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Zavotle estaba sentado muy erguido, consciente de que se le estaba juzgando, y habló con seguridad:

—Puede hacerse, majestad. De hecho, debe hacerse. No tenemos otra solución.

—Ya veo. ¿Y qué hay de la idea de fijar dos globos a una barquilla larga?

—Con todos mis respetos a lord Toller, no me gusta, majestad —dijo Zavotle, mirando a Toller de reojo—. La barquilla tendría que ser muy larga para acomodarse a dos globos, y creo que habría serios problemas para controlarla.

—¿De modo que abogas por un único globo enorme?

—No, majestad. Eso sólo significaría otra serie de dificultades diferentes. Sin duda podrían superarse con el tiempo, pero ahora es lo que no tenemos.

Chakkell parecía impacientarse.

—¿Entonces qué? ¿Se te ocurre algo, capitán, o te contentas con decidir lo que no puede hacerse?

—Creo que podemos seguir usando el tamaño de globo que ya conocemos —dijo Zavotle, sin perder su compostura—. Las fortalezas espaciales debieran construirse por partes, y así ser elevadas de a poco y ensambladas en la zona de ingravidez.

Chakkell contempló con dureza a Zavotle, pero su gesto derivó hacia una expresión en la que se mezclaban la sorpresa y el respeto.

—¡Desde luego! ¡Desde luego! No hay otra forma de proceder.

Toller sintió una oleada de orgullo ajeno cuando el nuevo concepto se abrió paso en su mente, llevando consigo una serie de imágenes vertiginosas.

—¡Buen muchacho, Ilven! —exclamó—. Sabía que te necesitábamos, aunque se me hiela el estómago cuando pienso la clase de trabajo que eso implica. Incluso sabiendo que está bien atado, un hombre puede sentirse tremendamente inquieto ante la vista de miles de kilómetros de aire debajo de él.

—Muchos no serían capaces de concentrar sus mentes —dijo Zavotle, asintiendo—, pero el trabajo será reducido al mínimo. Imagino secciones circulares unidas por simples abrazaderas, y selladas con almáciga. Podría construirse una fortaleza con tres de esas secciones.

—Antes de ocuparnos de más detalles, debo saber cuántas de esas fortalezas espaciales se necesitarán —dijo Chakkell—. Cuanto más pienso en ello, más dudas me asaltan sobre la viabilidad de todo el proyecto. Aún si no se tiene en cuenta el volumen, y se considera la zona de ingravidez como un disco plano a medio camino entre los dos planetas, hay millones de kilómetros cuadrados que defender; y no alcanzo a ver cómo puede hacerse. Incluso contando con los recursos del antiguo Kolkorron, sería incapaz de construir la cantidad de fortalezas necesarias. ¿Unas mil, podríamos decir? ¿Cinco mil?

Zavotle miró a Toller, cediéndole la oportunidad de responder, pero éste se limitó a mover levemente la cabeza. La objeción expresada por el rey le pareció válida y, aunque podía deducir por la expresión imperturbable de Zavotle que existía una respuesta, por el momento era incapaz de encontrarla por sí mismo.

—Majestad, no es preciso que defendamos toda la zona —dijo Zavotle—. Los dos planetas comparten la misma atmósfera, pero ésta tiene la forma de un reloj de arena, con un notable estrechamiento en medio. Las naves espaciales deben permanecer cerca del centro del angosto puente de aire, por llamarlo de alguna manera, y allí es donde esperaremos a los habitantes de Land. No sé hasta qué punto están preparados para llevar a cabo su plan, pero cuando destruyamos la primera de sus naves, las otras intentarán pasarnos a una distancia que les proporcione seguridad. Tendrán que aventurarse tan lejos del puente de aire que sus tripulantes podrían perder la conciencia y asfixiarse.

—Empiezo a tomarte afecto, Zavotle —dijo Chakkell, con una media sonrisa—. Entonces, ¿cuántas fortalezas serán necesarias?

—No muchas, majestad. Quizás unas diez o doce en la fase inicial, mientras tengamos la ventaja de la sorpresa; quizá unas cien más tarde, si los habitantes de Land empiezan a emplear medidas de contraataque eficaces —Zavotle observó nuevamente a Toller, tratando de introducirlo en la conversación—. No puedo precisar más en este momento. En gran parte depende de la distancia a la que podamos localizar las naves que ascienden; pero, como lord Toller testificará, el ojo se vuelve mucho más agudo de lo normal en la atmósfera alta. Dependerá también del alcance eficaz de nuestro armamento, pero mi experiencia en este campo es minúscula comparada con la de lord Toller. Quizá él pueda…

—Continúa tú de momento —dijo Toller amablemente, reconociendo las intenciones de Zavotle—. Encuentro tu disertación interesante e instructiva.

—Tu lord Toller —murmuró Chakkell a Zavotle— está tan seguro de sí mismo que no le asustan los subordinados dotados y prometedores. Ahora, hay otra dificultad más prosaica que quiero que consideres, una dificultad que temo que no solucionarás tan mágicamente.

—¿Majestad?

—Han pasado muchos años desde que intervine en lo que quedaba de la flota de la Migración, pero recuerdo con claridad que el único material lo bastante ligero y fuerte para fabricar los globos de las naves espaciales era el lienzo —Chakkell se interrumpió y frunció el ceño, disipando el aire intrascendente que había adoptado durante la conversación—. Puede que no lo sepas, pero las semillas de lino que trajimos de Land no han arraigado bien en el suelo de Overland. Sólo unos cuantos acres aquí y allá producen una cosecha aprovechable, y la mayoría de la producción ya se ha gastado en las aeronaves que funcionan actualmente. Según tu estimable opinión, ¿podrían desmontarse las envolturas de esas naves y volver a coserse para hacer los globos de las naves espaciales?

—¡No!

Toller y Zavotle hablaron al mismo tiempo, pero una vez más Toller, cuyo pensamiento era instintivo, no supo encontrar las palabras para dar una respuesta razonada. Recordó el hecho de que Chakkell no era rey por casualidad de nacimiento, y que conocía en detalle aquellos aspectos de la agricultura, industria y comercio que fundamentaban el poder de una nación. Y de nuevo decidió permanecer en silencio, transfiriendo toda la responsabilidad a Zavotle. Se quedó sorprendido e impresionado cuando éste respondió con una sonrisa serena.

—Los globos deben hacerse de un material nuevo; en eso estoy de acuerdo, majestad —dijo—, pero no se precisará mucho. La emboscada ideada por lord Toller es buena, y es una suerte para nosotros que, en las circunstancias presentes, los globos sean un estorbo, un serio impedimento.

La frente de Chakkell se arrugó notablemente.

—Hablas como si ya fuéramos a salir, Zavotle. ¿Qué quieres decir?

—Majestad, hablo de un nuevo tipo de guerra, pero los principios antiguos deben permanecer. Es esencial para nosotros mantenernos apartados de la vista del enemigo el mayor tiempo posible, hasta que tropiece con nuestra trampa. En un caso así, los globos, que son enormes y pueden verse a muchos kilómetros en la trasparencia de la zona de ingravidez, serían una desventaja.

Toller comenzó a entender el proyecto que Zavotle estaba proponiendo, y durante un momento le pareció sentir el frío del aire de las alturas filtrándose en su cuerpo.

—Hablas de quitar los globos y…, y…

—Y enviarlos de nuevo a tierra, donde se utilizarán para elevar otras secciones de las fortalezas —dijo Zavotle, asintiendo—. No veo por qué un globo no puede hacer el viaje de vuelta muchas veces.

—Ésa no es la cuestión que iba a comentar —dijo Toller—. Hablas de dejar a los hombres allí arriba. ¡Encallados! ¡Sin ningún medio para controlar la caída de la nave!

La expresión de Zavotle se hizo más serena, y en cierto modo menos humana.