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– Ese Grímur no actuaba de manera normal, por eso es imposible comprender lo que hizo -repuso Matthew, mirando a un hombre con un gran reflector a cuestas, que desapareció por la puerta del sótano.

Þórólfur se instaló en la silla delante de ellos. Se movía de manera increíblemente silenciosa para un hombre tan corpulento.

– Vaya, señores -dijo-. Me han dicho que querían hablar conmigo. -Señaló hacia la puerta del sótano con el pulgar-. No tengo mucho tiempo. Requieren mi presencia en el sótano. ¿De qué se trata?

Þóra sacó la carpeta de las diligencias de la investigación.

– Creo que sé quién asesinó a Birna y a Eiríkur -dijo-. Pero necesitaremos algo más que unos pocos minutos para explicarlo, aunque creo que al final no le parecerá que haya sido una pérdida de tiempo.

Þórólfur dejó escapar un gruñido.

– No esté tan segura -dijo, reclinándose sobre el respaldo-. Vamos allá -prosiguió, y se apresuró a añadir a toda prisa-: Pero nada de detalles. Sólo los puntos principales, por favor.

Una vez que Þóra terminó su relato sobre Rósa, el zorro, el gel de áloe vera, las conversaciones telefónicas de Eiríkur y los demás datos, le miró inquieta.

– Seguramente, Rósa es la asesina, y su hermano pudo ser cómplice, si no algo más. Usted podrá investigarlo hasta el final, yo no.

Þórólfur miró a la abogada, pensativo. La había escuchado con paciencia y sin preguntar nada.

– En realidad ya he hablado con ella sobre la conversación con Eiríkur -dijo-. Me contó que le había llamado para preguntar por el alquiler de caballos, y si estaba en su casa o en algún otro sitio.

Þóra hizo una mueca.

– ¿Para qué?

Þórólfur se encogió de hombros.

– No lo sé; todo eso me pareció muy raro. Lo de las flores y el aparatito del gel resulta muy interesante. -Se puso en pie y bostezó-. Y yo que pensaba que el día de hoy acabaría pronto. No sé si ir a ver a la pareja. -Miró hacia la puerta del sótano-. Lo que hay en el sótano ha tardado años en aparecer. No creo que importe demasiado esperar media hora más.

Þóra no pudo ocultar cuánto se alegraba de oírle. Þórólfur parecía haberse tomado en serio su teoría, fuese cual fuese su resultado final.

– Muchas gracias, Þórólfur. Ya me informará de cómo se desarrollan los acontecimientos. -Se levantó.

El policía hizo una señal al agente para que le acompañara. Miró a Þóra.

– Yo no he dicho eso. -Se fue sin despedirse.

* * *

Þóra acabó de desmenuzar con el tenedor las patatas y el pescado de su hija, que vigilaba con atención si la mantequilla estaba uniformemente extendida en la crema. El cocinero no había prestado atención a aquel detalle al distribuir cuidadosamente la comida en el plato. En el comedor había poca gente, así que los atendieron de inmediato y la comida llegó rápidamente.

– No sé si podré comerme eso -dijo Sigga, mirando fijamente el montón de almejas que tenía delante-. Yo creía que había pedido conchas de pasta. -Gylfi, que tenía pasta, miró hacia el plato de ella, debatiéndose en una terrible lucha interior sobre la conveniencia de ofrecerle a la madre de su futuro hijo cambiar de plato. Al final le propuso compartir su comida, y las almejas acabaron siendo para Matthew, que no tuvo el más mínimo problema en considerarlas una ración extra de lo que él había pedido, un gran filete que ya había comenzado a degustar.

Þóra colocó el plato de patatas y pescado delante de su hija, que empezó a comer sin más dilación, y luego también ella se concentró en su comida. Se alegraba de poder comer algo, cansada ya de darle vueltas a todo aquel asunto y de tratar de encontrar culpables y motivos para serlo. Dio gracias a Dios por haberse topado con el corredor de bolsa en la puerta del hotel. Les había ayudado en la búsqueda del asesino mucho más que cualquiera de las otras cosas a las que se habían dedicado los días anteriores. De pronto, dejó los cubiertos sobre la mesa.

– ¿Cómo volvió a la granja donde le habían alquilado el caballo después de la caída? -preguntó con cara de tonta.

– ¿Quién? -dijo Matthew, dejando en el plato una almeja vacía.

– Teitur, el corredor de bolsa. Estaba lesionado y no podía conducir. No creo que fuera caminando -dijo Þóra-. Alguien tiene que haberle llevado.

– Sí -afirmó Matthew-. ¿Y qué? -Sigga y Gylfi les miraban sin comprender. Sóley, en cambio, estaba enfrascada en comparar el nivel de su refresco con los vasos de su hermano y su cuñada.

– Si alguien le llevó, o le ayudó de alguna forma a llegar hasta allí, esa persona también se habrá enterado del efecto que producen los zorros muertos sobre los caballos, y también sabría dónde encontrar el cadáver del animal. -Echó mano al teléfono y sacó del bolsillo la tarjeta de Teitur.

– Hola, soy Þóra, la abogada del hotel. Me preguntaba quién te ayudó a ir del lugar del accidente a la granja.

– Ah, sí, hola -respondió Teitur-. Y yo que esperaba que hubieras decidido invertir. Es el mejor momento.

– Pues no, parece que no… de momento sólo quiero saber eso del accidente.

– Vale -contestó Teitur, obviamente decepcionado-. Fue esa chica. Creía que te lo había contado, cuando me preguntaste la primera vez por el accidente. Ella me salvó, consiguió sacarme antes de que el caballo me hiciera más daño. El animal estaba completamente desbocado.

– ¿A qué chica te refieres? -preguntó Þóra con calma-. ¿Sabes su nombre?

– Sí -respondió él-. Pero no me acuerdo. Estaba allí cerca, metiendo unas cajas en la vieja casa que había al final del sendero. Muchas veces he pensado en lo que podría haber pasado si el cadáver del zorro hubiera estado algo más lejos, y ella no me hubiera visto. Fue muy amable al llevarme a la granja donde había alquilado el caballo y luego de vuelta al hotel.

– ¿Se llamaba Bertha? -preguntó Þóra, con la voz aún tranquila, aunque dentro de ella se agitaba toda una tormenta.

– ¡Sí! -exclamó Teitur con alegría-. Eso es. Se llamaba Bertha.

Capítulo 34

R-E-R. B-E-R. Bertha. Þóra dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó mirando al infinito. Matthew, Gylfi y Sigga esperaban en silencio, con los cubiertos en el aire, a que reaccionara.

– No fue Rósa -dijo Þóra de repente-. Bertha sabía lo del zorro.

– Recuerda que, aunque lo supiera, eso no la convierte en culpable -repuso Matthew. Gylfi y Sigga miraban en suspenso, aunque no entendían ni una palabra de lo que hablaban.

– No es sólo eso -dijo Þóra-. En primer lugar, es la que más tenía que perder, aparte de su madre, Elín, y de su tío Börkur. Estuvo en la sesión espiritista y tiene miedo a los fantasmas, de modo que, seguramente, cree que clavar agujas en la planta de los pies de sus víctimas impediría que volviesen como espectros.

– ¿Pero no estás olvidando que Bertha no estaba aquí cuando mataron a Eiríkur? -preguntó Matthew-. Se había ido a Reikiavik. Lo demuestra la lista de los túneles. ¿O quizá crees que se trata de dos asesinos diferentes?

– No, en absoluto -contestó Þóra-. Si se piensa más detenidamente el asunto, probablemente ella nunca fue a Reikiavik.

Matthew arqueó las cejas.

– ¿Crees que le prestó su coche a alguien?

– No, creo que cambió de coche con Steini -dijo Þóra-. Es demasiada casualidad que pasaran los dos por los túneles cada uno en una dirección. Steini no fue a comprobar que ella se hubiera ido, como pensamos nosotros, sino que fue a su encuentro, la esperó, cambiaron de coche en un extremo de los túneles y ella vino aquí para matar a Eiríkur. Cuando Pröstur, el piragüista, vio a Steini, éste estaba esperando a que ella diese la vuelta, ¿no sería Bertha la que iba en el vehículo que Pröstur dijo que llegó justo cuando él estaba a punto de marcharse? Eso le proporcionaba a ella una buena coartada.