Выбрать главу

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

– El segundo infarto. Estuvo una semana en cuidados intensivos, y no se fiaba de nadie para delegar la dirección de la empresa. Cuando me negué a ayudarlo, desoyó los consejos de los médicos y volvió al trabajo.

– Qué locura.

– Mi padre es así. El segundo ataque casi lo mató. Cuando mi madre me llamó y me suplicó que lo ayudara, accedí, pero sólo hasta que encontrara un sustituto.

– Y supongo que tu padre ni siquiera se molestó en buscarlo.

– ¿Por qué lo iba a hacer, si ya tenía al que quería?

– Tú podrías encontrar a alguien que…

– Lo he intentado, créeme. Pero Ben ha rechazado a todos los candidatos que he propuesto.

A Sheila le costaba entender las diferencias entre Ben Wilder y su único hijo, porque había tenido una relación maravillosa con su familia.

– Estoy segura de que debe haber una forma de resolver tu problema -dijo-. ¿No puedes hablar con tu padre?

– No serviría de nada. Además, eso sólo es una parte de la historia. Lo fundamental es que le debía un favor, un favor inmenso.

– Y se lo estás devolviendo ahora, ¿no?

– En mi opinión, sí. Verás: cuando nació mi hijo tuve una serie de problemas que no podía resolver solo y me vi obligado a pedir ayuda a mi padre. Me la brindó, pero no ha dejado de recordármelo ni un solo día.

– No entiendo. ¿Qué pasó con la madre de Sean? Si tenías un problema con el niño, podría haberte ayudado. Sean era responsabilidad tanto tuya como de ella.

A Noah se le crispó la cara por la ironía de la sugerencia y por el recuerdo de la joven de la que había creído estar enamorado.

– Es obvio que no lo entiendes, Sheila -contestó-. Marilyn era el problema, al menos el más evidente, e hizo falta todo el dinero y el poder de mi padre para poder resolverlo eficazmente.

– Lo siento. No debería haber preguntado. No es asunto mío.

– Es igual. Ya no importa. Tal vez no importó nunca. En cualquier caso, forma parte de un pasado que está muerto y enterrado.

– No tienes por qué contarme todo esto.

Sheila empezó a levantarse de la mesa, pero Noah la sujetó por la muñeca.

– Tú has preguntado -le recordó.

– Lo siento, ha sido un error. Creo que deberíamos irnos.

– ¿Antes de descubrir los trapos sucios de los Wilder? -bromeó él.

– Antes de que me olvide del motivo por el que he venido a cenar contigo.

Noah la miró arquear las cejas y pensó que era la mujer más hermosa e intrigante que había conocido. La tomó de la mano y la ayudó a ponerse en pie.

– De acuerdo, vamos -accedió.

Bajaron las escaleras y caminaron hasta el coche. Noah le llevó la gabardina y le pasó un brazo por los hombros para protegerla de la brisa nocturna cargada de humedad.

Permanecieron en silencio durante todo e1 trayecto de regreso a casa de los Wilder.

Los dos estaban abstraídos en sus pensamientos. Sheila se sentía misteriosamente unida a aquel hombre de ojos azules y mirada cómplice. Sin embargo, no sabía cómo era de verdad. Lo había visto ser tan frío y desconsiderado como amable y sensible. Quería conocerlo a fondo y descubrirle el alma, pero tenía miedo. Había sufrido mucho por culpa de Jeff y no iba a permitir que volvieran a hacerle daño. No sabía si podía fiarse de Noah y, lo que era aún peor, no sabía si podía fiarse de sí misma.

Noah redujo la velocidad al pasar entre los pilares de piedra que marcaban el acceso a la finca. Cuando la mansión de Ben Wilder apareció ante ellos, Sheila se dio cuenta de que no había conseguido nada de lo que había ido a buscar. Su intento de obtener el dinero de la póliza de seguros para reconstruir la bodega había sido un rotundo fracaso. Ni siquiera sabía si Noah tenía el poder y la voluntad de ayudarla. Había cometido un error imperdonable: perder de vista el propósito de su viaje a Seattle al quedarse fascinada con un hombre del que le habían advertido que no se podía fiar.

– ¿Te apetece entrar a tomar una copa? -propuso Noah tras detenerse delante de la puerta principal.

– Creo que no.

– Tenemos asuntos pendientes.

– Lo sé. Te las has ingeniado toda la noche para evitar el tema de la bodega.

– No lo he hecho a propósito. ¿Quieres entrar y terminar la charla?

– No.

– Yo creía que estabas impaciente por conseguir el dinero del seguro.

– Lo estoy, pero me doy cuenta de cuándo me engañan.

– ¿Engañar? -repitió él, con incredulidad-. ¿De qué estás hablando?

– Cuando por fin consigo hablar por teléfono contigo, te niegas a verme con la excusa ridícula de que las decisiones sobre la bodega las toma tu padre. Después me prometes que hablaremos del asunto en la cena, pero has eludido el tema convenientemente durante toda la noche. ¿Por qué voy a creer que ahora va a ser diferente? No me has escuchado en absoluto y…

– Te equivocas. He escuchado todo lo que has dicho.

– ¿Y cuál es tu decisión?

– Te la diré si tomas una copa conmigo -contestó él, tomándola de la mano-. Vamos, Sheila, tenemos toda la noche para hablar de lo que quieras.

Una vez más, se rindió al encanto de Noah. Se preguntaba por qué aquel desconocido parecía saberlo todo sobre ella.

– De acuerdo -susurró.

En la chimenea de la biblioteca sólo quedaba un par de leños encendidos. Noah se apresuró a servir dos copas de brandy antes de arrodillarse para avivar el fuego. Sheila tomó la suya y, mientras lo observaba, notó cómo se le marcaban los músculos de la espalda y lo imaginó desnudo.

Cuando Noah se volvió para mirarla no pudo evitar ruborizarse avergonzada, segura de que se le notaba en los ojos lo que estaba pensando.

– ¿Te apetece otra cosa? -preguntó él, señalando la copa con la cabeza.

– No, gracias. Esto está bien.

– En ese caso, ¿por qué no te sientas y me cuentas qué pretendes hacer con el dinero de la póliza, si es que te corresponde cobrarlo?

Ella se acomodó en una silla cerca del fuego y lo miró directamente a los ojos.

– Sabes que no espero que me des un cheque por un cuarto de millón de dólares -dijo.

– Menos mal, porque no tengo intención de hacer nada parecido.

– Lo que espero es que entre los dos decidamos reconstruir Cascade Valley, contratar una empresa de construcción, poner los fondos en custodia y empezar a trabajar de inmediato.

– Das por sentado que Wilder Investments ha cobrado la indemnización de la compañía de seguros.

– ¿Y no es así?

Sheila contuvo la respiración. Había pasado más de un mes desde el incendio, y la aseguradora ya tendría que haber pagado.

– Hay un problema con la Pac-West Insurance -contestó él.

– ¿La sospecha de que el incendio fue provocado?

– Sí. Se niegan a pagar hasta que se aclare la situación y se descubra al culpable.

– Crees que mi padre tuvo algo que ver con el incendio, ¿verdad? Crees que lo provocó.

– Yo no he dicho eso.

– Pero lo has insinuado.

– En absoluto. Sólo he mencionado la postura de la compañía de seguros.

– Pues tendré que hablar con alguien de Pac-West.

– No creo que sirva de nada.

– ¿Por qué?

– Porque ya lo he intentado, y se mantienen firmes en su decisión de esperar.

– ¿Y qué podemos hacer?

Noah vaciló un momento. No sabía muy bien cuánto le podía contar, porque no sabía si su padre, o ella, habían estado implicados en el incendio. Se rascó la barbilla con aire pensativo y la observó detenidamente. No entendía por qué se sentía impulsado a fiarse de aquella seductora mujer a la que apenas conocía. Mientras estudiaba sus facciones, sin embargo, decidió arriesgarse y confiar un poco en ella.