El tema la afectaba mucho, pero trató de controlar la emoción y suspiró al pensar en su hija.
– De todas maneras, me alegro de haberme casado con Jeff -añadió.
– No me cabe duda.
– ¡Por Emily! Si no me hubiera casado con Jeff, no habría tenido a Emily. Deberías entenderlo mejor que nadie.
– Yo no me casé para tener a Sean.
– Y yo no habría tenido un hijo sin un padre.
Noah apretó los dientes.
– De modo que crees que Marilyn tendría que haber abortado, como planeaba.
– Por supuesto que no. Ni siquiera entiendo las circunstancias que rodearon el nacimiento de tu hijo.
– ¿Intentas pincharme para que te cuente los detalles jugosos?
– Sólo quiero saber lo que me quieras contar y que te convenzas de que no sigo enamorada de Jeff. El amor que pude haber sentido por él se terminó mucho antes del divorcio.
El relajó la expresión, sacudió la cabeza y sonrió.
– Es difícil, ¿sabes? -murmuró.
– ¿Qué?
– Lidiar con los celos.
Noah desvió la vista hacia el horizonte mientras trataba de poner en orden sus pensamientos. Estaba viendo atardecer, rodeado de un paisaje de ensueño y acompañado por la única mujer que le había interesado de verdad en dieciséis años. No entendía por qué insistía en discutir con ella en vez de confesarle que estaba perdidamente enamorado. Tampoco sabía por qué no encontraba el valor necesario para decirle lo que había averiguado sobre Oliver, ni por qué no podía pasar por alto el orgullo y el amor que se reflejaban en la mirada de Sheila cuando hablaba de su padre.
Ella lo estaba mirando con incredulidad.
– No pretenderás convencerme de que tienes celos de Jeff.
– Tengo celos de todos los hombres que te han tocado.
Sheila levantó la cesta y se la dio.
– Déjate de pamplinas.
– Tienes razón. No lo puedo evitar: cuando estoy contigo me vuelvo loco. ¿Tan terrible es?
Noah trató de abrazarla, pero ella se escabulló y reanudó la marcha. Después de avanzar unos pasos se volvió para mirarlo sensualmente, aunque sin dejar de andar
– Depende.
– ¿De qué? -preguntó él, acercándose con una sonrisa.
Sheila le puso un dedo en los labios.
– De lo loco que te quieras volver.
– Eres perversa. Perversa y muy seductora.
– Sólo cuando te tengo cerca. ¿Menudo par, no te parece? Un loco y una perversa.
– Es la fórmula perfecta para una atracción irresistible. ¿Adónde me llevas? ¿No te has equivocado de camino?
– No sabía si te darías cuenta.
– ¿Creías que me tenías tan embelesado que incluso iba a perder el sentido de la orientación?
– Sí.
– ¿Es un secreto?
– No.
– ¿Y por qué te has puesto tan misteriosa?
– Porque, exceptuando a Emily, no había traído a nadie a este lugar.
– ¿Es tu refugio secreto en la montaña?
– Algo así. Es un lugar al que solía ir de pequeña cuando quería estar sola.
Siguieron por el camino rodeado de pinos hasta que llegaron a un pequeño valle por el que corría un arroyo cristalino. El agua que caía desde la cima de la montaña formaba una cascada con un lago en la base. El arroyo partía del lago y bajaba por la colina atravesando el valle.
Caminaron de la mano, disfrutando de la serenidad del lugar. Cruzaron el arroyo, extendieron el mantel en el suelo y se sentaron debajo de un pino, cerca de la cascada.
– ¿Por qué me has traído aquí? -preguntó él.
– No lo sé. Supongo que quería compartir contigo la belleza de este lugar. Oh, Noah, no quiero perderlo.
– Y crees que te lo voy a quitar.
– Creo que tienes el poder suficiente para hacerlo.
– Suponiendo que lo tuviera, ¿crees que lo usaría?
– No lo sé.
– ¿No confías en mí?
– Sí…
– ¿Pero?
– Creo que me ocultas algo.
– ¿Qué quieres saber?
– Qué decía el informe de Simmons sobre el incendio.
– ¿Quién ha dicho que esté terminado?
– Tiene que estarlo. Hace dos semanas que Simmons no aparece por la bodega, y me dio la impresión de que no se rinde hasta encontrar lo que busca.
– ¿Y crees que lo ha encontrado?
– Creo que, de lo contrario, seguiría llamando a mi puerta para pedirme los registros contables de mi padre y hacerme sus preguntas estúpidas.
– En eso tienes razón.
– ¿El informe está terminado?
– Sí.
– ¿Y bien?
– No estoy convencido de que sea concluyente. Tiene algunas discrepancias.
– ¿Por ejemplo?
Noah se encontró mintiendo con una facilidad sorprendente.
– Nada importante. Básicamente, que la compañía de seguros necesita más documentos para apoyar las teorías de Simmons. Mientras la Pac-West no esté satisfecha, se considera que el informe no es válido.
Sheila lo miró con recelo.
– Doy por sentado que el detective volverá con sus preguntas -dijo.
– Puede que no.
– Déjate de rodeos y dime la verdad.
Una mentira llevaba a la otra.
– No hay nada que contar.
– ¿Y para qué has venido? Yo creía que tenías novedades sobre la bodega, que por fin podíamos dejar atrás el incendio.
Por una vez, Noah no tuvo que mentir y pudo mirarla directamente a los ojos.
– No podemos dejar que el incendio se interponga entre nosotros -le suplicó-. He venido porque quería verte. ¿Tanto te cuesta creerlo?
– Oh, Noah, quiero creerte, pero siento que me estás ocultando algo. ¿Tengo razón? ¿Sabes algo que yo no sepa?
– Confía en mí, Sheila.
Aunque se sentía un traidor, Noah no pudo reprimir el impulso de besarla. Fue un beso tierno, pero persuasivo. La seducción empezaba a funcionar. Contra su voluntad, Sheila dejó de pensar en el incendio y se concentró en el hombre que estaba a su lado. Notó que se pegaba a ella y que la empujaba hacia atrás, pero sabía que él la sostendría para evitar que se golpeara la espalda. Quería confiar ciegamente en él.
Noah le quitó la blusa, le pasó la lengua por los labios y le acarició los senos. Sheila se estremeció y gimió complacida cuando la libró del sujetador y lo sintió en la piel.
– Me vuelves loco -le susurró él al oído-. Haces que quiera atarte para siempre a mí. Quiero hacerte el amor y no parar nunca. Maldita sea, Sheila, te amo.
A ella se le hizo un nudo en la garganta, y se le llenaron los ojos de lágrimas al oírlo.
– No tienes que decir nada.
– No quiero quererte, Sheila, pero parece que no lo puedo evitar.- Noah frunció el ceño confundido por las lágrimas de la mujer.- Ay, no, cariño, no llores.
Para tranquilizarlo y evitar que dijera más verdades a medias, ella lo besó apasionadamente. Sentía que el corazón le iba a estallar y le ardía la piel por lo mucho que lo deseaba. Noah dejó de besarle los labios para lamerle los pezones y la hizo temblar de necesidad.
Cuando después de quitarle los vaqueros, él se levantó para quitarse a su vez los pantalones, Sheila lo devoró con la mirada, fascinada con la visión de su desnudez. La luz del atardecer le añadía una dimensión etérea a la escena.
Noah se situó junto a ella y la acarició íntimamente, avivando el deseo desesperado que la dominaba. Después se introdujo en ella y se movió lentamente hasta que sintió que le pedía más, hasta que vio la mirada encendida de pasión, hasta que sintió que le clavaba las uñas en la espalda para forzarlo a hacerle el amor con desenfreno.
Sheila se pegó a él y dejó que sus impulsos primitivos la arrastraran al éxtasis. Mientras la veía estremecerse de placer, Noah gimió el nombre de su amada y se estremeció por la intensidad del orgasmo.
– Te amo, Sheila -le susurró al oído una y otra vez-. Te amo.
Diez
– Estás loca -declaró Noah.