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– No.

– ¿Ni siquiera si le digo que Emanuele Piro está considerado un idiota que se pasa todo el día jugando con cometas y se echa a llorar cuando el viento se le lleva alguna?

– ¡Coño! -exclamó Mimì.

– Está claro por tanto que Emanuele es un testaferro de su hermano el cavaliere -dijo Montalbano echándose a reír.

– ¿Por qué se ríe ahora?

– Porque me ha acudido a la memoria, aunque no tiene nada que ver con nuestra investigación, que otros cavalieri utilizan a los hermanos menores como testaferros. A estas alturas, ya es una costumbre muy arraigada.

– ¿Y qué podemos hacer? -preguntó Augello.

– ¿Qué quieres hacer, Mimì? No tiene nada de ilegal. Es más, de penalmente relevante, tal como se suele decir ahora. E incluso un homicidio, con estas nuevas leyes, puede ser irrelevante desde el punto de vista penal. Dejémoslo correr. Me di cuenta enseguida de que esa asociación debe de ser toda ella un chollo de no te menees. Y no sólo eso. Tenemos que andar con cuidado en cómo nos movemos.

– ¿Qué quería el jefe superior? -preguntó Augello.

– Mimì, pero qué listo eres. ¿Cómo te has enterado de que fui a ver a los de La Buena Voluntad? ¿Quién te lo ha dicho?

– Se lo dije yo -respondió Fazio.

– Pues el cavaliere Piro ha armado un escándalo. El jefe superior está dispuesto a cubrirnos durante cuatro días más, después nos deja tirados.

– Pero ¿podemos saber qué has descubierto? -preguntó Mimì.

Montalbano se lo contó y añadió:

– Irina Ilic, Katia Lissenko y Sonia Mejerev, las tres bailarinas procedentes de Chelkovo y las tres con la misma mariposa tatuada, se hospedan durante algún tiempo en el chalet alquilado por la asociación. Se presentaron espontáneamente, no las convenció ni Tommaso Lapis ni Anna Degregorio. Por lo menos eso me dijo Piro. El cual añadió que llegaron muertas de miedo pero no le explicaron el motivo. Aunque vete a saber si esa historia de que estaban asustadas es cierta o no. Al cabo de una semana, Sonia desaparece. Katia se va a hacer de cuidadora del señor Graceffa, pero cuando ya no la necesitan, desaparece. Irina, en cambio, se va a trabajar como asistenta en casa de mi amiga Ingrid, le roba unas joyas y también desaparece. Pero hay una cuarta ex bailarina con la misma mariposa. Su novio, un delincuente llamado Peppi Cannizzaro, la llama Zin, que a lo mejor es un diminutivo de Zinaida. Esta chica es la única que no pasó por La Buena Voluntad.

– O pasó, pero Piro no quiso decírtelo -terció Mimì.

– Exactamente. En cualquier caso, a Peppi Cannizzaro y Zin no hay manera de encontrarlos.

– Pero ¿cuántas bailarinas de Chelkovo con una mariposa tatuada van a salir en esta historia? -preguntó Augello.

– Creo que, aparte de estas cuatro, no hay ninguna más.

– ¿Por qué?

– No lo sé con seguridad. Pero… ¿las alas de la mariposa no son cuatro?

– En resumen, la chica asesinada no puede ser más que Sonia o Zin -dijo Fazio.

– Exacto.

– Pero ¿por qué la mataron? -preguntó Mimì.

– Yo estoy empezando a tener cierta idea -dijo el comisario.

– ¿Y a qué esperas?

– Es una telaraña demasiado confusa.

– ¡Pero dilo de todos modos!

– Irina es una ladrona. Zin se junta con un ladrón. Katia, en cambio, le confiesa a Graceffa que quiere mantenerse al margen de cierto ambiente. Y, en efecto, no roba en casa de Graceffa aunque sigue hablando por teléfono con una tal Sonia.

– ¿Adónde quieres ir a parar?

– Déjame terminar, Mimì. Detengámonos en Irina. Ésta roba una bonita cantidad de joyas, pero es extranjera. ¿Qué contactos quieres que tenga con el mundo del hampa local para venderlas? ¿A quién puede haber conocido en el poco tiempo que lleva en Montelusa?

– Bueno, una hipótesis podría ser… -empezó Mimì.

– No he terminado. Veamos ahora la chica asesinada. Pasquano le encontró en el interior de la cabeza unos hilos de lana negra. No pueden ser de un jersey grueso o de una bufanda. Entonces yo digo: ¿y si, en el momento que la asesinaron, la chica llevaba puesto un pasamontañas para que no la reconocieran?

– ¿Dices que pudieron sorprenderla mientras robaba?

– ¿Y por qué no? Alguien la sorprende y le pega un tiro. ¿Te dice algo esa ley tan bonita acerca de la legítima defensa aprobada por nuestro Parlamento soberano?

– Pero ¿no era mejor para el que le pegó el tiro dejarla donde estaba sin armar todo el jaleo de desnudarla e ir a arrojarla al vertedero? -intervino Fazio.

– Desde luego que sí -reconoció Montalbano-. Pero ya os he advertido que ésta es una hipótesis débil. Sin embargo, si conseguimos demostrar que la asesinada es Sonia (la cual es rubia, he visto la fotografía del pasaporte) yo os pregunto, siguiendo el dicho popular: ¿que hay en el cesto?

– Requesón -contestó Mimì.

– Bravo. Y el requesón no es más que la asociación benéfica.

– De acuerdo. Pero ¿cómo hacemos para…?

– Fazio, ¿qué otras noticias me traes de Guglielmo Piro?

– No me ha dado tiempo, dottore.

Montalbano sacó un papel del bolsillo.

– Esto me lo dio monseñor Pisicchio. Están los nombres de todos los que trabajan en la asociación. Aquí se indica el nombre y el apellido, la dirección y el número de teléfono. No es suficiente. Quiero saberlo todo, pero lo que se dice todo, acerca de ellos. Guglielmo Piro, Michela Zicari, Tommaso Lapis, Anna Degregorio, Gerlando Cugno y Stefania Rizzo. Ahorraos a la telefonista y al personal de servicio. Repartíos el trabajo, pero mañana al mediodía quiero las primeras noticias.

Llamó a Graceffa sin pasar por la centralita. Al primer timbrazo, contestó.

– ¿Dígame?

– Señor Graceffa, soy Montalbano.

– Gracias, abogado, estaba esperando su llamada.

– Señor Graceffa, no soy el abogado sino el comisario Montalbano.

– Sí, ya me he dado cuenta.

– ¿Qué quería decirme?

– ¿No sería mejor que fuera yo a su despacho, abogado?

Entonces el comisario lo entendió. La sobrina de Graceffa debía de estar por allí y el pobre hombre no quería que lo oyera.

– ¿Es una cosa delicada? -preguntó Montalbano como si fuera un conspirador.

– Pues sí.

– ¿Puede venir ahora mismo a la comisaría?

– Sí. Muchas gracias.

Beniamino Graceffa entró en el despacho del comisario con la misma actitud que debía de mostrar un seguidor del patriota Giuseppe Mazzini cuando acudía a una reunión secreta de la Joven Italia en favor de la proclamación de la República.

– ¿Me permite hacer una llamada urgente?

– Utilice este teléfono.

– ¿Abogado Marzilla? Soy Beniamino Graceffa. Si llama mi sobrina Cuncetta, yo estoy acudiendo a su despacho. No, no voy a ir, pero usted tiene que decirle eso, por favor. ¿De acuerdo? Muchas gracias.

– Pero ¿es que su sobrina lo vigila? -preguntó Montalbano.

– Cada vez que salgo.

– ¿Por qué?

– Tiene miedo de que me gaste el dinero yendo de putas.

A lo mejor la sobrina Cuncetta no estaba totalmente equivocada.

– ¿Qué quería decirme?

– Que esta mañana he ido a Fiacca en el autocar de línea.

– ¿Por negocios?

– ¡Qué negocios ni qué historias! ¡Yo ya estoy jubilado! He ido… es una cosa muy delicada.

– Pues no me lo diga. Pero ¿por qué quería hablar conmigo?

– Porque a la salida de haber hecho la cosa delicada y cuando iba a tomar el autocar de línea para regresar, vi a Katia.

Montalbano pegó un respingo.

– ¿Seguro que era ella?

– Pongo la mano en el fuego.

– ¿Y Katia lo vio a usted?

– No. Estaba abriendo el portal de una casa, donde entró.