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Bergur cayó de rodillas al lado del cadáver. El hedor ya no le molestaba. Agarró aquella helada mano para asegurarse. Sí, era el anillo. Boqueó para respirar. Con manos rápidas empezó a apartar las algas en el lugar donde calculaba que estaría la cabeza, pero enseguida se detuvo. No había rostro. Pero vio suficientes cabellos para darse perfecta cuenta de que su sueño de una vida nueva, emocionante y feliz acababa de terminar.

* * *

Þóra trataba de mostrarse tranquila. Estaba tumbada sobre el estómago intentando relajarse, aunque, en realidad, estaba concentrada en aparentar relajación, porque no quería que la masajista creyera otra cosa. Era una mujer musculosa y nervuda, más joven que Þóra. Iba vestida con unos pantalones blancos de lino y una camiseta de manga corta, de color verde claro, sin medias y con sandalias lisas. Las uñas de los dedos de sus pies estaban pintadas de laca azul claro. Por regla general, Þóra no solía mirar mucho esa parte del cuerpo de la gente, pero aquellos dedos de los pies se le aparecían constantemente mientras estaba tumbada boca abajo sobre la camilla, con la cara inmóvil, metida en un agujero que había al final de la misma.

Lo peor había pasado, la mujer había dejado de masajear y había empezado a colocar piedras calientes sobre la columna vertebral de Þóra.

– Ahora notarás cómo la fuerza de las piedras se va disolviendo por tu espalda. Luego se moverá por los nervios hacia todos los rincones y los huecos más oscuros. -Por debajo de la voz sonaba música relajante de un disco que la masajista le había dicho que se podía comprar en la recepción. Þóra estaba decidida a mirar el nombre de aquel grupo, para evitar que algún día pudiera comprar un disco suyo por despiste.

– ¿Falta mucho? -preguntó Þóra, con la esperanza de que terminara ya-. Creo que la fuerza ha llegado ya hasta el último rinconcito. Estoy empezando a sentirme estupendamente.

– ¿Sí? -A la masajista le resultaba difícil de creer-. ¿Estás segura? Aún queda bastante.

Þóra reprimió un suspiro.

– Desde luego que sí. Estupendamente. Noto perfectamente que ya estoy lista.

La masajista iba a poner reparos pero se detuvo cuando sonó un teléfono en algún lugar de la salita.

– Espera un momento -le dijo a Þóra, y los dedos de los pies desaparecieron.

– Diga. -Þóra la oyó responder al teléfono-. Estoy con la terapia. -Se produjo un largo silencio y luego se oyó a la mujer decir con la voz excitadísima-: ¿Qué dices? ¿No será una broma?… Dios mío… Ya voy.

La mujer dejó el auricular con un golpe.

– Ha pasado algo. Horrible, más bien. De lo más horrible.

Þóra se incorporó a medias sobre un brazo.

– ¿Y? -preguntó, y esta vez no tuvo que fingir curiosidad-. ¿Algo relacionado con los fantasmas?

La mujer puso cara de susto y se cubrió la boca con la mano.

– Oh, no, nada de eso, qué va. Han encontrado un cadáver en la playa. Vigdís, la de la recepción, cree que es alguien de aquí, porque ha venido la policía para hablar con Jónas.

Þóra saltó de la camilla, desnuda, y se envolvió en un albornoz. Se apresuró a cubrirse con él, porque nunca le había gustado demasiado estar completamente desnuda delante de desconocidos, aunque no se avergonzaba en absoluto de su propio cuerpo.

– Tú ve para allá, yo ya me las arreglo. -Se colocó el cinturón del albornoz e hizo un nudo-. ¿Ha sido un accidente?

– No lo sé -respondió la masajista, sin poder ocultar su impaciencia. Era evidente que ardía en deseos de enterarse de algo más.

– Recojo mis cosas y voy -dijo Þóra, animando a la mujer a que saliera-. Prometo que no robaré ni una sola piedra.

La mujer no necesitó que se lo repitieran dos veces, se dio media vuelta y desapareció por el pasillo. Þóra fue hasta la cortina detrás de la cual se había desnudado y empezó a ponerse la ropa a toda prisa. Sonó su teléfono en el bolso y lo sacó.

– Hola -saludó, intentando ponerse los calcetines con la otra mano. La cobertura era horrible, y el teléfono hacía toda clase de ruidos y chasquidos.

– Hola, Þóra. -Era Matthew-. Sigo esperando alguna respuesta a mi correo.

– Ah, sí -replicó ella, dejando de pelearse con los calcetines-. Te aseguro que iba a contestarte.

– Pues di cuándo ahora mismo. Así no tendrás que seguir buscando el momento adecuado -dijo Matthew. Era obvio que tenía intención de ir, dijera ella lo que dijese-. Da luz verde a mi viaje.

– Éste no es el mejor momento -respondió Þóra-. Estoy trabajando y ha pasado algo.

– ¿Qué? -preguntó Matthew, convencido claramente de que ella estaba inventándose alguna excusa-. Dime lo que ha pasado.

– Bueno, es bastante raro -explicó Þóra, intentando recordar la palabra alemana para «fantasma»-. Estoy trabajando en un caso referente a apariciones fantasmales y todo parece indicar que las cosas se están complicando. La policía acaba de encontrar un cadáver y podría tratarse de algo relacionado con el asunto.

– ¿Dónde estás? -preguntó Matthew.

– ¿Yo? -preguntó Þóra, como una tonta-. Estoy en el campo.

– No te marches. Llegaré pasado mañana por la tarde. -El tono de voz de Matthew indicaba que iba en serio.

– Espera, espera, todo está bien. No vengas aquí -dijo Þóra desesperada-. No es un crimen, sólo un cadáver. -Vaciló-. Como otro cualquiera.

– Estaré encantado de verte pasado mañana por la tarde -se oyó al otro lado de la línea.

– Pero si ni siquiera sabes dónde estoy, y no pienso decírtelo. Espera unos días y déjame que encuentre un momento más adecuado. Te prometo que lo haré. Tengo ganas de verte. Pero ahora precisamente, no.

– No necesitas decirme dónde estás. Ya te encontraré. Nos vemos.

Þóra no consiguió hacer más advertencias… Matthew había colgado.

Capítulo 4

Después de vestirse a todo correr, Þóra decidió acercarse inmediatamente a la recepción con la esperanza de obtener detalles más precisos sobre el hallazgo del cadáver. Mientras se dirigía hacía allí vio un llavero que, con las prisas, la masajista se había dejado. Decidió llevárselo, le serviría de excusa para presentarse. Salió al corredor con pasos rápidos, contenta consigo misma.

No vio a la masajista por ninguna parte. Una mujer joven estaba inclinada sobre el mostrador de la recepción, enfrascada en una conversación en voz baja con una amiga. Era desagradablemente flaca y la corta bata, inmaculadamente blanca, que llevaba puesta sobre unos pantalones del mismo estilo apenas lograba ocultar algo sus escasas carnes. Þóra se situó a su lado y les sonrió a las dos con la esperanza de ser admitida entre ellas. Le costó un poco, pero finalmente le prestaron atención, en el gesto de ambas se dibujó el rechazo, pero, en una fracción de segundo, consiguieron reprimirlo y devolverle la sonrisa. Durante un breve instante, fingió estudiar un cartel que colgaba en la recepción para anunciar una sesión, celebrada la noche anterior, con un famoso médium de Reikiavik. Se volvió entonces hacia ellas y sonrió.