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Þóra se quitó más suciedad del pelo.

– En realidad, también he estado planteándome si habría sido Bergur, o su esposa, con ayuda de él o de otra persona -conjeturó Þóra, que explicó la conversación que había tenido con Matthew sobre el rifle, el zorro y la extraña inscripción rer de Eiríkur-. Matthew y yo la vimos salir del hotel con un camarero que trabaja aquí. Parecían muy amigos. Pensamos que Rósa podría haberle convencido para matar a Birna. Ella podría haber querido hacerlo para vengarse del adulterio.

Þórólfur levantó las cejas hasta las raíces del cabello.

– Usted conoce a la esposa de Bergur -dijo-. ¿Le parece posible que tenga tal capacidad de convicción?

– No, en realidad, no -respondió Þóra-. Pero si alguien tiene más interés del debido por conseguir algo de otra persona, nunca se sabe.

Þórólfur sonrió con perversidad.

– ¿Ese camarero se llama quizá Jökull Guðmundsson? -preguntó.

– Sí -contestó Þóra extrañada-. En realidad desconozco su patronímico, pero se llama Jökull. ¿Tiene idea de por qué andan juntos?

Þórólfur dejó escapar una risita.

– Son hermanos -reveló-. Seguramente, eso explica que se traten tan amistosamente.

Þóra no dijo nada. Ahora entendía la antipatía que Jökull tenía a Birna, se debía simple y llanamente a que su cuñado engañaba a su hermana con ella. Aquello explicaba también la reacción a sus preguntas sobre Steini. Había sido su padre el causante del accidente, y, sin duda, le afectaba hablar de aquello tanto como a su hermana.

– Ajá -exclamó Þóra-. Eso cambia un poco las cosas.

– Sí, ¿verdad? -dijo Þórólfur-. Por otra parte, puedo asegurarle que aún seguimos investigando la posible participación de Bergur en el caso -añadió sin especificar si el granjero estaba bajo sospecha o si Jónas seguía siendo el único sospechoso-. Creo que no va a importar mucho, pero le diré también que estamos comparando el rifle y la bala que encontramos en el zorro. No tenemos medios para hacer ese estudio en la provincia, de modo que lo hemos enviado a Reikiavik. Desgraciadamente, harán falta unos cuantos días hasta que recibamos los resultados, pero mientras tanto examinaremos un par de cosas más. -Después dijo que iba a bajar al sótano a comprobar cómo iba todo.

Þóra se levantó y se dirigió hacia Matthew, que estaba terminando de explicar lo que había pasado en el sótano. Había hecho falta mucho más tiempo del habitual, porque la policía quiso hacer el interrogatorio con ayuda de un intérprete.

– ¿Crees que nos mandarán a la trena a hacer compañía a Jónas? -bromeó Matthew con una risita mientras salían los dos juntos-. En vista del aspecto que tengo, encajaría allí perfectamente -añadió. Sus ropas estaban cubiertas de polvo y suciedad, puesto que no habían tenido tiempo para cambiarse desde que les había caído encima una montaña de huesos.

Þóra lo miró de arriba abajo y sonrió.

– ¿Cuánto tiempo hacía que no estabas así de sucio? -preguntó, quitándole del jersey algo que resultó ser un fragmento de hueso.

– Años y años -respondió él-. En el banco no hay escombros, y mucho menos montones de huesos como el de ahí abajo.

Þóra se estremeció. Le habló de la relación entre Rósa y Jökull, y que difícilmente serían la pareja sanguinaria que habían empezado a sospechar.

– ¿Sabes? -dijo entonces-. Pondría la mano en el fuego a que quien colocó la piedra grabada encima de la carbonera sabía lo que había debajo. Su intención debía de ser erigir una especie de monumento funerario. Una lápida secreta.

– Eso quiere decir entonces que el niño no murió de muerte natural. Si no, ¿por qué disimular una lápida? -dijo Matthew, que esperó a que Þóra abriese la puerta de su habitación-. Aparte de que nadie haría algo así por un niño muerto a menos que tuviera algo que ocultar.

– Tengo la sospecha de que la piedra la erigió el viejo Magnús -señaló Þóra en el momento en que se abría la puerta. Fue directamente hacia el teléfono que estaba encima de la mesita de noche-. Voy a llamar a Elín para preguntarle si sabe algo de la piedra. A lo mejor, ella o su hermano recuerdan cuándo la pusieron y quién se encargó de ello.

– ¿Crees que querrá hablar contigo? -preguntó Matthew.

– No creo que me cuelgue esta vez -afirmó Þóra-. Porque resulta que se ha encontrado un esqueleto de niño en unos terrenos que pertenecieron a su abuelo y a su tío abuelo, y que son propiedad de su propia familia desde hace decenios. -Buscó el número de móvil de Elín-. Además la voy a despistar usando el teléfono del hotel, porque el número de mi móvil lo conoce. -Volvió a dirigir su atención al teléfono-. Hola, soy Þóra -dijo en cuanto respondieron.

– ¿Qué quiere ahora? -preguntó Elín enfadada. Se podía oír que iba en un coche.

– Antes que nada, quería informarla de que ahora mismo acaban de encontrar todo un montón de huesos en la granja. La mayor parte son de animales, pero todo parece indicar que también puede encontrarse el esqueleto de una persona. De un niño.

– ¿Y a mí qué me cuenta? -preguntó Elín casi en un chillido-. ¿No es eso lo que lleva pasando todo este tiempo? Desde que ese Jónas nos compró las tierras no paran de aparecer cadáveres. Oí en la radio que esta mañana han decretado su prisión provisional.

– Sí, sí, cierto -replicó Þóra, nada contenta con que el caso de Jónas hubiera llegado ya a los medios de comunicación-. Pero estos huesos no tienen nada que ver con él, porque muy probablemente estaban aquí mucho tiempo antes de que él comprase las tierras -explicó Þóra-. ¿Me equivoco al pensar que fue su familia la que construyó la granja actual y que ha sido su propietaria ininterrumpidamente desde entonces? Por desgracia, creo que esto les afecta a usted y a su hermano mucho más que a Jónas.

– ¿Pero qué está diciendo? -gritó Elín-. ¿Huesos de niño? -Parecía realmente asombrada, sin acabar de entender lo que sucedía-. ¿Qué niño?

– Ya se sabrá -contestó Þóra-. La policía querrá hablar con ustedes, y tal vez lo mejor sea que yo no siga molestándoles sobre este particular. Sólo quería preguntarle una cosa. -Esperó, pero Elín no dijo nada, de modo que continuó-: Detrás del edificio, hacia el este, hay una piedra grande en la que grabaron un poema que creo que procede de una leyenda popular. Alguien tuvo que colocar esa piedra, porque desde luego no lo hicieron las fuerzas de la naturaleza. ¿Conoce esa especie de lápida, o sabe quién la puso allí?

– ¿La piedra? -preguntó Elín sorprendida-. ¿Qué tiene que ver con el caso?

– Quizá nada -mintió Þóra-. Sólo quería conocer su origen, para cerciorarme de que no está relacionada. -Cruzó los dedos con la esperanza de que Elín se tragase su explicación.

– Puedo prometerle que no tiene relación alguna -respondió Elín con determinación-. Mi madre la colocó hace muchos años. Era un regalo de bodas anticipado que se hizo ella misma, según me contó. No me pregunte por qué, nunca me dio más detalles. Puede estar totalmente segura de que no tiene relación alguna con la muerte de ningún niño.

Þóra ocultó su extrañeza ante la noticia de que hubiese sido Málfríður, la hija de Grímur, quien había colocado la piedra.

– Una cosa para terminar, de verdad -dijo-. ¿Por qué vinieron su hermano y usted a la región el domingo por la noche? Tengo una lista elaborada por la policía con los vehículos que pasaron por los túneles ese día, y ustedes dos están en ella.

– Vinimos porque teníamos una reunión con usted -respondió Elín, furiosa-. ¿Ya no se acuerda? Vino a nuestra casa el lunes, y nosotros decidimos no tener que viajar por la mañana, sino llegar a Stykkishólmur la noche anterior. ¿No se le habrá pasado por la cabeza pensar que Börkur y yo hayamos cometido esos crímenes?