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– Se trata de establecer cuál de las chicas disponibles cumple los requisitos necesarios para satisfacer las necesidades especiales de quien se dirige a nosotros. Una vez seleccionada la chica, la ponemos en contacto con el solicitante. Eso es todo.

«Eso es todo y un cuerno», pensó Montalbano, a quien el cavaliere le había caído inmediatamente antipático sin un motivo plausible.

– ¿Cuáles son las necesidades especiales de sus clientes?

El cavaliere se pasó tres veces el dedo bajo la nariz.

– Perdóneme, dottore, pero clientes es una palabra equivocada.

– ¿Y cuál es la correcta?

– No sabría decirle. Pero querría que le quedara claro que las personas que recurren a nosotros para encontrar una chica no nos pagan una sola lira, mejor dicho, un solo euro. El nuestro es un servicio social, sin ánimo de lucro, que busca el rescate y, ¿por qué no?, la redención…

– Sí, pero el dinero quién se lo da.

El cavaliere hizo una mueca de desagrado ante la brutalidad de la pregunta.

– La Providencia.

– ¿Quién se oculta detrás de ese pseudónimo?

Esta vez el cavaliere se puso nervioso.

– Nosotros no tenemos nada que esconder, ¿sabe? Muchos nos ayudan, incluso con donativos, y después contamos con la región, la provincia, el ayuntamiento, el obispado, las limosnas…

– ¿El Estado no?

– Sí, en menor medida.

– ¿En cuánta?

– Ochenta euros al día por cada huésped.

Lo cual era una buena aportación, aunque fuera minoritaria, tal como decía el cavaliere.

– ¿Cuántas chicas tienen en este momento?

– Doce. Pero estamos al máximo.

Lo cual significaba 960 euros diarios. Calculando un promedio de diez chicas al día, eran 292.000 euros anuales. ¿Y esto era lo menos? No estaba nada mal para una asociación sin ánimo de lucro.

Montalbano empezó a percibir olor a quemado.

9

Además, algo en la actitud del cavaliere no le cuadraba. ¿Se molestaba por la manera en que él le hacía las preguntas o temía que consiguiera hacerle la pregunta apropiada? ¿Aquella que le habría resultado muy difícil de contestar? Pero en ese caso, ¿cuál era la pregunta apropiada?

– ¿Tienen algún sitio donde alojar a las chicas que están a la espera de un trabajo? -preguntó a bocajarro.

– Por supuesto que sí. Es un chaletito un poco en las afueras de Montelusa…

– ¿Es propiedad de ustedes?

– Ojalá. Pagamos un alquiler bastante alto.

– ¿A quién?

– A una sociedad de Montelusa. Se llama Mirabilis.

– ¿Tienen personal encargado de atenderlo?

– Sí, personal fijo. Pero necesitamos también personal externo, eventual.

– ¿De qué clase?

– Bueno, médicos, por ponerle un ejemplo.

– ¿Por si las chicas caen enfermas?

– No sólo en caso de enfermedad. Pero es que, verá, cada chica nueva que llega es sometida a un examen médico.

– ¿Para ver si sufre alguna enfermedad de carácter sexual?

El cavaliere Piro no dio señal de molestarse por la pregunta. Arrugó la frente, elevó los ojos al cielo y se pasó el dedo bajo la nariz, todo simultáneamente y con un bonito efecto cómico.

– Para eso también, naturalmente. Pero sobre todo para saber si tienen una constitución sana y vigorosa. Verá, con la vida tan desgraciada que han tenido que llevar…

– ¿Los médicos los pagan ustedes?

– No; es un convenio entre el obispado y…

¡Casi que se arriesgaban a desembolsar una lira!

– ¿Los medicamentos también los reciben gratis?

– Naturalmente.

Naturalmente. ¿Qué te habías creído?

– Vamos a dar un paso atrás. Le había preguntado cuáles son las necesidades especiales que usted me ha mencionado.

– Bueno, hay quien necesita una cuidadora, hay quien necesita una asistenta o una cocinera. ¿Comprende?

– Perfectamente. ¿Y nada más?

El cavaliere se frotó la nariz.

– La edad y la religión también son importantes.

– ¿Y nada más?

Frotamiento de la nariz a velocidad supersónica.

– ¿Y qué otra cosa podrían querer?

– Pues no sé… color del cabello… de los ojos… longitud de las piernas… circunferencia pectoral… medidas de la cintura…

– ¿Y por qué tendrían que hacer esas peticiones?

– Pues mire, cavaliere, podría ocurrir que algún viejecito soñara con una cuidadora que se pareciera a la pequeña hada de los cabellos turquí, la de Pinocho.

Bajo la nariz, el cavaliere se pasó primero el dedo derecho e inmediatamente después también el izquierdo. Montalbano cambió de tema.

– ¿Cuál es el promedio de edad?

– Bueno, a ojo de buen cubero yo diría que veintisiete, veintiocho años.

– Pero estas chicas, que cuando llegan a ustedes han hecho otras cosas muy distintas, ¿cómo aprenden a ser cocineras, asistentas?

Guglielmo Piro pareció lanzar un leve suspiro de alivio.

– Tardan muy poco, ¿sabe? Son muy listas. Y nosotros, siempre que descubrimos en una de ellas alguna inclinación especial, la ayudamos, ¿cómo diría?, a perfeccionarse.

– A ver si lo entiendo. ¿Contratan ustedes a maestras que les enseñan a guisar, a…?

– ¿Qué necesidad tenemos de contratar a maestras? Aprenden observando a nuestro personal.

Y de esta manera también se ahorraban mano de obra.

– Monseñor Pisicchio me ha dicho que algunas chicas se las indican los párrocos, otras proceden de asociaciones similares a la de ustedes, y a otras se las recluta directamente…

El cavaliere se pasó frenéticamente el dedo bajo la nariz.

– ¡Dios mío, qué palabra tan fea! ¡Reclutar!

– ¿He vuelto a equivocarme con las palabras? Disculpe, cavaliere, mi vocabulario es más bien limitado. ¿Usted cómo lo llamaría?

– Pues, no sé… convencer, salvar, eso es.

– ¿Y cómo se las convence de que se salven?

– Bueno, de vez en cuando Masino, pobrecito, carga con la tarea de darse una vuelta por los locales nocturnos.

– Debe de ser un trabajo muy duro.

El cavaliere no captó la ironía.

– Sí.

– ¿Se limita a los locales nocturnos sicilianos?

– Sí.

– Las, digamos, consumiciones, ¿las paga de su propio bolsillo?

– ¡Faltaría más! Presenta una nota de gastos.

– ¿Y cómo actúa?

– Pues mire, una vez detectada una chica, ¿cómo diría?, un poco distinta de las demás…

– ¿Distinta cómo?

– Más reservada… menos dispuesta a las proposiciones sexuales que le hacen los clientes… Entonces Masino la aborda y se pone a hablar con ella. Masino es, ¿cómo diría?, muy facundo.

– ¡Facundo! Gracias por enriquecer mi vocabulario. Y esos recorridos, ¿los hace todas las noches?

– ¡No, por Dios! Sólo el sábado por la noche. De lo contrario, si tuviera que permanecer despierto hasta altas horas de la madrugada, su trabajo se iría, ¿cómo diría…?

– ¿… a la puta mierda?

El cavaliere lo fulminó con una mirada de indignación.

– … a pique.