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Ella había tratado de ayudarlo y le había explicado todo lo que sabía de la bodega. Se sentía cada vez más cerca de él y tenía la impresión de que estaba empezando a entenderlo. Sabía que podía fiarse de él y esperaba que algún día el amor que sentía fuera correspondido.

Hasta Emily había empezado a confiarse con Noah y había perdido totalmente la timidez, gracias a que él se había tomado tiempo para hablar con ella y demostrar interés por lo que estuviera haciendo.

Pero lo más sorprendente era la relación de Emily con Sean. Estaba fascinada con el adolescente y lo seguía a todas partes, y aunque el chico trataba de ocultar sus sentimientos, Sheila sospechaba que se había encariñado con la niña.

– Basta de trabajar -dijo Sheila, entrando en el despacho.

Noah estaba en la mesa con el ceño fruncido. Cuando apartó la vista de los papeles para mirarla se le dibujó una sonrisa.

– ¿Qué tienes en mente? -preguntó.

Ella bajó la voz y le lanzó una mirada seductora.

– ¿Qué tienes en mente tú?

– Eres mala.

– Y tú muy optimista.

– Por no perder la esperanza.

– Esperaba que dijeras que tienes hambre.

– No he dicho que no la tenga -replicó Noah con una sonrisa cómplice.

– Me alegro, porque nos vamos de picnic.

– ¿Solos?

– Ojalá. Nos vamos con los niños.

Antes de que él pudiera contestar, Emily entró corriendo en el despacho.

– ¿Aún no estáis preparados? ¿Cuándo nos vamos de paseo?

– Ahora mismo, cariño. ¿Has guardado los pasteles?

– ¡Mamá! -la regañó-. Se suponía que era una sorpresa.

– Te prometo que no se lo diré a nadie -susurró Noah-. Será nuestro secreto.

La pequeña sonrió y salió corriendo. Sheila no pudo evitar preguntarse si alguna vez había visto a su hija tan segura con un hombre. Emily era muy tímida, incluso con su padre. Pero con Noah era diferente; parecían tenerse mucho cariño.

– Deberíamos irnos antes de que Emily pierda la paciencia -dijo.

– No me puedo creer que esa chiquilla pierda los estribos.

– Espera y verás. Tiene los peores berrinches que he visto en mi vida.

– Vaya. ¿A quién habrá salido?

Noah se levantó y cruzó la habitación para abrazarla por la cintura.

– ¿Me estás acusando de ser temperamental? -preguntó ella, arqueando las cejas.

– No, eso es demasiado amable. Creo que belicosa sería más exacto.

Acto seguido, le besó la frente y le susu6 al oído:

– ¡Lo qué no daría por pasar una hora a solas contigo!

– ¿Qué estarías dispuesto a hacer?

– Cosas que ni siquiera puedes imaginar.

– Ponme a prueba.

– Eres terrible, ¿sabes? Pero eres preciosa. Espera y recibirás tu merecido.

Noah la soltó y le dio una palmada en el trasero.

– Vamos -añadió-, no nos conviene que Emily se desespere.

Tardaron casi una hora en subir la empinada pendiente de la colina, pero Sheila insistía en que las vistas desde la cima compensaban el esfuerzo. El lugar que había elegido para el picnic era uno de sus favoritos: una cumbre apartada con un bosque de pinos y alerces. La tensión de la noche anterior se había disipado, y Sheila se relajó mientras comía un sándwich.

– Conozco un lugar para pescar truchas -declaró Emily, tratando de impresionar a Sean.

El adolescente la despeinó y sonrió con picardía.

– ¿Cómo va a saber pescar una cría como tú?

– ¡No soy ninguna cría!

– De acuerdo, pero ¿sabes pescar con mosca?

– Me enseñó mi abuelo.

Sean la miró atentamente y decidió que no estaba mal para ser una niña.

– ¿Qué tipo de trucha? -preguntó.

– Arco iris.

– ¿Y cómo la pescas?

– Con caña, estúpido.

– Pero no hemos traído.

– Te crees que lo sabes todo, ¿verdad?

Emily buscó en la mochila de su madre y sacó dos cañas de pescar telescópicas.

– Hace falta algo más que una caña para pescar una trucha.

– No me tomes por tonta, ¿vale? -dijo, antes de sacar una caja de metal llena de anzuelos y cebo-. ¿Algo más?

Sean sonrió y levantó las manos en señal de rendición.

– De acuerdo, reconozco que eres especialista en pesca con mosca. Vamos. Se volvió a mirar a los adultos para ver si les daban permiso. Sheila asintió con una sonrisa; la discusión le había parecido muy divertida.

– Por supuesto que puedes ir -afirmó-. Tu padre y yo nos ocuparemos de los platos. Emily sabe llegar al arroyo; iba con su abuelo todas las tardes. Pero tenéis que volver a casa antes de que se haga de noche.

Emily ya estaba bajando por la ladera con una caña en la mano.

– Date prisa, Sean -gritó-. No tenemos todo el día.

El adolescente tomó la otra caña y la caja de los anzuelos, y corrió para alcanzarla.

Sheila empezó a guardar en la cesta la fruta y los sándwiches que habían sobrado.

– Puedes colaborar, ¿sabes? -dijo a Noah.

– ¿Por qué, si puedo quedarme tumbado aquí y disfrutar del paisaje?

Estaba acodado sobre la hierba, mirándola con los ojos cargados de deseo. Cuando ella guardó el mantel en la mochila, estiró la mano y la tomó de la muñeca.

– Explícame una cosa, Sheila.

– Si puedo…

– ¿Por qué tu precoz hija y tú sabéis lidiar con mi hijo cuando yo ni siquiera puedo empezar a entenderlo?

– Puede que te esfuerces demasiado. ¿De verdad crees que Emily es precoz?

– Sólo cuando tiene que serlo.

– ¿Y eso cuándo es?

– Cuando trata con Sean. Mi hijo es de armas tomar.

– Hasta ahora no había conocido nunca con nadie como Sean.

Noah parecía sorprendido.

– ¿Por qué?

– Los hijos de mis amigos tienen más o menos la misma edad que Emily. La bodega está apartada, y no se ha topado con muchos adolescentes, probablemente porque tienden a evitar a los niños.

– Pero habrás tenido canguros.

– No muchos. Normalmente la dejó con algún amigo, y cuando ninguno puede, siempre está Manan.

– ¿Quién es Manan?

– La madre de Jeff.

Noah frunció el ceño y se puso en pie de un salto.

– Te llevas bien con tu ex suegra, ¿verdad?

– Sí. Es la única abuela que le queda a Emily.

– ¿Y eso hace que sea especial?

– Sí.

Él resopló malhumorado y levantó la cesta.

– Manan quiere mucho a su nieta -afirmó Sheila-. Emily no tiene por qué sacrificar la buena relación que tiene con su abuela por el hecho de que Jeff y yo estemos divorciados.

– Por supuesto que no.

– No entiendo por qué te molesta.

– No me molesta en absoluto.

– Mentiroso.

– Es sólo que no me gusta que me recuerdes que estuviste casada.

– Lo recuerdas cada vez que ves a Emily.

– Es distinto.

– ¿Por qué?

– No se puede comparar a tu hija con la madre de tu ex marido.

Sheila suspiró mientras empezaban a andar para volver a la casa.

– No quiero discutir contigo -dijo-. No tiene sentido. Soy una divorciada de treinta años con una hija. No puedes pretender que me olvide de que estuve casada.

– Es cierto, pero preferiría que no te lo recordaras constantemente.

– No lo hago.

Noah se detuvo en una curva del camino, dejó la cesta en el suelo y se giró para mirar a Sheila.

– Creo que sigues enamorada de tu ex marido.

– Eso es ridículo.

– ¿De verdad?

– El único motivo por el que no me gusta hablar de Jeff es que no me enorgullezco de estar divorciada -puntualizó-. No me casé esperando que el matrimonio terminara como terminó. En su momento pensé que lo quería, pero ya no estoy tan segura. En cualquier caso, no esperaba que las cosas salieran tan mal. Es como si hubiera fracasado.