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– Ya era hora de que volvieras. ¿Dónde estabas?

– Por ahí.

– Empezaba a preocuparme.

– Sí, ya veo lo preocupado que estabas -espetó Sean, antes de lanzar una mirada acusatoria a Sheila-. Me has dicho que sólo erais socios.

– Te he dicho que éramos socios y que no creía que tu padre te hubiera traído para que recibieras orientación pedagógica. Debería haber añadido que tu padre y yo somos amigos.

– Sí. Muy buenos amigos.

– ¡Ya basta, Sean! -Gritó Noah, poniéndose en pie-. Pídele disculpas a Sheila.

– ¿Por qué?

– ¿Necesitas que te lo explique?

Al ver la severidad con que su padre lo miraba, el chico se dio cuenta de que no tenía escapatoria y balbuceó una disculpa rápida antes de entrar en la casa.

– Lo llevaré a su habitación -dijo Sheila-. Hay una cama en el despacho de mi padre.

– No, déjame a mí. Tenemos unas cuantas cosas que aclarar. No voy a seguir soportando su actitud.

Noah se pasó una mano por la nuca y fue detrás de su hijo.

Minutos después, los gritos se filtraban por las gruesas paredes de la casa. Sheila se puso a lavar los platos en el patio y trató de no escuchar la acalorada discusión. Hacía un calor bochornoso, y se recogió el pelo en un moño antes de llevar los platos de nuevo a la casa.

Noah y Sean seguían discutiendo, pero habían suavizado el tono. Para darles más intimidad, Sheila abrió el grifo e hizo ruido con los platos en la cocina. Como no era suficiente, encendió la radio y se puso a tararear la canción que estaba sonando para tratar de no pensar en lo mal que se llevaba Noah con su hijo. Estaba tan concentrada que no notó que éste había entrado en la cocina.

El se apoyó en el quicio de la puerta y la observó trabajar. Le parecía la mujer más hermosa del mundo.

– ¿No tienes lavavajillas? -preguntó.

Ella se echó a reír.

– Sí, pero no funciona.

– ¿No se puede arreglar?

Sheila tomó un trapo para secarse las manos y se volvió a mirarlo.

– Supongo que sí.

– ¿Pero no has llamado al técnico?

– Aún no.

– ¿Por qué?

– Porque me encanta lavar los platos a mano -contestó con sarcasmo.

– Estás esperando el dinero del seguro, ¿verdad?

– Sí. En este momento, el lavavajillas puede esperar. Además, Emily y yo no usamos muchos platos, así que tampoco es mucho trabajo.

– Esa filosofía te enviará al siglo XIX.

– Esa filosofía me mantendrá libre de deudas, al menos durante un tiempo.

A Sheila se le nublaron los ojos de preocupación. La mejor manera de resolver sus problemas consistía en poner a Noah al tanto del estado desastroso de la bodega. Dejó el paño en el respaldo de una silla y tomó Noah de la mano.

– Te había prometido una visita guiada -añadió.

– Se me ocurren cosas más interesantes que hacer.

Ella lo tomó de la mano y lo guió a la entrada de la casa.

– Olvídalo. Ahora que te tengo en mi territorio, te enseñaré de qué hablo exactamente.

– Empecemos por las relaciones públicas.

– ¿Relaciones públicas en una bodega?

– No es cualquier bodega. Esto es Cascade Valley, la mejor bodega del noroeste. Mi padre opinaba que los clientes eran lo más importante y se ocupaba de que se los tratase como reyes.

Sheila lo llevó por un camino asfaltado que iba de la casa a los jardines de la finca. El aire olía a pino y a lilas. Aunque el césped estaba crecido, Noah tenía que reconocer que el terreno estaba muy cuidado.

– Parece que tu padre invirtió mucho tiempo y dinero en agradar a los turistas. – comentó.

– Pero valió la pena. Eran nuestra mejor propaganda.

– ¿Qué tipo de visitas guiadas daba tu padre?

– Al principio no eran nada fuera de lo común: un empleado enseñaba las instalaciones y los alrededores a los turistas. Pero al ver que la gente se interesaba cada vez más, mi padre contrató a una mujer para que repartiera folletos con información sobre la bodega e hiciera de guía todas las tardes de verano.

Sheila señaló una pequeña laguna que resplandecía a la luz de la luna.

– Mi padre construyó el estanque hace unos seis años -continuó-. Después añadió los senderos de gravilla por el bosque y, más tarde, las mesas con bancos adosados.

– Me sorprende que no regalara botellas de cabernet sauvignon.

– No tienes un buen concepto de mi padre. ¿Verdad?

– No lo conocía.

– Pero no dejas de criticarlo.

Noah le soltó la mano y se rascó la barbilla. No sabía cómo explicarle que había provocado el incendio porque quería cobrar el seguro para pagar sus deudas.

– No lo cuestiono como persona -puntualizó, eludiendo el asunto-. Sólo critico algunas de sus estrategias comerciales. La publicidad es necesaria, pero no si se come beneficios de la empresa. Si tu padre le hubiera prestado menos atención a los visitantes y se hubiera preocupado más por la rentabilidad, tal vez no hubiera tenido que pedir dinero prestado a Wilder Investments.

– El motivo por el que pidió el dinero no tiene nada que ver con los turistas ni con el estanque; eso se pagó con las ventas de la tienda de regalos. Un verano, mi padre hizo una encuesta entre todos los que habían venido y comprobó que cerca del setenta por ciento de los visitantes compraban más de una botella de Cascade Valley al mes.

– ¿Y el treinta por ciento restante?

– No lo sé.

– ¿Crees que esa gente compraba vuestros productos por el estanque y las mesas?

– No, pero…

– Por supuesto que no. Probablemente habrían comprado el vino sin toda esta parafernalia. Habría sido mejor invertir el dinero en producción e investigación, y hasta en publicidad. No niego que los jardines impresionan mucho, pero lo que cuenta es la calidad del producto. ¿No habría sido más inteligente usar este terreno para el cultivo?

– No sé si la tierra es buena…

– Pues averígualo.

Sheila estaba cada vez más enfadada.

– Creo que no lo entiendes, Noah -dijo-. No sólo vendemos el mejor vino de la costa oeste; también creamos una imagen. No competimos con el vino de brik; nuestros competidores son los mejores vinos europeos del mercado. Todos los veranos organizamos una cata de nuestros productos e invitamos al público. Presentamos las nuevas variedades, invitamos a famosos y difundimos la idea de que Cascade Valley vende vinos de calidad a un precio razonable.

– Suena muy caro.

– Lo es, pero conseguimos llamar la atención de los medios de comunicación nacionales, y no nos podemos permitir perder esa publicidad.

– Pero no he visto que la prensa nacional os hiciera mucho caso en los últimos años.

– Es verdad. Mi padre tenía miedo. Con el escándalo de las botellas adulteradas de Montana y los problemas con la vendimia por la nevada, creyó que era mejor que Cascade Valley no llamara la atención durante un tiempo. Esperaba volver este año a la situación anterior.

– ¿Cómo?

– Con la presentación de nuestro cabernet sauvignon crianza.

– ¿Y eso era una novedad?

– Para Cascade Valley, sí. Podría ser un adelanto importantísimo.

– ¿Por qué no me hablas un poco más sobre ese vino?

– Ahora no. Cuando venga Dave Jansen el lunes, te contará todo lo que quieras saber. Puedes quedarte hasta el lunes, ¿verdad?

Sheila esperaba que dijera que sí. Se moría de ganas de que se quedara con ella.

– ¿Es importante?

– Sí. Creo que deberías ver con tus propios ojos…

Noah le acarició los hombros.

– Me refería a si era importante que me quedara contigo.

– Me alegro de que estés aquí, Noah -reconoció ella-. Y no sólo me gustaría que te quedaras para evaluar los daños del incendio; quiero que te quedes conmigo. Quiero que te quedes por mí.

A la propia Sheila la sorprendió su confesión. Después de lo que había pasado, creía que ya no necesitaba el abrazo de un hombre. No había imaginado que reconocería lo mucho que deseaba a alguien, porque creía que había perdido la capacidad de desear. Pero se había equivocado. El hombre que le estaba acariciando los hombros la había hecho cambiar de opinión sobre muchas cosas, entre ellas el amor. Aunque no se lo podía decir, sabía que quería a Noah más de lo que había querido a ningún hombre.