– ¿Por qué no?
– ¿Quieres que te diga el nombre del asesino de Lapis?
– ¿Por qué no?
– ¿Quieres que te hable de las conexiones entre Lapis y una organización benéfica llamada La Buena Voluntad, que tiene unos protectores situados muy pero que muy arriba? ¿O bien me callo y ya no te digo nada más?
– ¿Por qué me ofreces callar en el momento más interesante?
– Porque hace poco me ha llamado el jefe superior desde Roma.
– A mí también.
– ¿Qué te ha dicho?
– Que actúe con prudencia.
– ¿Y nada más?
– Nada más. La relación con la organización benéfica me interesa de una manera muy especial. Ya no podemos tomárnoslo a la ligera. ¿Has oído Retelibera?
– No. ¿Qué ha hecho?
– Está armando un escándalo a este respecto, acerca de los líos de ese tal Piro. En dos horas ya ha sacado en antena dos ediciones especiales.
– Pues entonces, ahora mismo va a tu despacho mi subcomisario, el dottor Augello, que lo sabe todo.
– Lo espero.
Montalbano colgó y miró a Fazio y Mimì, que lo habían oído todo.
– A lo mejor, puede que todavía haya un juez en Berlín -dijo levantándose-. Mimì, llévate contigo al cavaliere Piro. Una muestra de amistad a Filiberto. Adiós, muchachos. Nos vemos dentro de unos días.
Gallo lo esperaba en el pasillo.
– ¿Podrás llegar a Punta Raisi en cuestión de una hora?
– Poniendo la sirena, sí, señor.
Fue peor que en Indianápolis. Gallo tardó cincuenta y ocho minutos y catorce segundos.
– ¿No llevas equipaje? -le preguntó Capuano.
Montalbano se dio un fuerte manotazo en la frente. Había olvidado la maleta en su coche.
En cuanto estuvo en el aire, le entró un voraz apetito.
– ¿Hay algo para comer? -suplicó.
La azafata le llevó un paquete de galletas. Se las arregló con eso.
Y después empezó a repasar las palabras que diría para lograr el perdón de Livia. La tercera vez que las repitió, le parecieron tan convincentes, tan conmovedoras, que poco faltó para que le asomaran las lágrimas a los ojos.
Pegó la oreja a la puerta del apartamento de Livia mientras el corazón le latía tan ruidosamente como para despertar a toda la casa. Pom-pom, pom-pom, pom-pom. Se notaba la boca seca; tal vez como consecuencia de la emoción, tal vez como consecuencia de las galletas. No se oía nada al otro lado de la puerta. La televisión no estaba encendida, silencio absoluto. A lo mejor Livia ya se había ido a dormir, cansada y enfurecida por el viaje en vano. Entonces pulsó el timbre con un dedo que le temblaba levemente. Nada. Volvió a pulsar. Nada.
Desde el primer año juntos, ambos se habían intercambiado las llaves de sus domicilios respectivos y las llevaban siempre consigo.
La sacó, abrió y entró.
Y enseguida comprendió que Livia no estaba, que después de la salida matutina ya no había regresado a su apartamento. Lo primero que vio fue el móvil encima de la mesita del recibidor. Lo había olvidado, por eso no contestaba a sus llamadas.
¿Y ahora? ¿Adónde se había ido? ¿Cómo hacía para encontrarla? ¿Por dónde empezaba la búsqueda? Se entristeció; el cansancio lo asaltó de golpe e hizo que las piernas se le ablandaran tanto como si fueran de requesón. Se dirigió al dormitorio y se tumbó. Cerró los ojos. E inmediatamente volvió a abrirlos porque el teléfono de la mesilla empezó a sonar.
– ¿Diga?
– ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Había adivinado que eras tan estúpido y tan imbécil que te irías a Boccadasse!
Era Livia, furiosísima.
– ¡Livia! ¡No sabes lo que te he buscado! ¡Casi me he vuelto loco! ¿Desde dónde llamas? ¿Dónde estás?
– Al ver que no llegabas, cogí el autocar. ¿Dónde quieres que esté? ¡En Marinella! ¿Ves cómo por empeñarte en hacerlo todo a tu manera acabas armando un follón que…?
– Oye, Livia, si tú no te hubieras olvidado el móvil aquí, yo…
Y volvieron a enzarzarse en una de aquellas preciosas peleas de antaño.
Nota
Ésta es una novela imaginaria. Quiero decir que los personajes, sus nombres y las situaciones en que se encuentran no guardan la menor relación con personas reales. Sin embargo, no cabe duda de que la novela nace de una realidad muy concreta. Por consiguiente, puede ocurrir que alguien crea reconocerse en un personaje o una situación, pero puedo asegurar que se trata de una desgraciada y absolutamente involuntaria coincidencia.
Deseo dar las gracias a Maurizio Assalto por haberme enviado un artículo periodístico y a la amiga Larissa por algunos de sus relatos.
A. C.
Andrea Camilleri