En este punto se equivocó, como pudo comprobarse más tarde. Al idear la nueva sociedad de Overland, el rey Chakkell, antiguo enemigo de la iglesia, se aseguró de que no quedara ningún vestigio de la religión. Satisfecho de haber abolido la clerecía como profesión, el rey se ocupó de otros asuntos, sin prestar atención al hecho de que sus edictos habían creado un vacío que sería llenado por otro tipo de predicadores, de los cuales Jop Trinchil era un buen ejemplo.
Trinchil había abrazado la religión tardíamente. A la edad de cuarenta años tomó parte en la Migración interplanetaria, sin ningún escrúpulo por desacreditar el Camino de las Alturas, y la mayor parte de su vida trabajó dura e incansablemente en su pequeña propiedad en la región de Ro-Amass. Al llegar a los sesenta, empezó a cansarse de la forma de vida de los campesinos y decidió hacerse predicador laico. Ignorante, tosco en su lenguaje y sus modales, propenso a la violencia, poseía sin embargo una natural fuerza de carácter que pronto ejerció sobre una pequeña congregación, cuyas generosas donaciones complementaron las recompensas de su propio trabajo físico.
Por último, concibió la idea de conducir a un grupo de fieles hasta una parte de Overland donde pudiesen practicar su religión sin interferencias, especialmente de los espías que podrían informar de sus actividades ilegales al prefecto de Ro-Amass.
Fue durante los preparativos de la expedición del Patrimonio cuando los caminos de Trinchil y de Bartan se cruzaron. Bartan obtenía unos ingresos aceptables —aunque irregulares— vendiendo joyería barata que él mismo diseñaba y hacía. Normalmente su visión comercial era acertada, pero durante un breve período se dejó cautivar por los metales blandos recién descubiertos, el oro y la plata. Como consecuencia, se quedó con un lote casi imposible de vender en sus mercados habituales, donde había una preferencia conservadora por los materiales tradicionales, como el vidrio, la cerámica, la esteatita y la brakka. Negándose a darse por vencido, comenzó a recorrer las áreas rurales que rodeaban Ro-Amass en busca de compradores menos exigentes, y encontró a Sondeweere Trinchil.
Su cabello rubio le había deslumbrado más que el propio oro, y en pocos minutos se enamoró de ella por completo y empezó a soñar con llevarla a la ciudad para convertirla en su esposa única. Ella aceptó sus galanteos, complacida ante la perspectiva de casarse con un hombre cuya apariencia y modales contrastaban notablemente con los de los jóvenes campesinos de su entorno. Sin embargo, surgieron dos obstáculos importantes para los planes de Bartan. El deseo de novedades de Sondeweere disminuyó cuando comprendió que implicaban un cambio en su forma de vida; estaba aferrada a la idea de que nunca viviría en lugar distinto de una granja. La reacción de Bartan fue descubrir dentro de sí una pasión por la agricultura dormida hasta entonces y una ambición por trabajar su propia parcela de tierra. Pero el segundo problema era más difícil de solucionar.
Jop Trinchil y él se desagradaron mutuamente. No hubo necesidad de llegar a un conflicto de intereses, ni siquiera de discutir; el antagonismo había surgido de sus profundidades en el mismo momento en que se encontraron. Trinchil decidió en seguida que Bartan sería un tremendo fracaso como marido y como padre; y Bartan supo, sin necesidad de que nadie se lo dijese, que el único interés de Trinchil por la religión era llenarse el bolsillo.
Bartan tuvo que admitir que Trinchil estimaba de veras a su sobrina, y aunque aprovechaba todas las oportunidades para quejarse de los defectos de él, no prohibió el matrimonio. Así estaban las cosas en el momento presente, pero Bartan tenía la sensación de que su futuro pendía de un hilo, y su ánimo no había mejorado con el comportamiento de Sondeweere en la improvisada reunión. Había actuado como si su amor estuviese empezando a debilitarse, como si pudiese rechazarlo en caso de que él no cumpliese su promesa.
El pensamiento hizo que Bartan concentrase la vista en el irregular borde lejano de la hondonada cenagosa. Ahora que estaba más cerca y más alto se sintió casi seguro de que se trataba de un arroyo; en cuyo caso, las posibilidades de que en realidad estuviese recordando una visión aérea mejoraban un poco. Esperando que su memoria fuese digna de confianza, alimentó el globo de gas que se bamboleaba sobre su cabeza con varias ráfagas de mezcla caliente, y fue ganando la altura necesaria para cruzar las colinas. Las puntas rocosas que se alzaban desde la superficie pálida se redujeron hasta parecer velas negras.
Al poco tiempo el bote volaba sobre los indeterminados confines de la zona pantanosa y Bartan pudo confirmar que un estrecho brazo de éste se prolongaba hacia el oeste unos tres kilómetros. Con creciente confianza y excitación, siguió el curso de la antigua vía de agua. Cuando aparecieron perfiles de hierba bajo la nave, empezó a ver grupos de animales parecidos a ciervos que, asustados por el ruido de propulsor, se apartaban corriendo, con sus blancos cuartos traseros denunciando su alarma. De los árboles surgían ocasionalmente pájaros asustados como si fuesen remolinos de pétalos impulsados por el viento.
Bartan fijó sus ojos en los taludes que tenían delante. Le pareció que formaban una barrera que iba ganando altura hasta bloquear la visibilidad; después, tras cruzar una cresta, el horizonte retrocedió con dramática precipitación, huyendo lejos de él. El espacio que quedó entre ellos se reveló como una compleja vista de sabanas, suaves colinas, lagos y algunas franjas de bosque.
Bartan dejó escapar un grito de alegría al ver que el terreno, desparramándose ante él como el tesoro de un hombre rico, era el sueño de un colono convertido en realidad. Su primer impulso fue dar la vuelta al aerobote para volver con las buenas noticias, pero la ladera de la colina se inclinaba debajo de él como una silenciosa invitación a continuar el vuelo hacia delante.
Decidió que no haría ningún daño que perdiera unos minutos para obtener una visión más próxima y detallada de la zona, y quizá localizar algún riachuelo que proporcionase un buen lugar para una primera parada. Eso contribuiría a dar a los campesinos la impresión de que era un hombre competente y práctico.
Dejando que el bote perdiese altura de forma natural por el enfriamiento de la bolsa de gas, continuó desplazándose hacia el oeste, lanzando ocasionales carcajadas de pura alegría, suspirando de alivio porque pronto estaría libre de la humillación y la expulsión. La transparencia del aire restaba perspectiva, superponiendo los accidentes geográficos, como si se tratara de un diseño realizado meticulosamente, permitiéndole distinguir detalles de las formaciones rocosas y la vegetación desde una distancia que en circunstancias normales hubiera considerado imposible. Por tanto, aunque estaba a unos siete kilómetros cuando divisó la mancha blanca sobre la ladera, la identificó de inmediato.
¡Estaba viendo una granja!
Su profunda decepción pareció oscurecer el cielo y helar el aire, dejando salir de sus labios un gemido involuntario de protesta. Bartan sabía que la primera decisión importante del rey Chakkell cuando ascendió al trono había sido establecer Kolkorron como estado mundial. A tal fin, se empleó una flota de grandes aeronaves para distribuir a los emigrantes recién llegados por todo el planeta. Aquellos embriones de comunidades habían servido como puntos nodales para una gran expansión, pero Bartan creía que esta parte sur del continente estaba todavía intacta. Para ayudar a mantener los ímpetus de crecimiento, los campesinos que se dirigían hacia nuevos territorios estaban autorizados a reclamar parcelas más extensas de las que obtendrían en áreas ya colonizadas. Esta circunstancia había motivado a Jop Trinchil, y ahora parecía que podía frustrar sus ambiciones. Los propios planes de Bartan podían ser afectados también a menos que se revelase que la colonización de aquellas tierras acababa de comenzar, en cuyo caso encontrarían un excelente acomodo. Debía obtener la información adecuada antes de volver con la expedición.