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– Me quedo -susurró él-. Quiero estar contigo, preciosa.

Sheila suspiró conmovida. Noah le soltó el pelo, le besó los párpados, la abrazó por la cintura para atraerla hacia sí, le pasó la lengua por el cuello hasta hacerla temblar y siguió subiendo para devorarle la boca con un beso apasionado.

Ella gimió y se entregó al placer del momento. Noah se inclinó suavemente contra ella hasta que el peso de su cuerpo la obligo a tumbarse en el suelo, entre los pinos.

Sheila disfrutó al sentir el contacto frío del césped en su espalda. Los besos de Noah avivaban la llama de un deseo que no conocía límites.

– Hazme el amor -suplicó.

El se apartó lentamente para desabotonarle la camisa y besarla entre los senos.

– Creía que me iba a volver loco -confesó, mirándole el pelo a la luz de la luna-. Me moría por volver a verte.

– ¿Y por qué no has venido antes?

– Dijiste que necesitabas tiempo. No quería presionarte para hacer nada de lo que te pudieras arrepentir.

– Jamás me arrepentiría de estar contigo. ¿Has venido porque creías que podía haber tomado una decisión sobre nuestra relación?

– No; he venido porque no podía esperar más.

Noah no había mentido al decir que estaba desesperado por volver a verla, pero había omitido decir que también había ido para hablarle del informe de Anthony Simmons, que llegaba a la conclusión de que Oliver había provocado el incendio. No sabía cómo se lo iba a contar. Se prometió que cuando surgiera el tema, encontraría una forma de darle la noticia. En ese momento, bajo la luz de las estrellas, sólo podía pensar en lo mucho que la deseaba. Le empezó a acariciar el cuello con la yema de los dedos, pero Sheila le sujetó la mano para detenerlo.

– No puedo pensar cuando me tocas así.

– No pienses -contestó él.

– ¿Por qué no podías esperar?

– Tenía que volver a verte.

A ella se le dibujó una sonrisa.

– Es igual -dijo, besándole la mano-. Lo único que importa es que ahora estás aquí.

– Oh, Sheila.

Noah se maldijo en silencio. Lo atormentaba la idea de hacerle el amor sin decirle lo que sabía sobre ella, su padre y el incendio.

– En otro momento -se prometió.

– ¿Qué dices? ¿De qué hablas?

– De nada que no pueda esperar.

El beso la convenció de que no tenía nada que temer. Se sentía protegida entre los brazos de Noah. El levantó la cabeza para mirarla a los ojos mientras le quitaba el sujetador y lo arrojaba a un lado.

Sheila tenía los senos endurecidos por la pasión que se había desatado en su interior. Resplandecían en la oscuridad como dos globos blancos, pequeños, firmes y perfectamente proporcionados con su cuerpo Noah le acarició los pezones antes de bajar la cabeza para desesperarla aún más con la dulce tortura de su lengua, labios y dientes

– Eres preciosa -suspiró, mirándola a ojos.

Acto seguido le tomó una mano, se la llevó a la cremallera de los pantalones y añadió:

– Desnúdame y déjame hacerte el amor hasta el amanecer.

– Nada me gustaría más.

A pesar de 1o que había dicho, Sheila apartó la mano. El se la volvió a tomar y se la introdujo debajo del jersey para que le acariciara el pecho.

– Confía en mí -le susurró al oído-. Vamos, mi amor, quítame la ropa y demuéstrame que me deseas.

– Noah…

– Te ayudaré.

Se quitó el jersey y la miró con los ojos encendidos de pasión y una sonrisa pícara.

– Ahora te toca a ti -añadió.

Sheila le acarició los pectorales y le pasó Los dedos por las tetillas, haciéndolo gemir de placer. Le deslizó una mano por el torso hasta el cinturón. Con cualquier otro se habría sentido cohibida, pero su amor por aquel hombre la liberaba de cualquier tipo de inhibición.

Noah tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para reprimir el impulso de quitarse la ropa que le quedaba. Quería que aquella noche fuera tan importante para ella como lo era para él. Quería amarla como no la habían amado nunca. Quería tomarse tiempo para descubrirle el placer.

– Quítamelos -le suplicó.

Como una niña obediente, Sheila le quitó el cinturón y lo tiró por el aire antes de bajarle la cremallera lentamente.

– Ya veo que te gusta torturarme -gruñó, desesperado-. Pues te advierto que lo lamentarás.

Noah hizo un esfuerzo sobrehumano para mantener la calma mientras la sometía al dulce tormento de desvestirla entre caricias y miradas seductoras. Después de quitarle los vaqueros muy despacio, le introdujo los dedos entre las piernas y le besó los senos. Sheila arqueó la espalda y soltó un gemido de placer. Le acarició la espalda y se apretó contra él, demostrándole cuánto lo deseaba.

– Por favor…

La súplica desesperada puso fin al juego previo. Noah se rindió a sus impulsos y se situó encima para unirse a ella en cuerpo y alma. Cegado por la pasión, arremetió dentro de ella una y otra vez hasta arrastrarla al orgasmo. Al verla retorcerse de placer alcanzó el clímax y se dejó caer sintiéndose lleno y agradecido.

Mientras recuperaban el aliento permanecieron abrazados, con la esperanza de capturar para siempre aquel momento de exquisita unión.

Sheila no pudo reprimir la necesidad de pronunciar palabras de amor y confesar secretos que merecían ser contados.

– Noah… Yo…

– Chist. No digas nada. Escucha los ruidos de la noche -le susurró él al oído.

Nueve

– Háblame de ti -dijo él.

Se habían vestido y estaban recostados contra un árbol. Noah la abrazaba con actitud protectora, y Sheila había apoyado la cabeza en su hombro.

– No hay mucho que contar.

– ¿Por qué no empiezas diciéndome por qué quieres quedarte en la bodega?

– Creo que es obvio.

– De todas formas, me gustaría que me lo explicaras.

– Por mi padre. Se pasó la vida soñando con producir el mejor vino del país. No puedo renunciar a sus sueños.

– No te lo he pedido.

– Aún no.

Sheila notó que se ponía tenso y rogó que no la decepcionara justo en aquel momento. Acababan de hacer el amor, y se había dado cuenta de que estaba perdidamente enamorada de él.

– Pero crees que te lo pediré tarde o temprano -replicó Noah.

– Ya te ofreciste a comprarla.

– Sí, y te enfadaste. ¿Por qué?

– Ha pasado muy poco tiempo desde la muerte de mi padre. No quiero renunciar a sus apuestas. Aún no.

El la miró a los ojos.

– ¿Tanto significa para ti lo que quería tu padre? -preguntó.

– Estábamos muy unidos.

– ¿Tan unidos como para que estés dispuesta a sacrificarlo todo con tal de prolongar su sueño?

– No es ningún sacrificio. Es lo que quiero hacer.

Noah suspiró, le pasó un brazo por la cintura y la acercó más a él. Sheila era un enigma para él; un enigma fascinante que no podía resolver.

– ¿Qué voy a hacer contigo, preciosa?

– Confiar en mí.

– Eso hago.

Ella quería creerlo, pero no podía olvidar la sombra de duda que había visto en sus ojos azules.

– Háblame de tu ex marido -dijo Noah.

– No me gusta hablar de Jeff.

– ¿Por qué?

Sheila apretó los puños y tuvo que hacer un esfuerzo para relajarlos.

– Porque aún me afecta.

– ¿El divorcio o el matrimonio?

– El hecho de haber cometido un error tan grande -contestó, apartándose del abrazo.