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– Pasó por los túneles en dirección a Reikiavik cinco coches detrás de Bertha. Encaja perfectamente con mi teoría. Quería asegurarse de que se marchaba. -Depositó el montón de papeles sobre la mesa, delante de Þóra-. Creo que tendríamos que hablar con ella, y esperar que sepa algo que pueda desatar el último nudo de todo este enredo.

– No sólo esperemos que sepa algo, sino que quiera compartirlo con nosotros -dijo Þóra, poniéndose en pie-. No está nada claro que vaya a estar dispuesta a traicionarle cuando sepa lo que hizo. No creo que se nos eche en los brazos si le decimos que su primo y amigo es un asesino. Podría necesitar un tiempo para digerir las cosas tan horribles que ha hecho Steini. -Sonrió-. Si es que ha hecho algo. De lo cual no estoy nada convencida.

* * *

Þóra se agarró la frente con las manos.

– Ya sé qué es lo que tanto me irrita -dijo-. La lista de sucesión de herederos. Si la niña sobrevivió a su madre y a su abuelo, todas las propiedades que le pertenecían están en manos ilícitas. Grímur, naturalmente, no habría podido heredar a la niña. -Iban en el coche, volviendo de Kreppa, donde habían esperado encontrar a Bertha. Su coche no estaba, y la casa estaba vacía.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matthew-. ¿No era el pariente más próximo de la niña, una vez muertos la madre y el abuelo?

Þóra sacudió la cabeza.

– Lo era el padre, naturalmente. El padre de la niña lo habría heredado todo a la muerte de ésta.

– Y todo parece indicar que el padre es Magnús -señaló Matthew-. No se me había ocurrido. Naturalmente, a Grímur no le habría correspondido nada. Por eso escondió a la niña e intentó destruir los registros de su corta vida.

Þóra respiró hondo.

– Y lo que es más, si Málfríður, la hija de Grímur, conocía el crimen, ella también se apropió indebidamente de la herencia.

– Claro -asintió Matthew-. Si su padre consiguió la herencia ilícitamente, carecía de derechos a ella, y lo mismo sucedería con su hija.

– De eso no estoy tan segura, porque si ella no sabía nada y actuó de buena fe, el asunto tomaría otro cariz. Pero no debía de ignorarlo por completo, si mis suposiciones están fundadas. Más todavía, sigue viva. Sus hijos, Börkur y Elín, tenían un poder notarial para firmar en su nombre el traspaso de las tierras a Jónas. En realidad, formalmente, ellos no han heredado nada todavía. En el poder se señalaba que la propiedad de su madre es indivisa, de modo que la existencia o no de buena fe no les afecta a ellos dos.

– Pues tienen muchísimo que perder -observó Matthew-. Pero también tiene mucho que ganar el padre de la niña, el viejo Magnús.

– Sí, no cabe duda de que se habría beneficiado muchísimo matando a Birna para evitar que fuera encontrada la criatura. Pero, al mismo tiempo… -Þóra miró por el parabrisas la vieja granja-. El caso tiene otro aspecto muy distinto si tenemos en cuenta la oposición de Elín al resto de la familia. Por ejemplo, Bertha dejaría de tener una casa para cuando quisiera venir a la comarca. La casa de Stykkishólmur se convirtió en propiedad de Bjarni cuando las cosas empezaron a irle mal a Grímur, y lo mismo pasó con la granja de éste -continuó Þóra-. Si Bertha no tiene casa en la que quedarse en la región, Steini corre el riesgo de quedarse completamente solo. -Miró a Matthew-. ¿No deberíamos ir a hablar directamente con él? No tenemos ni idea de dónde ni cuándo encontrar a Bertha. Pero, seguramente, Sóldís sabrá dónde vive Steini, de modo que no deberíamos tener problemas para encontrarle.

– ¿Y Þórólfur? -preguntó Matthew-. ¿No deberíamos informarle, y que sea él quien vaya a hablar con el chico?

Þóra reflexionó un instante.

– No, no. Esto es igual que lo de la pared. Tenemos que asegurarnos de que tenemos razón antes de molestar a la policía. Mientras tanto, ellos ya tienen bastante que hacer.

* * *

Matthew y Þóra se encontraban delante de la puerta de casa de Steini, esperando. Les había gritado que ya iba a abrir, pero la espera se estaba haciendo muy larga.

– Eso no indica que esté precisamente en plena forma -dijo Matthew, envolviéndose mejor en el chaquetón. Había empezado de repente a hacer frío, y el aire gélido se le estaba metiendo por todos los huesos-. ¿Estás segura de que estamos en junio?

Antes de que Þóra pudiera responder, se abrió la puerta, pero sólo parcialmente.

– ¿Qué? -se oyó decir desde la ya archiconocida capucha.

– Hola -saludó Þóra con toda la amabilidad de que fue capaz-. ¿Te acuerdas de nosotros? Estuvimos en Kreppa y allí os conocimos a ti y a Bertha. También nos vimos en la ensenada.

– Sí, ya, ¿qué queréis? -Sus palabras sonaban de una forma muy confusa, como si Steini hablara con la boca llena. Þóra sospechó que sería porque tenía dificultades para abrir la boca, y confió en que hablar no le causara dolor. Independientemente de lo que pudiera haber hecho, sentía mucha lástima por él.

– Queríamos hablar contigo un momento -pidió la abogada, confiando en que les dejara pasar-. Es sobre la tarde del domingo pasado.

La silla de ruedas se desplazó hacia atrás para dejar que la puerta se abriera por completo.

– Entrad -dijo Steini, aunque el extraño sonido de su voz no permitía saber si le molestaba tener que charlar con ellos. Þóra y Matthew intercambiaron, al entrar, miradas disimuladas, pero no dijeron nada.

– ¿Hace mucho tiempo que vives aquí? -preguntó Þóra en tono cordial, cuando estuvieron en el silencioso salón. A primera vista, la casa causaba una impresión un tanto lúgubre. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, pero no había señal alguna que indicase que viviera alguien en ella, no había ni fotos en las paredes ni objetos personales, aparte de unas muletas apoyadas contra la entrada del pequeño cuarto de estar, que era mucho más agradable que el pasillo y el vestíbulo, ya que, por ejemplo, había un florero con flores silvestres de la zona. Þóra imaginó que se las habría traído Bertha, pues no era muy probable que un joven postrado en una silla de ruedas pudiera dedicarse a recoger flores para llevárselas a casa.

– Sí -respondió Steini, sin entrar en más detalles.

– Comprendo -dijo Þóra, sonriente-. Lo mejor es ir al grano -prosiguió-. Queríamos saber si pasaste en tu coche por los túneles el domingo por la tarde. Un vehículo matriculado a tu nombre pasó por allí hacia la hora de la cena.

Steini calló y bajó la cabeza aún más. Luego habló.

– Sí, era yo -dijo; y como antes, el tono de su voz no permitía saber si decía la verdad.

– ¿Puedo preguntarte qué fuiste a hacer a Reikiavik? -preguntó Þóra.

– No -contestó Steini. Echó una fugaz mirada desde debajo de su capucha, y Þóra tuvo que esforzarse para no mostrar reacción alguna-. ¿Creéis que fui yo quien mató a ese hombre? -preguntó entonces, y ahora sí quedó bien patente el sufrimiento de Steini. Era evidente que estaba fuera de sí de ira-. ¿Eso creéis? -Se levantó de la silla y apoyándose en uno de los brazos consiguió mantener el equilibrio. Tenía un pie completamente torcido, inútil para cualquier esfuerzo. Era totalmente imposible forzar un pie sano a adoptar aquella posición.

– No -se apresuró Þóra a responder-. Por supuesto que no pensamos semejante cosa. -Soltó aquella mentira piadosa para hacerlo todo un poco menos difícil-. Pensábamos que podías haberle prestado tu coche a alguien. Estamos intentando saber quién estaba en la zona cuando se perpetró el asesinato de Eiríkur.

– Yo no estaba por aquí. Y tampoco cuando asesinaron a Birna -reveló Steini, dejándose caer en la silla de ruedas. Su extraña forma de hablar se hizo algo más clara, de modo que Þóra pudo distinguir casi todas las palabras. El joven parecía todavía furioso, y jadeaba. Þóra confió que no le fuera a dar un ataque.