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Þóra se volvió hacia el interior de la habitación, con la caja en los brazos.

– Adivina -le dijo a Matthew, llena de entusiasmo-. Rósa vuelve a estar en la lista. En lo más alto de la lista, por si fuera poco.

Matthew la miró tranquilo, en contraste con la excitación de ella.

– ¿Y cómo es eso?-preguntó.

– El asesino de Birna no fue un hombre sino una mujer. La violación fue simulada, para confundir a la policía. -Þóra puso la caja en el suelo-. ¿Quién podía hacer algo así? -se respondió a sí misma-. Una mujer, naturalmente. Una mujer que no tenía ni idea de los efectos del Aloe Vera Action.

Matthew se quedó mirando fijamente a Þóra.

– Creo que eso necesita una explicación más detallada -repuso con tranquilidad, bebiendo otro trago de cerveza.

Þóra cogió la carpeta de las diligencias policiales, buscó una hoja y se la mostró a Matthew. Le señaló la fotografía fotocopiada de un consolador en una bandeja de metal.

– Esto lo encontraron en la playa, junto a muchísimas otras cosas, pero no está nada claro que la policía se diera cuenta de lo que tenían entre manos. -Þóra miró la caja en la que habían puesto las cosas del sótano-. Es del mismo tipo que el de esta caja, por si acaso estás pensando que soy una experta en artilugios sexuales.

Matthew miró la caja con una sonrisita.

– Comprendo -dijo, volviendo los ojos hacia Þóra-. Pero no acabo de captar la relación.

– Según la descripción de la caja, este aparatito suelta un gel de áloe vera -explicó, poniéndose un poco colorada-. No me preguntes por qué. -Volvió a señalar la foto-. Puede ser que encontraran semen de dos hombres en la vagina de Birna, pero no procedían de ninguna violación.

– ¿Y cómo lo sabes? -preguntó Matthew-. Aunque dos hombres hayan reconocido haber mantenido relaciones sexuales con ella, eso no quiere decir que fuera necesariamente con su consentimiento.

– Creo que el asesino intentó hacer creer que la habían violado -señaló Þóra-. Y para ello utilizó este aparato. Es la única explicación racional para la presencia de áloe vera. Una mujer que ha tenido sexo con dos hombres en un periodo de tiempo bastante corto, no se va a ir a la playa con un aparato de éstos. -Señaló una vez más la foto-. ¿Y por qué iba a querer alguien que pareciese que había habido una violación? -preguntó, y al momento se respondió ella misma-: Para despistar a la policía. Sólo puede significar que el asesino era una mujer. Las mujeres no violan a otras mujeres.

– No -dijo Matthew-, eso es cierto. Pero, por otro lado, hay muchas más mujeres que habrían podido asesinarla. No tuvo que ser necesariamente Rósa.

– Desde luego -dijo Þóra-. Pero tiene que haber sido una mujer con un buen motivo para hacerlo. Y Rósa lo tenía, hasta ahí no hay duda.

– Así es -asintió Matthew, pero no dijo nada más. Miró extrañado a Stefanía, que entraba en la habitación. Les sonreía, y en la mano seguía llevando la caja, que entregó a Matthew. Con tanta emoción, Þóra se había olvidado por completo de la sexóloga.

– Toma, esto es para ti. Te lo puedes quedar. Créeme, ha ayudado a mucha gente en tu situación -le dijo a Matthew en un inglés de pronunciación defectuosa, se despidió y se fue.

Matthew se quedó pegado a la silla. En una mano sostenía el vaso de cerveza, y en la otra la caja con el accesorio sexual, al que miraba fijamente. En un primer momento, el asombro le impidió decir nada, pero cuando la puerta se cerró detrás de Stefanía, miró a Þóra.

– No le habrás dicho a esa mujer que yo estaba pensando en salir del armario, ¿verdad?

– No, ¿estás loco? -dijo Þóra con total y absoluta sinceridad-. Jamás haría algo así. Venga, vamos a ver a Þórólfur. A lo mejor no se ha enterado aún de todo esto.

– A menos que esta mujer tan peculiar esté dedicada de lleno a la difusión de este mágico aparato -dijo Matthew, dejando la caja y poniéndose en pie.

* * *

En la puerta principal, Vigdís les dijo que Þórólfur y otro policía habían ido con Pröstur a buscar el kayak para organizar su traslado. Þóra suponía que lo enviarían a investigación con la esperanza de que Þröstur no hubiera conseguido eliminar todas las pruebas. Aunque, por desgracia, y a juzgar por lo que había contado el deportista, era prácticamente imposible que quedara algo. Mientras estaban con Vigdís pensando si esperar o ir a buscar a algún otro policía, Þóra vio al corredor de bolsa acercarse cojeando hacia la recepción. Llevaba a rastras una maleta, con grandes dificultades.

– Voy a echarle una mano -le dijo a Matthew, dirigiéndose a Teitur-. Deja, yo me encargo -le gritó al acercarse, y fue recompensada con una sonrisa cuando él la vio llegar.

– Muchas gracias -dijo encantado, dejando que Þóra agarrara su maleta-. Sigo hecho un asco, pero tengo que llegar a mi casa.

– ¿Viene a buscarte alguien? -preguntó Þóra. No podía imaginar que pudiera conducir, en el estado en que se encontraba.

– Sí, mi hermano -contestó Teitur, jadeante-. Más tarde mandaré a alguien a buscar mi coche. ¿No necesitas un coche para ir a la capital?

Þóra rió.

– No, en realidad no -respondió, pensando en el todoterreno, que no sabía cómo llevar a Reikiavik. Desde luego, no pensaba dejar que Gylfi volviera conducirlo.

Teitur se dejó caer con una queja.

– Maldito jamelgo -dijo-. Dudo que vuelva a montar jamás en un caballo.

– Tienes suerte de no haber salido peor parado -replicó Þóra-. No entiendo cómo los del alquiler de caballos te pudieron dar uno que no fuera totalmente seguro. ¿Dónde lo alquilaste, por cierto?

– Ah, en una granja cerca de aquí, se llama Tunga, si no recuerdo mal. Pero en realidad no fue culpa de ellos -dijo Teitur-. La mujer se quedó consternadísima. No fue una buena forma de empezar una actividad nueva.

– ¿Tunga? -dijo Þóra. Era la granja de Bergur y Rósa, que ella estaba ya bastante segura de que tenían bastante que ocultar-. ¿Alquilaste el caballo allí? ¿No sería un macho un tanto indómito?

Teitur rió.

– No, no estoy tan loco. Era un caballo normal. Sencillamente, tuve una suerte pésima. Es decir, ¿qué probabilidades hay de que te encuentres con un zorro muerto? El caballo seguía nerviosísimo mucho después de que yo me hubiera caído.

Þóra se quedó inmóvil.

– ¿Pasó justo aquí al lado? ¿El cadáver estaba junto al sendero de la vieja granja? -preguntó. Teitur asintió.

– Así es. Un zorro muerto. No tenía ni idea de que los caballos se pusieran tan nerviosos al verlos.

– ¿Se lo contaste a los dueños del caballo? -Þóra intentaba mantener la calma.

– Sí -contestó Teitur, sorprendido por la emoción de Þóra-. Tuve que volver para avisarles de que el caballo había desaparecido.

– Y naturalmente, les explicaste lo que había pasado y dónde fue, ¿no? -preguntó Þóra-. ¿Les hablaste del zorro y de la reacción del caballo?

– Sí -respondió Teitur-. La mujer parecía desesperada. Porque el caballo se había escapado, y yo había resultado herido.

– Esa mujer -dijo Þóra-, ¿se llamaba Rósa? -Teitur asintió sonriente-. ¿Había alguien con ella que hubiera podido oír la historia del zorro? -preguntó-. Como su marido, por ejemplo.

– No -respondió Teitur-. Estaba ella sola. No tengo ni idea de si luego se lo contó a él, pero me imagino que sí. -Miró a Þóra con curiosidad-. ¿Por qué lo preguntas?

– No, por nada -dijo Þóra, distraída-. Bueno, espero que llegues a casa sin más problemas y que te mejores. -Colocó la maleta junto al mostrador de recepción.

– Seguro -dijo Teitur. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó su billetera. Durante un instante, Þóra pensó que iba a darle una propina por su ayuda, pero tomó una tarjeta-. No dudes en ponerte en contacto conmigo si no sabes qué hacer con tu dinero -dijo con una sonrisa-. Se me dan bastante bien las inversiones de mis clientes.