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Þóra miró a Matthew con los ojos muy abiertos. Cortó la conversación con Lára, sintiendo de pronto la necesidad de bajar al sótano a buscar la puerta que daba a la carbonera. Antes de despedirse, le dijo a la anciana que la informaría de cualquier cosa que llegara a averiguar sobre el destino de la misteriosa niña.

– Tengo que hacer una breve llamada -le dijo Þóra a Matthew mientras marcaba el número de la prisión de Litla-Hraun-. Prometo que te lo explico todo enseguida. Lo que recordaba de la foto de una pared del sótano que Birna había mandado hacer al fotógrafo extranjero no contenía nada que pudiera indicar la existencia de una puerta allí abajo. En cuanto Jónas se puso al teléfono, Þóra fue directamente al grano-: Jónas, probablemente tendré que tirar un trozo de una pared del sótano debajo de la parte antigua del hotel. Sólo quería que lo supieras. Por lo demás, ¿todo bien?

* * *

Þóra, Matthew y Gylfi estaban delante de una de las paredes del sótano; habían llegado al acuerdo de que aquélla era la que daba hacia el prado de la parte posterior del edificio. Les había llevado un tiempo considerable orientarse y decidir cuál era la pared adecuada, pues tuvieron que ir haciendo pruebas mientras levantaban en el aire a Sóley para que mirase por las sucísimas ventanas; al final decidieron que la pared de la foto de Birna debía de ser la correcta. Matthew dejó la fotografía y aferró el mazo. Þóra se echó para atrás, reuniéndose con Sigga y Sóley, que estaban esperando emocionadísimas. Gylfi estaba al lado de Matthew, dispuesto a relevar al alemán.

Gylfi había exigido acompañarles cuando los vio salir al prado con las palas, para cerciorarse de que la carbonera estaba realmente allí antes de poner manos a la obra y hacer el agujero, y las chicas se empeñaron en acompañarles, encantadas con la novedad. La carbonera había aparecido a unos 30 centímetros de profundidad, justo al lado de la piedra grabada, pero en lugar de malgastar el tiempo excavando para liberar toda la trampilla, se dirigieron inmediatamente al sótano a buscar la puerta, que tenía que estar allí oculta. Matthew se temía que abrir una trampilla que llevaba decenas de años enterrada no sería más fácil que cuando lo habían intentado en Kreppa.

– ¿Qué pensáis que vais a encontrar ahí detrás? -preguntó Gylfi, no del todo seguro de que fuera demasiado divertido ponerse a tirar abajo una pared.

– A decir verdad, no tengo ni idea -dijo Þóra-. Pero, a juzgar por el cuidado con que disimularon la puerta, alguien debía de querer que no se acercara nadie. No hay ninguna razón plausible para tapiar una puerta en el sótano. Se habría podido cegar de otro modo si la intención no hubiera sido ocultarla.

– ¿Y si no hay nada? -preguntó Gylfi-. ¿Qué dirá el dueño de todo esto?

– Nada -respondió Þóra-. Acabo de contarle lo que sucede, y en el peor de los casos sólo tendrá que gastar un poco en unos cuantos metros cuadrados de pared. -Le hizo señas con las manos para que se pusiera delante-. ¡Empieza!

Empezaron a golpear la pared. Þóra y las niñas miraban expectantes, pero enseguida pudieron comprobar que las cosas no irían tan deprisa como esperaban. Media hora más tarde, cuando Sóley se haba dormido ya de aburrimiento sobre un montón de cajas, y los bostezos de Sigga se sucedían sin pausa, el agujero a través del revestimiento de la pared, la madera y la piedra, había alcanzado unas dimensiones considerables como para poder acceder al otro lado. Matthew y Gylfi estaban sucios y sudorosos con las mangas remangadas, recuperando el resuello.

– Yo no entro la primera -dijo Þóra, sacando la cabeza del agujero-. El aire está viciadísimo ahí dentro. Huele a quemado, ¿no?

– Ya voy yo -dijo Gylfi. Þóra le conocía suficientemente bien para saber que no lo decía de verdad.

– Matthew, ve tú delante -dijo, empujándole hacia la abertura-. ¿Dónde está la linterna?

Tras meterse a duras penas los tres por el agujero, Þóra y Gylfi siguieron a Matthew por el estrecho túnel. La débil luz de la linterna sólo iluminaba al alemán, que iba en primer lugar. Madre e hijo se acercaron a él cuando se detuvo delante de la puerta que había al final del túnel. Se volvió hacia ellos, con la linterna colocada debajo de la barbilla. Þóra y Gylfi se llevaron un susto terrible, mientras Matthew se echaba a reír. Se quitó la linterna de la cara e iluminó la puerta.

– ¿Abro?

Deberían haber dicho que no.

Capítulo 31

– Y, naturalmente, fue por pura casualidad, igual que la foto -preguntó Þórólfur-. ¿Bajaron al sótano armados, casualmente, de unas mazas y les apeteció tirar abajo justo esa pared, porque sí?

Þóra se quitó una astilla del pelo, contenta de comprobar que no era un diente, como había temido.

– No -respondió-. Creía que había hablado con suficiente claridad. Queríamos asegurarnos de que no los íbamos a avisar para cualquier estupidez, malgastando con ello el dinero público. No había forma de comprobar lo que había ahí abajo sin derribar la pared. Tengo que reconocer que no me esperaba esto.

Se estremeció cuando dos hombres de la sección de investigación pasaron con unas carretillas llenas de huesos. Un penetrante olor a quemado las acompañaba. Había policías pululando por todo el hotel; habían acudido de las comisarías cercanas pero también un grupo de especialistas llegados de Reikiavik. Þóra sospechaba que la mayoría carecía de una función específica, y que estaban allí movidos más bien por la curiosidad. Hizo una mueca.

– Como ya le dije, esperaba encontrar el esqueleto de un niño, y no un montón de huesos de la altura de una persona.

– ¿No se dio cuenta de que eran huesos de animales? -preguntó Þórólfur-. ¿Era difícil ver claramente las cosas en la oscuridad de ahí abajo?

– Los huesos que más me llamaron la atención no eran de animales -explicó Þóra con decisión-. Antes de que se viniera abajo el montón de huesos, la luz de la linterna alumbró una pequeña manopla de borra, y también un hueso justo en la abertura de la manopla, de modo que me di cuenta de que ahí abajo hay un niño muerto. Lo único que podía haber dentro de la manopla era una mano. Estaba justo debajo del montón antes de que éste se desmoronara, de modo que no aparecerá hasta que hayan retirado los demás huesos. Si yo fuera usted, le diría a los hombres que fueran con cuidado cuando lleguen abajo… -no concluyó la frase.

– Puede comprobar usted misma que actuamos despacio -dijo Þórólfur, mirando a su alrededor-. Nos atenemos a todas las normas relativas a la investigación de escenarios, encontremos o no huesos humanos. Tenemos que averiguar lo que ha sucedido aquí, pues es algo bastante anómalo disponer en esta forma de cadáveres de animales medio quemados. Así que no necesita preocuparse de que vayamos a destruir prueba alguna. Debería preocuparse más bien por Jónas, ya que esto no afecta en lo más mínimo a su posible culpabilidad.

– ¿Y si le dijera que ahí estarían los huesos de una hija de Magnús Baldvinsson, sin bautizar siquiera, de finales de la guerra mundial? -dijo Þóra.

– ¿Eso cambiaría algo? -preguntó Þórólfur indiferente, aunque se notaba que su interés había aumentado-. ¿O quizá pretende usted insinuar que él mató a su propia hija y luego echó encima decenas de cadáveres de animales? -Sonrió y continuó-: ¿Y que regresa al lugar del crimen sesenta años después para comprobar que ha desaparecido por completo?

– Está usted interpretando las cosas a su conveniencia, pero seguramente se descubrirá quién era el padre en cuanto se realice el análisis de ADN de los restos del niño. Aunque por sí mismo eso no indique quién lo mató, la paternidad abrirá muchos interrogantes, y creo que Magnús Baldvinsson no saldrá muy bien parado de esa investigación.

– ¿De modo que sigue manteniendo la teoría de que fueron Magnús o Baldvin los asesinos de Birna y Eiríkur? -preguntó Þórólfur.