punto de creérmelo y pensé que ella se había acostado con su padre o con su tío. Ahora soy una persona más madura y veo que eso nunca lo diría una mujer sobre su propio hijo si se encontrara en tal situación. En otro lugar, pregunta por un muchacho del que había estado enamoriscada antes de que yo me marchara de la comarca, y me pide su dirección. Quería enviarle unas líneas -Lára calló y respiró hondo-. Creo que ese joven era el padre. Se fue a vivir a Reikiavik poco después que yo, y recuerdo que reaccionó de forma muy rara cuando me lo encontré un año más tarde, y no quiso hablar mucho conmigo. Entonces no lo comprendí, y aún sigo sin entenderlo. Tal vez la niña podría explicar su reacción. A lo mejor pensaba que yo conocía la existencia de la pequeña, o que Guðný se había quedado embarazada y no le apetecía hablar de ello. Llevaba del brazo a una mujer joven.

– ¿Quién era? -preguntó Þóra-. ¿Está vivo todavía?

– Desde luego que está vivo -respondió Lára-. Se habló mucho de él cuando se retiró. Fue alcalde hace unos años.

Þóra notó que sus dedos se aferraban con fuerza al aparato telefónico.

– ¿Magnús Baldvinsson? -preguntó con toda la tranquilidad de que fue capaz.

– Sí, ¿cómo lo sabes? -preguntó Lára, asombrada-. ¿Le conoces?

– Está alojado en el hotel -respondió Þóra-. Pero podría haberse marchado ya, su nieto vino a buscarle ayer por la noche.

– Qué extraño -dijo Lára-. En todos estos años, desde que se trasladó a Reikiavik, no ha venido a la región más que en algún viaje relámpago.

– Ya, vaya -fue lo único que se le ocurrió a Þóra-. Se puede pensar que la llegada de la niña le hizo tan poca gracia, que… -Þóra vaciló mientras buscaba las palabras apropiadas. Los adultos son una cosa y los niños otra muy distinta-… que se las debió de ingeniar para darla en adopción tras la muerte de Guðný, o que simple y llanamente la mató. -Confió en que así resultara más fácil de digerir.

– No lo sé -replicó Lára. La anciana voz se quebró de nuevo-. Dios mío, es imposible creer que pueda pasar algo así. Magnús no tenía mucha personalidad. Pero ¿podría haber sido tan mezquino? De verdad, no lo sé. No puedo ni imaginarme que alguien pueda ser tan malvado. En nuestra sociedad ni nos damos cuenta de que están entre nosotros. Ni hoy ni en aquella época. -Lára calló y se sonó-. Y también está la otra cosa que me preguntaste. Lo de la carbonera. Me puse a darle vueltas y recordé que se pasaron a la calefacción eléctrica en las dos granjas antes de que yo me marchara a Reikiavik. Decían que era estupenda, pero Bjarni mandó instalar un generador en un hoyo en el ala norte, junto a la carretera. No sé si te servirá de algo, pero después de eso, el carbón dejó de usarse en las dos granjas, y abandonaron las carboneras. -La voz de Lára se había vuelto más fuerte al hablar de cosas cotidianas como la calefacción, aunque se notaba cierta melancolía en sus palabras-. En la caja en que estaba la carta encontré una foto antigua en la que estamos Guðný y yo detrás de la granja, y recordé todo eso mientras estaba mirándola. Porque en la foto se ve la entrada a la carbonera, y eso me desató los recuerdos.

Þóra interrumpió a Lára.

– Cuando dice que estaban detrás de la granja, ¿a cuál de las dos se refieres?

– A Kirkjustétt -contestó Lára-. No subíamos mucho a Kreppa en esos años. Bjarni y Grímur casi no se hablaban, y creo poder afirmar con cierta seguridad que la única relación que seguían manteniendo era por el generador, que utilizaban ambos.

– ¿Así que había una carbonera igual detrás de Kirkjustétt? -preguntó Þóra-. No hay rastro de semejante cosa detrás del hotel. ¿Puede ser que la carbonera acabase debajo del edificio anexo?

– No, eso no puede ser -dijo Lára-. Si no recuerdo mal, estaba bastante lejos de la casa, y no es el sitio donde se construyó el anexo. La trampilla de entrada tendría que estar en el prado que hay detrás del hotel. Era igual en las dos granjas. Se consideraba de lo más moderno tener la carbonera lejos de la casa, aunque era más caro que guardar el carbón en el sótano. Era mucho más refinado hacer una entrada a la carbonera desde el sótano, aunque estuviera tan lejos de la casa.