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Sheila había pensando en la posibilidad de avisar a la policía que había habido un intruso, pero al final desestimó la idea. No se habían producido daños ni se había vuelto a ver a nadie merodeando. Si aquel hombre volvía a aparecer, haría la denuncia, pero en ese momento, con una investigación en marcha y la sospecha de que su padre había provocado el incendio, lo que menos le apetecía era hablar con alguien de la oficina del sheriff.

Cuando llegaron a la casa había un coche desconocido en la entrada. Sheila volvió a pensar en el intruso y sintió que se le aceleraba el corazón. Se detuvo cerca del garaje y trató de aparentar una tranquilidad que no sentía en absoluto.

– Ese es el señor con el que hablé ayer, mamá -dijo Emily.

El hombre estaba esperando en un Chevrolet viejo. Al oír que se acercaba un vehículo se giró a mirar, apagó el cigarrillo y se apeó del coche.

– Espera aquí -ordenó Sheila a su hija.

– ¿Por qué?

– Hazme caso y quédate en el coche. Sólo será un minuto.

Acto seguido, tomó el bolso y se apresuró a salir del coche para tratar de hablar con aquel hombre sin que la niña oyera la conversación.

– ¿Sheila Lindstrom? -preguntó él.

– Sí.

– Encantado. Soy Anthony Simmons.

– ¿Puedo hacer algo por usted?

– Eso espero. Trabajo para Noah Wilder.

Ella no pudo evitar que se le acelerara el corazón al oír aquel nombre.

– ¿Lo ha enviado él?

– Así es. Quiere que eche un vistazo edificio que se incendió.

Al ver la mirada escéptica de Sheila, el detective sacó una tarjeta de la cartera y se la dio. Junto a su nombre estaba el famoso logotipo de Wilder Investments.

Ella se quedó con la tarjeta y empezó a recuperar la calma.

– ¿Qué es exactamente lo que ha venido a hacer? -preguntó.

– El señor Wilder espera que pueda agilizar la investigación y aclarar todo el asunto para poder cobrar la indemnización de la aseguradora. ¿No le dijo que vendría?

– Comentó que podía venir alguien, pero no me dio detalles.

Anthony Simmons no era lo que ella había esperado.

– En ese caso -dijo él-, me gustaría inspeccionar el ala de la bodega que se incendió. El fuego empezó en la sala de fermentación, ¿verdad?

– Es lo que han dicho los bomberos.

– Bien. Después echaré un vistazo al edificio quemado…

– No sé si debería entrar allí. Hay una orden del sheriff que prohíbe el paso a toda persona ajena a la investigación policial.

– Ya me he ocupado de eso.

Sheila lo miró con desconfianza.

– ¿De verdad?

– Sí, no se preocupe por eso. Cuando haya terminado con el edificio, me gustaría echar una ojeada a la contabilidad de su padre.

– Wilder Investments tiene copia de los registros contables de la bodega. ¿No se los dado Noah?

– Sí, pero no me refiero a los libros de Cascade Valley. Necesito ver los libros personales de su padre.

– ¿Para qué?

Simmons exhaló con fuerza, exasperado; no esperaba que Sheila tuviera reparos en colaborar con él. Normalmente le bastaba con enseñar la tarjeta que indicaba que trabajaba para Wilder Investments para que le abrieran todas las puertas, pero esa mujer era diferente y exigía otra estrategia.

– Me trae sin cuidado que me enseñe los libros o no -contestó-; sólo he pensado que podía servir para agilizar la investigación, además de contribuir a limpiar el nombre de su padre.

– Pero la policía ya lo ha revisado todo.

– Se le puede haber pasado algo por alto. Mi trabajo consiste en encontrar lo que no han visto la policía ni la compañía de seguros.

– No sé…

A pesar de la vacilación de Sheila, el detective supo que conseguiría lo que quería. Había tocado su punto débil al mencionar la reputación de su padre.

– Usted decide -dijo antes de encaminarse al ala oeste.

Sheila volvió corriendo al coche y encontró a una niña impaciente refunfuñando en el asiento trasero.

– ¿Y bien? -preguntó Emily.

– Es un detective que ha enviado el socio del abuelo.

– Entonces ¿no hay problema en que hable con él?

Sheila vaciló. Había algo en Anthony Simmons que no le gustaba.

– Supongo que no, pero intenta no cruzarte en su camino.

– ¿Por qué?

– Porque está ocupado, cariño. Podrías entorpecerle el trabajo. Estoy segura de que si vuelve a querer hablar contigo, irá a la casa.

Emily se apeó del coche.

– ¿Ya puedo volver a jugar en el estanque? -preguntó.

– Por supuesto, pero no ahora. Te prometo que iremos después de cenar.

Durante los días siguientes, Sheila tuvo la impresión de que Anthony Simmons era una especie de moscardón. Se lo encontraba todo el tiempo, y tenía que responder a preguntas que no parecían tener mucho que ver con la investigación del incendio. Trató de convencerse de que sólo estaba haciendo su trabajo y debería estar agradecida por ello, pero no podía dejar de sentir que había algo sospechoso. Le parecía que estaba más interesado en encontrar un chivo expiatorio que en descubrir la verdad. Y el hecho de que lo hubiera enviado Noah la molestaba más aún que la falta de profesionalidad del detective.

Respiró aliviada cuando lo vio marcharse antes del fin de semana. Se había ido sin explicarle qué había averiguado, pero ella tampoco le había preguntado. Prefería que se lo dijeran Noah o Ben; no quería tener nada más que ver con una cucaracha como Simmons.

Estaba decepcionada porque no había vuelto a tener noticias de Noah. Había pasado una semana, y el curso había terminado. Tanto Emily como ella estaban de vacaciones y podían estar juntas hasta que la niña se fuera a pasar un mes con el padre. Habían acordado compartir la custodia, y Jeff tenía derecho a ver a su hija cuando quisiera, pero la niña no podía soportar las cuatro semanas que pasaba con él durante el verano. Jeff Coleridge no había nacido para ser padre. Ni esposo.

Todos los veranos, Sheila se veía obligada a pensar en su ex marido y en los cuatro años de matrimonio. Afortunadamente, con el tiempo había logrado superar el trauma de su vida con él y tenía otros asuntos más importantes en mente. Ese año, su mayor preocupación era la reapertura de Cascade Valley.

Su impaciencia aumentaba con el paso de los días. Estaba segura de que Noah tenía el informe de Simmons y había llegado a algún acuerdo con la compañía de seguros, pero nadie le había notificado nada. Necesitaba saber cuál era su situación con Wilder Investments y la Pac-West Insurance para poder empezar a planear la vendimia. Noah tenía el destino de la bodega en sus manos y, aunque sabía que estaba desesperada, ni siquiera había tenido la deferencia de llamarla para ponerla al tanto de las novedades.

Había telefoneado a Jonas Fielding con la esperanza de que pudiera hacer algo, pero la compañía de seguros y Wilder Investments continuaban con evasivas. No entendía por qué, y se preguntaba qué habría descubierto Anthony Simmons.

Empezaba a asumir que la vendimia de aquel año no se podría comercializar con la marca de la bodega. Parecía que no había más remedio que vender las uvas a algún competidor. Por primera vez en casi veinte años, Cascade Valley no podría fermentar ni embotellar vino; una situación que, además de dañar irremediablemente la fama de la marca, suponía una notable reducción de los ingresos potenciales. Al parecer, tendría que renovar su contrato en el instituto por otro año como mínimo.

Mientras volvía a poner los papeles personales de su padre en la mesa del despacho, pensó que quizá Noah tuviera razón al decir que no podría dirigir la bodega sola. O tal vez, sólo estuviera ganando tiempo para añadirle presión hasta que ella reconociera que no podía salvar el negocio sin su ayuda.